Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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22- Retrospectiva: No Podría Escapar
El aire entre ellos era tan denso que se sentía como un campo de batalla invisible. Pero Emma no retrocedió.
Había provocado a Sebastián a propósito, había querido arrancarle ese lado oscuro, posesivo y letal que tanto se empeñaba en ocultar detrás de la resignación.
Y lo logró.
Lo supo en el momento exacto en que él se movió.
No hubo espacio para la duda ni para el escape.
Sebastián, la besó.
El mundo explotó.
Sebastián se lanzó sobre ella como un depredador al que por fin le habían quitado la cadena .
Su mano se cerró alrededor de su nuca, sujetándola con una posesión brutal, y su boca cayó sobre la de Emma como un incendio descontrolado.
No hubo suavidad. No hubo advertencia. No hubo espacio para el escape.
Fue un beso devastador , rabioso, nacido de la frustración, de la negación, de la certeza absoluta de que ya no podía dejarla ir .
Emma jadeó contra su boca, su cuerpo entero se tensó ante el asalto implacable de Sebastián. Su beso la reclamaba , la consumía, la redujo a un temblor febril de sensaciones que nunca antes había sentido.
Pero cuando ella, torpemente, intentó devolverle el beso, todo cambió.
Sebastián gruñó contra sus labios, un sonido profundo, gutural, un aviso peligroso que hizo vibrar el aire a su alrededor.
Porque lo sintió.
La torpeza.
El instinto inexperto de Emma al intentar seguirle el ritmo, la forma en que su respiración se entrecortó, cómo sus labios chocaban contra los suyos sin encontrar el compás.
Su lobo rugió dentro de él, al comprenderlo.
Era su primer beso.
El impacto de esa revelación ensanchó cada fibra de su ser.
El ardor en su pecho se convirtió en algo más oscuro, más primitivo, más feroz.
Era suya.
Desde el principio, lo había sido.
El beso cambió.
La brutalidad no desapareció, pero se transformó en algo más fuerte. Su lengua se deslizó sobre la de Emma con un dominio absoluto, guiándola, exigiéndole que aprendiera a besarlo como él quería que lo hiciera .
Emma gimió contra su boca, su loba tembló dentro de ella, entregándose por completo a la sensación.
Y entonces, todo se salió de control .
Marcus se movió.
Con un gruñido bajo, su brazo se cerró nuevamente alrededor de la cintura de Emma y la jaló hacia él, separándola de Sebastián.
Pero no para alejarla.
Sino para reclamarla también.
Emma apenas tuvo tiempo de tomar aire antes de que Marcus la besara .
Diferente.
No con la rabia incontenible de Sebastián, sino con un dominio aplastante, con la seguridad letal de un hombre que no tenía dudas, que no necesitaba apresurarse porque sabía que era inevitable .
Su beso la envolvió por completo, profundo, ardiente, paciente pero devastador.
Emma se derritió contra él .
Y fue entonces cuando todo cambió.
El aire vibró .
Los tres lo sintieron.
Un latido compartido, un pulso eléctrico que no pertenecía solo a uno, sino a los tres.
Algo primitivo despertó.
Sebastián rugió bajo y amenazante , su lobo exigia recuperar lo que era suyo.
Marcus gruñó, desafiándolo , sin soltar a Emma.
Ella estaba en medio del choque.
El fuego de Sebastián.
El dominio de Marcus.
Y en el centro, ella…
Sintiendo cómo sus almas se entrelazaban.
Emma no sabía en qué momento su loba dejó de solo responder y comenzó a exigir más.
Su respiración era errática, su piel ardía, sus instintos rugían por completarse.
Marcus mordió su labio inferior antes de separarse solo lo suficiente para dejar escapar una exhalación pesada.
Sebastián estaba allí.
Oscuro. Consumido. Sus ojos negros como la noche, su respiración entrecortada, su mandíbula apretada en una batalla interna por no lanzarse de nuevo sobre ella.
El aire era un campo de batalla invisible.
Emma lo miró.
Marcus lo miró.
Y Sebastián sonrió.
Una sonrisa salvaje. Peligrosa. Una promesa.
—Esto… —murmuró Marcus con voz grave, y su pulgar trazando el contorno del labio de Emma, hinchado por los besos. —Esto se está saliendo de control.
Sebastián dejó escapar una risa baja, oscura. Una que no tenía rastro de humor.
Su mirada era intensa, sus pupilas dilatadas, y su respiración entrecortada.
Y entonces, su voz cambió.
Más baja.
Más profunda.
—¿No era esto lo que querías, mi reina? —murmuró. —Que no te dejáramos ir. Que te eligiéramos sin importar qué.
Emma sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Pero no de miedo.
Su loba se tensó dentro de ella, no en advertencia, sino en reconocimiento.
En absoluta aceptación.
Sebastián se inclinó hacia ella, sus labios apenas rozaron su oído cuando habló de nuevo.
—Bien… —susurró, con una promesa en cada palabra. —Porque aunque quieras, ya no podrás escapar.
Emma no tembló.
No se apartó.
No intentó escapar.
Porque su cuerpo entero vibró con esas palabras.
Porque su loba rugió de placer, de hambre, de absoluta necesidad.
Porque la idea de ser atrapada no la asfixiaba… la encendía.
El aire se volvió insoportable.
Las respiraciones de los tres eran irregulares, pesadas, entrecortadas.
Marcus tensó la mandíbula, su control pendía de un hilo.
Sebastián sonrió.
Y entonces, la realidad se rompió.
El instinto tomó el control.
El deseo se convirtió en un abismo del que ninguno de los tres podía escapar.
Y en ese instante…
Emma supo que no quería ni podría escapar.