En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
NovelToon tiene autorización de Rose Marquez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La caída del simulador
La explosión sacudió el Centro de Innovación Daesan como un rugido contenido.
Las pantallas se apagaron. Las luces parpadearon. El núcleo de Elysium 2.0 colapsó en una lluvia de códigos rotos y simulaciones abortadas. Los invitados gritaban. Algunos caían al suelo, desconectados abruptamente de sus emociones inducidas. Otros lloraban sin saber por qué.
Sora aprovechó la confusión y corrió.
El virus había sido implantado. El sistema estaba cayendo. Pero ella aún no estaba libre.
—¡Zona comprometida! —gritó una voz por los altavoces—. ¡Activar protocolo de contención!
Guardias armados descendieron por los pasillos. Drones de seguridad se desplegaron. Kang Minjae, caminaba entre el caos con una expresión de furia absoluta.
—Encuéntrenla. ¡Ahora!
Sora se desvió por una escalera lateral. El vestido rasgado, el collar roto, el cuerpo temblando. En su oído, el comunicador vibró.
—Sora, sube. Azotea. Punto de extracción. —Era Kaori. Su voz era rápida, cortante—. Dae está en posición. Helicóptero en cinco minutos.
Sora ascendió por los niveles superiores. El edificio temblaba. Las luces se apagaban por secciones. El sistema intentaba reiniciarse, pero el virus lo devoraba desde adentro.
En el piso 47, dos guardias la interceptaron. Sora se lanzó contra uno, usando el impulso de su cuerpo para desequilibrarlo. El otro disparó. La bala rozó su brazo. Ella gritó, pero siguió corriendo. Sangraba. No se detenía.
En el piso 50, Jiwoo apareció.
—¡Sora!
Ella se detuvo. Él estaba cubierto de polvo, el rostro marcado por el dolor.
—¡Ven conmigo! ¡Te sacaré de aquí!
—No —dijo ella—. Ya no hay salida. Solo hay final.
Jiwoo la tomó del brazo. La ayudó a subir los últimos niveles. En el piso 52, la puerta de la azotea se abrió de golpe.
El viento nocturno golpeó con fuerza, agitando los restos de humo que ascendían desde los pisos inferiores. Sora salió primero, jadeando, con el brazo herido y el vestido rasgado. Jiwoo la seguía, alerta, con los ojos clavados en el cielo. A lo lejos, el helicóptero de extracción se aproximaba, sus luces cortando la oscuridad como cuchillas.
—¡Dos minutos! ¡Resiste!—Kaori por el intercomunicador
—¡Sora, mantente cerca! —gritó Jiwoo.
Pero no estaban solos.
Cuatro guardias armados irrumpieron detrás de ellos, seguidos por Kang Minjae con el rostro endurecido por la furia. El sistema había colapsado. El virus había sido implantado. Y ahora, solo quedaba la represalia.
—¡Deténganlos! ¡No dejen que escapen!
Los guardias se desplegaron en formación. Jiwoo se adelantó, colocándose entre Sora y los atacantes. Su respiración era controlada. Su postura, firme. El traje negro que llevaba se ajustaba a su cuerpo como una armadura silenciosa.
El primero se lanzó con una porra eléctrica.
Jiwoo esquivó con un giro lateral, atrapó el brazo del guardia y lo dobló con fuerza, haciéndolo caer de rodillas. Con un movimiento rápido, lo desarmó y lo dejó inconsciente con un golpe seco en la nuca.
El segundo vino por detrás, intentando sujetarlo por la espalda.
Jiwoo se agachó, giró sobre su eje y lanzó una patada ascendente que impactó en el pecho del guardia, enviándolo contra una de las estructuras metálicas de ventilación. El sonido del impacto se mezcló con el rugido del helicóptero acercándose.
—¡Jiwoo! —gritó Sora, retrocediendo hacia el borde.
El tercero y cuarto guardia atacaron al mismo tiempo.
Jiwoo se deslizó entre ellos, bloqueando un golpe con el antebrazo y desviando el otro con una torsión de cadera. Usó el impulso para elevarse en el aire y girar, lanzando una patada giratoria que impactó en el rostro del más cercano. El otro intentó disparar, pero Jiwoo lo desarmó con una llave rápida, girando su muñeca hasta que el arma cayó al suelo.
El combate era limpio, preciso, brutal.
Jiwoo no peleaba por técnica.
Peleaba por ella.
Kang Minjae observaba con los ojos encendidos de rabia.
—¡Jiwoo! ¡Aléjate de ella!
Jiwoo se interpuso.
—No lo haré.
—¡Es una traidora! ¡Una amenaza! ¡Una anomalía emocional!
—Es lo único real que queda.
—¡Así me pagas, Jiwoo! ¡Así traicionas tu sangre!
Jiwoo se detuvo, jadeando, con los puños cerrados.
—Tú traicionaste todo lo que significaba sentir.
Kang levantó su arma, apuntando a Sora.
—¡Entonces que muera con tus emociones!
Pero antes de que pudiera disparar, Jiwoo se lanzó hacia él.
—¡No!
Kang disparó. Jiwoo giró en el aire, esquivando por centímetros. El disparo rozó su costado. Cayó al suelo, rodando, pero se levantó de inmediato. Se abalanzó sobre su abuelo, bloqueando el siguiente disparo con el antebrazo y lanzando un golpe directo al rostro.
El arma cayó.
Kang retrocedió, tambaleante.
Sora corrió hacia Jiwoo.
—¡Jiwoo, basta! ¡No vale la pena!
Pero Kang, herido y humillado, sacó una segunda pistola oculta.
Apuntó a Sora.
Jiwoo gritó.
—¡No!
Y entonces, Sora lo vio.
El borde de la azotea.
El abismo.
La decisión.
Se lanzó.
Con una velocidad que nadie pudo prever, se abalanzó sobre Kang, sujetándolo por la cintura y llevándolo consigo al vacío.
El tiempo se detuvo.
Jiwoo corrió hacia el borde.
—¡Sora!
Ella lo miró por última vez.
—No me programaron para esto.
Y cayó.
Arrastrando consigo al abuelo de Jiwoo.
El vacío los envolvió.
El silencio fue absoluto.
Jiwoo corrió hacia el borde. Miró hacia abajo. Solo oscuridad. Solo viento. Solo ausencia.
El helicóptero llegó.
Kaori gritaba.
—¡Jiwoo! ¡Tenemos que irnos!
Pero él no se movía.
Estaba de rodillas.
Destrozado.
La ciudad brillaba debajo.
Las pantallas apagadas.
El sistema roto.
Y en la azotea, bajo el rugido de los helicópteros, Jiwoo lloraba por la única verdad que no pudo salvar.