Lucia tiene que vivir bajo el odio de su propia familia sin saber el porqué, toda su vida ha sido así. En la escuela conoce a Liam, un chico que parece interesarse en ella, pero para su sorpresa, Fernanda, la hermana de Lucia, está enamora de Liam, lo que causara mayores problemas para Lucia…
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DONDE HAS ESTADO
Narra Lucía, atrapada entre la búsqueda de libertad y las cadenas del pasado
Salimos como a las dos de la tarde de la universidad, cada uno subido en sus vehículos, manejando hacia el gimnasio. Jeremy, curioso, quiso conocer el lugar, así que lo trajimos con nosotros. Al llegar, nos bajamos y entramos al recinto.
El entrenador, Gerald, me sorprendió con una sonrisa sincera al verme, pero su felicidad era contagiosa. Me dijo que hoy no me cobraría nada. Gerald es más que un entrenador, es como un padre verdadero. Cuando recién llegué me trató como a una hija. Me contó que su exesposa se había llevado a su hija, que tendría más o menos mi edad ahora. Quizás por eso me brindaba esa atención especial, esa mezcla de protección y comprensión.
Este no es un gimnasio cualquiera. Aquí no solo levantamos pesas o corremos en la cinta, también aprendemos a pelear —a defendernos— entre quienes entrenamos. Un lugar donde el respeto y la fuerza se mezclan. Después de entrenar un rato, y viendo que no estaba tan mal como pensaba, Gerald me preguntó si quería venir todos los días o solo un par de veces a la semana. Sin pensarlo mucho, acepté venir todos los días. Sabía que sería pesado, pero también era eso o soportar a la familia que me carga.
Nos despedimos con un abrazo sincero, y los chicos me pidieron que les escribiera apenas llegara a casa. En el camino me compré comida, porque sabía que esa noche no cenaría con mis padres. De seguro me esperan unos sermones interminables. Tengo que buscar una casa o un departamento para mí, después de todo. Nunca he tocado un centavo de mi compañía. ¿No será ya hora? Lo de la moto es aparte, así que por ahora, ese secreto me lo guardo bien.
Al llegar a casa, me estacioné y al entrar me encontré con cuatro personas en la sala, tres de ellas me miraban fijamente, como esperando algo. Saludé sin ganas y me dirigí a las escaleras.
—¿Dónde has estado? ¿Por qué llegas a esta hora? —preguntó Gabriela con voz cortante.
Fernanda, con su habitual tono venenoso, agregó:
—Seguro le fue a agradecer el regalo de hoy a la no persona que se los dio. Hasta acá huele a sudor nomás.
Vi que Alexander alzó la vista de su celular para observarme. ¿Desde cuándo le interesaba mi opinión?
—Estaba en casa de Abby. Buenas noches —respondí con firmeza.
Alexander volvió a su celular sin decir nada.
—Tu madre te está hablando, ¿por qué te largas? —insistió Richard.
—No tengo nada que hablar. Ya lo dije todo, y estoy comenzando a dudar que ustedes sean mis padres —contesté, con la voz fría—. Así que si no lo son, ¿por qué tendría que responder a estE interrogatorio?
Alexander pareció sorprendido, mientras Gabriela me lanzó una mirada furiosa.
—¿Cómo te atreves a hablarnos así? Por supuesto que somos tus padres. Veo que tener una amiga no te está ayudando en nada. Tendré que hablar con su madre.
Alexander no levantó la vista del celular.
—Hazlo si quieres —respondí con desprecio—. Ella no me tiene miedo. Abby no dejará de ser mi amiga así de fácil. Hasta mañana, estoy cansada.
Ya en mi habitación, me duché y me cambié por ropa más cómoda. Cuando fui a sacar mi comida, me di cuenta de que había cena sobre mi mesita de noche. Me acerqué, estaba caliente. ¿Quién la habría traído? ¿La sirvienta? No importaba, al menos alguien se preocupaba un poco. Me dejé caer en la cama, llena y cansada, lista para dormir.
Y así pasaron los días, con discusiones diarias con mi madre, esa mujer que según era mi madre. Hoy, apenas llegué, me entregó un sobre con una prueba de paternidad donde confirmaba que sí era hija de ellos. Pero algo no cuadraba... Así que decidí que esa prueba la haría yo misma, sin sorpresas de nadie más adelante.
Abby me mandó un vestido, y me quedaba a la medida. Nunca imaginé que yo tuviera esas curvas, porque suelo usar ropa holgada para esconderme. Me maquillé, hice un peinado sencillo pero bonito, agarré mi cartera y me puse mis tacones. Abby hasta dijo que mandaría una limusina, pero me negué en seco. “Eso sí que no”, me dije. Por suerte, estaba librada de esa extravagancia.
Cogí las llaves, mi casco y salí. Por cierto, el vestido llegaba justo arriba de las rodillas, con una abertura al costado que me facilitaría manejar. Porque no pienso dejar mi moto aquí. Quizás mañana amanezca hecha trizas.
Pero claro no todo podía ser perfecto cuando voy bajando las escaleras. Me topo con tremendo imprevisto