Valentino nunca imaginó que entregarle su corazón a Joel sería el inicio de una historia de silencios, ausencias y heridas disfrazadas de afecto.
Lo dio todo: tiempo, cariño, fidelidad. A cambio, recibió migajas, miradas esquivas y un lugar invisible en la vida de quien más quería.
Entre amigas que no eran amigas, trampas, secretos mal guardados y un amor no correspondido, Valentino descubre que a veces el dolor no viene solo de lo que nos hacen, sino de lo que nos negamos a soltar.
Esta es su historia. No contada, sino vivida.
Una novela que te romperá el alma… para luego ayudarte a reconstruirla.
NovelToon tiene autorización de Peng Woojin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 16
No sabía cuánto más podía soportar. Me repetía una y otra vez que debía soltarlo, que ya no valía la pena seguir aferrándome a algo que solo me hacía daño, pero cada vez que intentaba alejarme, algo dentro de mí me detenía.
Ese día, mientras caminaba por los pasillos, lo vi otra vez con Rosalina. No estaban haciendo nada fuera de lo normal, solo hablaban, pero la forma en que él la miraba… esa forma en la que yo siempre había querido que me mirara.
Sentí el nudo en la garganta, la opresión en el pecho. Desvié la mirada y apresuré el paso, como si pudiera escapar de lo que sentía. No quería seguir viéndolos. No quería seguir sintiendo esto.
—Valentino, espera.
La voz de Fernanda me detuvo. No me había dado cuenta de que estaba detrás de mí. Me giré, fingiendo una sonrisa.
—¿Qué pasa?
Me miró con una mezcla de compasión y frustración.
—Deja de hacer eso.
—¿Hacer qué?
—Pretender que estás bien cuando claramente no lo estás.
Suspiré. No tenía fuerzas para discutir.
—No quiero hablar de eso.
—Siempre dices lo mismo —respondió, cruzándose de brazos—. Y sigues sufriendo igual.
—No tengo opción, Fernanda.
Ella frunció el ceño.
—Claro que tienes opción. Pero sigues eligiendo quedarte en este círculo vicioso.
No dije nada. Sabía que tenía razón, pero no quería admitirlo.
—Solo quiero que pienses en algo —continuó—. ¿Cuánto más vas a aguantar? ¿Cuánto más te vas a lastimar por alguien que ni siquiera nota lo que sientes?
Su pregunta me golpeó más fuerte de lo que esperaba.
¿Cuánto más?
Me quedé en silencio mientras ella se alejaba. Y por primera vez en mucho tiempo, me pregunté si realmente había un límite para lo que estaba dispuesto a soportar.
Ese pensamiento me persiguió el resto del día.
Esa noche, en mi habitación, intenté distraerme con cualquier cosa. Puse música en mis audífonos, traté de leer un libro, incluso intenté escribir, pero mi mente volvía una y otra vez a lo mismo.
Las palabras de Fernanda seguían resonando en mi cabeza.
“¿Cuánto más te vas a lastimar?”
Cerré los ojos y respiré hondo, pero las imágenes llegaron sin que pudiera evitarlas. Joel riéndose con Rosalina, abrazándola con la naturalidad con la que nunca me había abrazado a mí. La expresión en su rostro cuando la miraba, la calidez en su voz cuando le hablaba. Todo eso que yo deseaba, pero que nunca había tenido.
Me cubrí el rostro con las manos, tratando de ahogar el llanto que amenazaba con salir.
Había llegado a un punto en el que me odiaba a mí mismo por seguir sintiendo esto. Por seguir esperando algo que nunca iba a pasar.
Me odiaba por no poder soltarlo.
No sabía cómo hacerlo.
Al día siguiente, me levanté con la determinación de evitarlo. Sabía que no podía alejarme del todo porque compartíamos clases, pero al menos podía dejar de buscarlo. Dejar de acercarme como siempre hacía.
Pero entonces, en el pasillo, sentí su mano en mi hombro.
—¡Hey! No te he visto en todo el día.
Su voz era la misma de siempre, casual, despreocupada. Como si no tuviera idea de todo lo que pasaba por mi cabeza.
Me obligué a sonreír.
—He estado ocupado.
—¿Ocupado? ¿Tú? —se rió, como si la idea le pareciera absurda.
No respondí. No sabía cómo hacerlo sin que mi voz me delatara.
—Bueno, pues cuando tengas tiempo, dime. Tenemos que hacer algo pronto. Hace tiempo que no salimos.
“Hace tiempo que no salimos”.
La ironía de sus palabras me golpeó. Como si fuera algo que dependiera de mí. Como si yo fuera el que no hacía el esfuerzo.
Asentí, sin decir nada, y me alejé antes de que pudiera ver el dolor en mis ojos.
Durante los días siguientes, intenté mantener mi distancia. No era fácil. Cada parte de mí quería volver a buscarlo, hablar con él, estar cerca. Pero sabía que si lo hacía, todo seguiría igual. Y ya no podía seguir así.
Un día, mientras salía del salón, vi a Fernanda en el pasillo. Dudé un momento antes de acercarme.
—Necesito hablar contigo.
Ella me miró con sorpresa.
—¿Sobre qué?
Tragué saliva.
—Sobre él. Sobre todo esto.
Fernanda suspiró y asintió.
Nos sentamos en una banca del patio. Durante un momento, ninguno de los dos habló. Luego, sin mirarla, empecé a hablar.
Le conté cómo me sentía, cómo cada pequeño gesto de Joel me daba esperanzas que luego se desmoronaban. Cómo cada vez que intentaba alejarme, algo me hacía volver.
Ella me escuchó en silencio. Cuando terminé, suspiró.
—Valentino, tú sabes lo que tienes que hacer. Sabes que quedarte así solo te va a seguir lastimando.
Asentí.
—Lo sé. Pero no sé cómo hacerlo.
Ella me miró con seriedad.
—Empieza por ti. No por él.
Me quedé en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Quizá, por primera vez, estaba listo para intentarlo.
No por él. Sino por mí.