El Resurgir Del Soberano Dragón Carmesí.

Regresemos unos días atrás, el juicio sobre Han Fei, ya se a programado y se ha hecho oficial, todos especulan sobre el juicio, sin entender del todo lo que puede significar.

El salón del consejo estaba lleno. No era común ver a tantos presentes: los doce miembros del alto consejo, varios instructores, maestros antiguos e incluso algunos invitados externos, entre ellos una sacerdotisa del Santuario de la Llama Celeste y un anciano del Clan del León Carmesí. El aire olía a incienso y tensión.

Han Fei fue conducido hasta el centro, con los brazos vendados pero ya no bajo custodia. Caminó sin titubear, a pesar de la herida que todavía dolía bajo sus ropas. El director Gao lo acompañó hasta el borde del círculo de deliberación, pero no intervino. No podía. Había solicitado este juicio, pero su voz solo tendría peso si se lo permitían.

—Han Fei —dijo el consejero principal, un hombre delgado con ojos grises como ceniza—, estás aquí para responder no por tus intenciones, sino por tus acciones.

Fei no respondió de inmediato. Observó las miradas que se cruzaban sobre él. Algunas con recelo, otras con miedo. Pocas con verdadera comprensión.

—Actué para salvar a mis compañeros —dijo finalmente—. Lo que sucedió... no fue algo que yo buscara. Fue una reacción. Un reflejo. Pero gracias a eso, todos regresamos con vida.

Una de las consejeras, con un báculo adornado con perlas de jade, habló:

—Eso no excusa el poder que liberaste. Antiguo. Peligroso. Según los registros, se parece al aura que una vez marcó el final de la era del Soberano Carmesí.

Hubo murmullos.

El anciano del Clan del León Carmesí se inclinó ligeramente hacia el consejo.

—Permitidme sugerir algo. Si realmente queremos saber la verdad sobre este joven... dejemos que la sangre hable.

De entre sus ropas sacó una pequeña urna sellada. Al abrirla, un artefacto flotó en el aire: una esfera de cristal con vetas doradas que pulsaban con energía. Era un Detector de Herencia, usado para identificar linajes antiguos.

Fei lo miró, sin comprender del todo. El director dio un paso adelante, pero fue contenido por otro maestro.

—No —susurró Gao—. Esto podría...

Pero ya era tarde. Fei extendió su mano, y la esfera se acercó. Apenas la tocó, estalló en un destello escarlata. Runas antiguas giraron en el aire. El fuego no quemaba, pero se sentía vivo.

Una visión apareció flotando sobre la esfera: una figura de espaldas, con una capa carmesí ondeando en medio de una tormenta de fuego. Una voz retumbó desde la misma energía:

—El alma duerme. Pero la llama recuerda.

El silencio fue total.

—Esto... confirma su vínculo —dijo la sacerdotisa con tono grave—. No hay duda: la herencia del Soberano Carmesí reside en él.

Fei bajó la mano. Temblaba. No de miedo, sino de algo más profundo: el reconocimiento de algo que llevaba tiempo negando.

—Entonces, ¿qué harán conmigo? —preguntó.

El consejero principal se alzó.

—Aislamiento. Temporal. Bajo vigilancia directa del director. Tu entrenamiento se restringirá. Y se te observará en todo momento.

Fei asintió. No discutió. Ya no tenía sentido hacerlo.