Fractured

Aziel, recostado en el sillón de la sala, se sentía aún mareado cuando el teléfono sonó en su bolsillo.

—¿QUÉ QUIERES? Estoy harto de que no puedan hacer nada sin que yo les dé órdenes —dijo, abriendo y cerrando el puño con frustración.

—Perdón, señor, es que no queremos cometer errores... —respondió Steve, uno de sus trabajadores, al otro lado de la línea.

—Entonces no lo mates. Quiero que le cortes los dedos uno por uno y me envíes fotos —dijo Aziel como si fuera lo más obvio y cotidiano del mundo.

Después de unos minutos, colgó la llamada y sintió que alguien lo observaba.

Emily estaba detrás de él, temblando, con las pupilas dilatadas por el miedo.

—¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas? —le recriminó.

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Al regresar a la ciudad, lo primero que Emily pidió fue visitar a su abuela. Aziel accedió a su petición, siempre y cuando estuviera acompañada de seguridad, y además añadió que ya había contratado todo el personal necesario para cuidarla desde casa. Ante esa afirmación, Emily le dedicó una sonrisa forzada. Aunque en un principio la idea de atemorizarla le habría complacido, su plan había cambiado de dirección.

—No estoy segura —titubeó—, tal vez es mejor que se quede en el hospital.

—No puedes decir que sí y luego retractarte. ¿Sabes todo el esfuerzo, dinero y tiempo que costó acondicionar la casa? —la vena en su frente se marcó mientras apretaba los puños.

—Tienes razón —dijo ella, con el rostro serio.

Aziel se dio cuenta de que su fachada de perfección se estaba desmoronando. Soltó un suspiro y se acercó a ella para darle un abrazo.

—Dijimos que las cosas cambiarían y estoy dispuesto a cumplir mi palabra. Si prefieres que se quede en el hospital, por mí está bien —declaró.

Emily asintió con la cabeza

***

Una semana después de regresar a la ciudad, Emily se encontraba sentada en la sala de espera del hospital, mordiéndose las uñas nerviosamente. Aziel había insistido en acompañarla, pero ella prefirió ir sola, necesitando procesar la visita en su propio espacio mental.

Finalmente, el doctor la llamó. Con pasos temblorosos, entró en la consulta, cerrando la puerta detrás de sí. El médico, con un rostro serio que no presagiaba nada bueno, la invitó a sentarse.

—Señora Rinaldi, hemos realizado las pruebas adicionales que discutimos la semana pasada —comenzó el doctor, mirándola con ojos llenos de empatía profesional—. Lamentablemente, hemos encontrado una pequeña masa en el cerebro de su abuela, que creemos que es un tumor.

Las palabras del doctor golpearon a Emily como un puñetazo en el estómago. Por un momento, el mundo a su alrededor pareció desaparecer, dejándola en un vacío ensordecedor.

—¿Un tumor? —La voz de Emily sonó distante, casi como si estuviera hablando de otra persona.

—Sí, pero quiero que sepa que hay posibilidad de tratamiento. Estamos en una etapa en la que la intervención puede ser efectiva —dijo el médico intentando transmitir tranquilidad.

—¿Qué opciones tenemos? —preguntó Emily, aferrándose a cualquier atisbo de esperanza.

—La cirugía parece ser la mejor opción en este caso, seguida de un tratamiento específico que determinaremos con más pruebas —respondió el doctor.

Emily asintió, aún en estado de shock. Se despidió del médico y salió de la consulta, caminando como en trance hacia su coche. Al llegar a casa, se encerró en su cuarto y lloró como una niña.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Aziel desde la entrada de la habitación.

Con la voz temblorosa, Emily compartió la noticia. Aziel la escuchó en silencio, y con una expresión seria, le aseguró que todo estaría bien. La joven se derrumbó a sus pies, agitada y con el rostro bañado en lágrimas.

—Por favor, salve a mi abuela. Haré lo que usted pida, pero por favor, sálvela —suplicó.

Aziel se arrodilló, poniendo su peso sobre una rodilla, sostuvo el rostro de Emily y la acercó con firmeza, dándole un beso. Ella correspondió al beso, sujetándole la mejilla con suavidad. El beso se suavizó después de unos momentos intensos. Tras unos segundos, se separaron y Aziel se puso en acción, prometiendo conseguir a los mejores especialistas para el caso de la señora Raquel, antes de salir de la habitación.

Mientras tanto, Emily luchaba internamente con el miedo y la incertidumbre que la noticia había traído a su vida. No podía evitar preguntarse si la preocupación de Aziel era genuina o si seguía siendo parte de su actuación para convencer al señor Arce de la autenticidad de su matrimonio.

En los días siguientes, mientras esperaban nuevas citas y planificaban el tratamiento, Emily reflexionaba sobre su vida, las decisiones que había tomado y lo que realmente importaba. La enfermedad tenía una forma cruel de poner todo en perspectiva, recordándole que cada momento era valioso y que, si su abuela no sobrevivía, quería pasar el tiempo restante haciendo que fuera feliz.

Al día siguiente, habló con su abuela y le contó toda la verdad: su matrimonio falso, las acciones de su padre y ni siquiera ocultó el diagnóstico.

—No tienes que hacer esto por mí —aseguró la anciana, frunciendo el ceño.

—Lo hago por mí. Por primera vez en mucho tiempo tengo opciones, puedo ofrecerte una mejor calidad de vida, puedo estudiar y lograr muchas cosas —dijo Emily, conteniendo el llanto.

—El dinero no da la felicidad —se quejó Raquel, cubriéndose la boca tras un ataque de tos.

—Si no fuera por el dinero, no estarías conmigo ahora, estaría sola —declaró la joven.

La señora Raquel se quedó sin palabras, su mirada fija en Aziel, quien se mantenía en el umbral de la puerta con una expresión indeleble que no dejaba entrever sus pensamientos. A pesar del silencio incómodo que se apoderó del espacio, continuaron conversando, aunque la conversación fue más medida, con la mujer mayor lanzando miradas de recelo hacia Aziel de vez en cuando. Su desconfianza hacia él era palpable, como si intuyera que detrás de su fachada de preocupación se escondieran motivaciones más oscuras.

—Bueno, abuela, nos veremos mañana para el traslado —declaró Rinaldi con un tono que intentaba ser reconfortante, aunque sus palabras sonaron más como un anuncio formal que una promesa afectuosa.

La anciana, presa de sus propios pensamientos y preocupaciones, apenas asintió con la cabeza en respuesta. No encontró palabras para articular una respuesta, su mente aún procesando la revelación de Emily y la presencia imponente de Aziel.

Después de una pausa que se extendió un momento más, Emily se levantó y se acercó a su abuela, dándole un beso en la mejilla que fue tanto una despedida como una promesa silenciosa de que volverían a estar juntas. El beso fue tierno, lleno de amor y una tristeza subyacente que Emily no pudo ocultar. Luego, con una última mirada cargada de emociones no expresadas hacia Aziel, salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta detrás de ella.