Esta es la historia de Sofía Bennet, una joven con un sueño muy grande, pero tuvo que dejarlo ir por una tragedia.
Leandro Lombardi un hombre acostumbrado a tener siempre lo que quiere con un pasado que le hizo mucho daño.
Dos personas totalmente opuestas pero con una química impresionante.
¿Podrán dejar fluir sus sentimientos o solo lucharán por evitarlos?
NovelToon tiene autorización de IJGB para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
21 — Pensamientos atrevidos.
Narrador omnisciente.
Leandro experimentó una leve frustración al ver que ella se marchaba.
Sin embargo, esa sensación se desvaneció por completo en el momento en que ella le ofreció un beso de despedida.
Aunque el beso era, en su esencia, un simple roce en la mejilla, él aprovechó la oportunidad y, con un movimiento audaz, la besó en los labios.
La traviesa sonrisa que se asomó en el rostro de Leandro provocó un quejido suave de ella, pero él pudo notar que, a pesar de su réaccion, realmente le había gustado aquel beso.
Estela había comentado previamente que se ausentaría por varios días, ya que suele ser una tradición entre amigas pasar un fin de semana en la casa de una de ellas, y esta semana le tocaba a Tania ser la anfitriona.
Por su parte, Raisa ya había tenido una conversación con Estela acerca de los sentimientos de su hijo hacia Sofía.
No obstante, Estela ya estaba al tanto de la situación, pues se había percatado de que su sobrina correspondía a las atenciones que Leandro le brindaba.
Leandro, deseando formalizar su interés, intentó hablar con ella en un entorno más privado para expresar sus intenciones de manera directa y sincera.
Decidió confesar lo que sentía en presencia de todos, revelando así sus emociones sin más rodeos.
Los hermanos de él se mostraron asombrados al escuchar sus palabras, pero al mismo tiempo se sintieron alegres de que finalmente su hermano mayor decidiera abrirse nuevamente a la posibilidad de encontrar el amor.
Aunque no conocían a Sofía en profundidad, estaban convencidos de que era una excelente persona que jamás iba a hacerle daño, a diferencia de aquella mujer que tanto dolor le causó en el pasado.
— Entonces, ¿quieres ser el pretendiente de mi sobrina y me estás pidiendo mi permiso para cortejarla? — inquirió Estela, visiblemente sorprendida por la situación.
Era difícil de creer que en esta época aún existieran personas que solicitaran permiso para iniciar una relación.
La idea de cortejar parecía casi un concepto de tiempos pasados, un gesto que evocaba un romanticismo que ya no era común en la actualidad.
Era una idea muy anticuada, pero aún así evidenciaba lo caballeroso que era Leandro.
Era un hombre de firmes principios, serio y humilde, que siempre se guiaba por sus buenas intenciones.
Sin embargo, esta imagen era solo superficial, ya que en lo más profundo de su mente, Leandro no podía evitar imaginar las mil y una maneras de tener a Sofía entre sus brazos.
Ideas que eran muy placenteras según sus oscuros pensamientos.
Por su parte, Sofía, a pesar de estar sumida en un profundo sueño, experimentaba leves temblores en su cuerpo, como si pudiera percibir algún tipo de peligro en el ambiente.
Sin embargo, en sus sueños, se sentía completamente a gusto, entregándose apasionadamente a los besos de un atractivo español.
Las palabras de María resuenan en su mente como un eco constante.
«Dicen que los españoles son cachondos, lo que implica que están enganchados al sexo, así que no dormirás mucho, Sofía».
Al pensar en esas palabras, solo con imaginarlo, no podía evitar sentirse avergonzada por sus pensamientos impuros.
Después de que le dijera a su tía sobre la relación entre ellos, Estela se sintió feliz por ella ya que había encontrado finalmente el amor, aunque Sofía le había advertido mil veces que era muy pronto para saberlo.
Sin embargo, su tía no dejaba de repetir lo hermosa pareja que hacían y dejó de insistir.
En fin, ella no tenía el valor de mirarlo debido a las fantasías que tenía sobre él, besando su cuerpo y susurrándole cosas atrevidas al oído mientras estaban juntos.
Estos pensamientos la hacían sentir como una auténtica descarada, a la vez que la llenaban de una mezcla de deseo y vergüenza.
Leandro sabía que algo la tenía distraída y que él era el protagonista de esos pensamientos.
Desde el momento en que fue a recogerla a casa de su amiga, notó que algo no estaba bien; la vio más extraña de lo habitual y, para su sorpresa, también más sonrojada de lo que la había visto en ocasiones anteriores.
Antes de poder marcharse, tuvieron que atravesar un largo y exhaustivo interrogatorio por parte de sus amigas Cristina y María, quienes no paraban de hacer preguntas y lanzar miradas curiosas y observadoras.
Tras la mirada penetrante de Tania y el interrogatorio, finalmente, después de lo que pareció una eternidad, lograron subir al automóvil.
Sofía se mantenía en silencio, mirándolo de vez en cuando.
La tensión del incómodo silencio que se había formado entre ellos empezó a ser insoportable para él, así que decidió que era momento de romper esa atmósfera tensa.
— Tus amigas son, por decirlo de alguna manera, muy curiosas — comentó él, con un tono de voz tranquilo y sereno.
Al escuchar su voz, Sofía se sobresaltó, sintiendo cómo una intensa oleada de calor empezaba a recorrer todo su cuerpo.
Sin embargo, esforzándose por no dejarse llevar por sus emociones, trató de mantener la calma.
— Querrás decir que son entrometidas — le respondió, fijando su mirada en él con cierta intensidad. — No puedo creer que te preguntaran cuál es tu signo zodiacal solo para determinar si éramos compatibles.
María había llegado al extremo, incluso le preguntó cuál era su tipo de sangre.
Una risa suave escapó de los labios de Leandro, una risa que resultó ser como un cosquilleo para nuestra querida Sofía, provocándole una sensación extraña y placentera.
— Te están cuidando, y además, tu amiga Cristina tiene razón — comentó él mientras maniobraba el volante para girar en una calle. — Soy un extraño en tu vida que desea establecer una relación contigo, y lo más sensato es verificar que no soy un psicópata.
Sofía, abrumada por la vergüenza, cubrió su rostro con sus manos, tratando de ocultar su rubor.
— No pareces ser un psicópata, al menos no lo demuestras — dijo ella con tranquilidad, mientras él la miraba con incredulidad. — Fue solo una broma, de verdad no creo que… aunque no te conozco bien, pero… olvídalo.
Se había enredado en sus propias palabras a causa de su nerviosismo.
Leandro frunció el ceño mientras detenía el auto en el estacionamiento.
Sin embargo, antes de que ella pudiera abrir la puerta para salir, activó los seguros, dejándola encerrada dentro del vehículo.
— ¿Por qué hiciste eso? Se supone que veníamos a comer un helado, ¿no te gusta el lugar que elegí?
Él negó con la cabeza, pero tomó una respiración profunda para calmarse.
— Sofía, has estado muy rara. ¿Qué está pasando? — le devolvió la pregunta con un tono de preocupación. — Si te sientes incómoda con esta cita, me lo podrías haber dicho. Sé que no hemos tomado las cosas con calma, pero...
Ella le interrumpió, colocando sus dedos sobre sus labios para pedir silencio.
— No es que me incomode, es que no entiendo lo que estoy sintiendo — explicó, dejando escapar un suspiro. — Leandro, eres la primera persona que me dice que quiere tener una relación conmigo sin siquiera conocernos bien.
» Soy nueva en esto de experimentar este tipo de sensaciones y, sinceramente, me da un poco de vergüenza, por eso es que me encuentro así.
Su voz temblorosa reflejaba su incomodidad.
Leandro, al escucharla, asintió, comprendiendo su situación.
— Sé que todo ha sucedido muy rápido y que aún no has tenido tiempo para procesar lo que está ocurriendo — dijo él, con un tono suave y tranquilizador —. Quiero que te sientas cómoda y segura a mi lado. Haría lo que fuera necesario si eso te ayuda a sentirte bien. Cambiaría cualquier cosa por ti.
Las palabras de Leandro dejaron a Sofía atónita.
Era realmente hermoso y romántico que él se preocupara tanto por ella, al punto de querer conocer lo que le incomodaba, simplemente para no causarle ningún mal.
Pensar en ella antes que en sí mismo era un gesto que la hacía sentir como si tuviera mariposas revoloteando en el estómago con solo escucharlo.
— No quiero que cambies — susurró en voz baja, bajando la mirada, como si las palabras pudieran ser demasiado pesadas para pronunciar —. Te explicaré lo que ocurrió. Fue un sueño algo extraño, y no he dejado de pensar en ello, aunque la culpa es de la imprudente de María. Me hace sentir avergonzada contigo.
Leandro frunció el ceño, sintiéndose confuso ante lo que escuchaba.
— ¿Un sueño? — repitió, tratando de entenderla, mientras ella asentía, sonrojándose aún más —. ¿Qué fue lo que soñaste?
Sofía sintió un ligero temblor recorrer su cuerpo, sus mejillas se sonrojaron aún más, como si el simple acto de confesarle algo la hubiera afectado profundamente.
Mientras tanto, él observaba atentamente cada una de sus reacciones, y una sonrisa se dibujó en su rostro al preguntarse qué estaría ocurriendo por la mente de ella.
La intriga le resultaba cada vez más cautivadora.
— No es... necesario, fue... solo un sueño — logró articular Sofía.
Su voz temblando visiblemente por la intensidad de su mirada oscura, que parecía penetrarla con fuerza y hacerla sentir vulnerable.
Leandro, sin apartar la vista de ella, se acercó un poco más, de modo que sus respiraciones se entrelazaron en el aire, dejando un espacio apenas perceptible entre sus rostros, escasamente a unos centímetros de distancia.
El corazón de Sofía comenzó a latir con más fuerza, como si estuviese luchando por escapar de su pecho, mientras su respiración se tornaba errática y descontrolada, reflejando la ansiedad que sentía en ese momento.
— Dímelo, ¿qué es lo que has soñado? — susurró él, dejando que su aliento cálido acariciara los labios de ella.
Un simple toque fue suficiente para que su autocontrol se desvaneciera por completo.
No pudo resistir la tentación de tenerla tan cerca, así que, con delicadeza, tomó su rostro entre sus manos y la besó con intensidad.
Sofía, al principio, se quedó inmóvil, sorprendida por lo repentino del gesto, pero pronto los instintos la llevaron a rodear su cuello con sus brazos, acercándolo aún más a ella, como si temiera que se fuera.
Los besos que compartían eran profundamente adictivos; cada caricia de sus labios resultaba tan apasionada y envolvente que el mundo a su alrededor parecía desvanecerse.