Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 23 – Un salto de fé
La puerta del departamento se cerró detrás de ellos con un suave clic. Gia entró primero, sin decir palabra. Caminó hasta la sala, como si necesitara asegurarse de que el refugio seguía intacto, que no se había desmoronado por lo que acababa de suceder.
Noa la siguió, a unos pasos de distancia. No había presión en su andar. Solo calma.
Gia se detuvo frente a la ventana, los brazos cruzados, el cuerpo ligeramente tenso.
Él no dijo nada. Solo esperó. Hasta que ella habló.
—Lo siento… —murmuró, apenas un susurro—. Por haberte metido en toda esta pesadilla. No quería... —Su voz se quebró—. No quería arrastrarte a mi infierno.
Noa se acercó con suavidad, como se acercan los que saben lo que duele el silencio.
—Gia… —La llamó con voz serena.
Ella cerró los ojos. Al oír su verdadero nombre en sus labios, se sintió por fin... completa.
—Noa… He corrido tanto. He construido esta versión de mí para sobrevivir, y tú... —Lo miró, por fin—. Tú fuiste luz en medio de todo, y, aun así, no quiero que todo esto te afecte.
—No Gia, no tienes por qué disculparte o sentirte culpable. —La tomó de las manos, firmemente, sin apretar—. Yo estoy aquí. No por quien fuiste… sino por quién eres ahora. Por la mujer valiente que se atrevió a escapar. Que decidió no callar más.
Gia bajó la mirada, pero Noa levantó su mentón con dulzura.
—Ya no estás sola —susurró—. Te cuidaré, Gia. Con todo lo que soy. No hay nada que temer ahora.
Y entonces… ella se rompió.
Las lágrimas brotaron silenciosas, calientes, libres. Lloró por todo: por lo que vivió, por lo que perdió, por lo que pensó que jamás tendría de nuevo. Y Noa la sostuvo. La abrazó con fuerza, con ternura, con el alma.
—Tengo miedo —confesó, entre sollozos—. Miedo de confiar. Miedo de sentir. Miedo de que esto sea solo un sueño que se rompa, miedo de que Roberto me atrape y me separe de ti y de esta tranquilidad, de que me quite la paz y la tranquilidad que estoy construyendo.
—No tengas miedo Gia, aquí estoy yo para cuidarte —respondió él, acariciando su rostro con devoción—. Y si se rompe… lo volvemos a construir. Yo no te voy a dejar, Gia.
Ella lo miró, con los ojos brillantes y húmedos. Y fue allí, en ese instante suspendido entre la culpa y el alivio, donde algo se rompió… y algo nuevo nació.
Noa levanto su mano y acaricio el rostro de Gia hasta llegar a sus labios, esos labios que suplicaban por ser besados.
Así que Noa no pudo resistirse más y la besó. No con urgencia, sino con una ternura que Gia jamás había conocido y con ese beso sello una promesa.
El beso se alargó y fue lento, cálido, como una pregunta respondida con el alma.
Sus labios se reconocieron antes que sus cuerpos. Sus manos se buscaron con respeto.
Y el deseo se desato… finalmente se liberó.
Gia se aferró a él como a un ancla. Noa la sostuvo como a un milagro.
El beso se profundizó, las manos recorrieron con reverencia, Noa la cargo y la subió a la habitación, la ropa cayó con lentitud. Y entre susurros y gemidos suaves, Gia se entregó.
No había miedo, no había inseguridad, había fe y amor.
Fue amor… pero también redención.
Fue deseo… pero también renacer.
Fue fuego… sin cenizas.
Por primera vez, su cuerpo no era territorio de guerra, sino refugio, unión, hogar. Noa le hizo el amor de la forma mas sublime, con paciencia recorrió cada rincón del cuerpo de Gia, con delicados besos la sumergía en una nube de placer, en cada embestida Gia sentía que estaba mas cerca del cielo. Hasta que Noa la llevo al climax.
Horas después, con la piel desnuda y los corazones latiendo al mismo ritmo, Gia apoyó su cabeza sobre el pecho de Noa.
Él jugaba con su cabello, mientras el silencio entre ellos era paz, no tensión.
—¿Estás bien? —susurró él.
—Sí… —dijo ella, en voz baja, con una sonrisa leve—. Por primera vez en mucho tiempo… sí. Nunca había estado con otro hombre, solo con Roberto. Pero siento que esta es mi primera vez, no sé si me comprendes.
—Si, claro que te entiendo, y la verdad, eso me hace muy feliz.
Noa la abrazó más fuerte, como si quisiera envolverla del todo.
Y en esa cama compartida, entre sábanas suaves y promesas sin palabras, Gia comprendió que la libertad no solo era huir del pasado, también era atreverse a construir un futuro.