En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 23
[Abigail despertó en un lugar que по reconocía. El aire era denso, sofocante, impregnado de un calor abrasador. Todo a su alrededor estaba envuelto en llamas: edificios que se desmoronaban como cenizas, árboles reducidos a esqueletos negros, y un cielo teñido de un rojo oscuro que parecía llorar sangre en lugar de lluvia. Era un paisaje de pesadilla, pero no había gritos ni lamentos, solo el crepitar insidioso del fuego que consumía todo.]
[Caminó sin rumbo, descalza sobre un suelo que ardía pero no quemaba, Su respiración era agitada, y el sudor empapaba su rostro. A lo lejos, una silueta monumental emergió entre las llamas: una catedral de piedra, intacta en medio de aquel infierno. Sus torres apuntaban al cielo como lanzas desafiantes, y de sus vitrales emanaba una tenue luz que prometía refugio. Abigail no tuvo elección, algo dentro de ella la obligaba a avanzar.]
[Las puertas eran enormes, de madera negra con grabados que parecían moverse bajo la luz del fuego. Empujó con esfuerzo, y el sonido de las bisagras resonó como un lamento en la vastedad de la catedral, El interior estaba iluminado por una luz dorada que no tenía origen visible, bañando el altar principal, donde una figura solitaria se arrodillaba.]
[Era una mujer, joven y serena. Sus manos estaban unidas en oración, y sus labios se movían en un rezo silencioso. Todo en ella irradiaba una paz que resultaba imposible en un lugar como aquel.]
[El estruendo fue ensordecedor, Las puertas se abrieron de golpe, estrellándose contra las paredes con una fuerza que hizo temblar los candelabros. Abigail se giró bruscamente, y su aliento quedó atrapado en su garganta. Un hombre entró, y con él, una presencia que llenó el espacio como una tormenta.]
[Era alto, imponente, con el cabello blanco como la nieve y unos ojos rojos que ardían con una ira que parecía devorar todo a su alrededor. Su ropa estaba rasgada, cubierta de manchas oscuras que parecían sangre seca, y en su mano sostenía una espada de filo ancho. La sangre goteaba de ella, cayendo al suelo en un ritmo que parecía marcar el tiempo.]
[Cada paso suyo resonaba en la catedral, y su mirada, cargada de furia, se fijó en la mujer que seguía rezando como si no hubiera notado su llegada. Abigail sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando el hombre habló:
-¿Qué es esto? ¿Otro templo vacío para un Dios ausente? -Su voz era grave, rota, cargada de un odio tan puro que hacía vibrar las paredes-. ¿Sigues rezando? ¿Todavía? Después de todo lo que ha hecho... ¿o más bien, todo lo que no ha hecho?
[La santa alzó la vista lentamente, pero no dijo nada.]
[Mientras el hombre camina lentamente hacia ella, con las manos tensas y los ojos ardiendo con una mezcla de tristeza y enojo.]
-¿Rezando otra vez? Qué ironía… aquí estás, suplicándole a un Dios que no te escucha, mientras el Pais que dices proteger se desmorona a tu alrededor. ¿Realmente crees que tus palabras alcanzan Sus oídos?
[Se detiene frente a ella, su voz se torna más baja, casi un susurro cargado de veneno y dolor.]
-Dime, santa, ¿cómo puedes seguir adorándolo? ¿Cómo puedes llamarlo "Padre" después de todo lo que ha permitido? Mírame. No, de verdad, mírame. ¿Crees que nací con esta oscuridad en mi corazón? ¿Crees que llegué al mundo queriendo destruir, queriendo odiar? No… hubo un tiempo en el que yo también creía. Un tiempo en el que mis rodillas tocaban el suelo, como las tuyas ahora, y mis labios pronunciaban oraciones con la esperanza de ser escuchado. Pero no lo fui.
[Se arrodilla frente a ella, igualando su posición, con los ojos llenos de una mezcla de ira y lágrimas contenidas.]
-Hablas de amor, de misericordia, de un Dios que nunca abandona. Pero dime, ¿dónde estaba Él cuando los que amaba más que mi propia vida fueron arrebatados de mí? ¿Dónde estaba cuando el fuego consumió mi hogar, cuando las llamas no dejaron más que cenizas y el sonido de gritos que nunca podré olvidar? ¿Dónde estaba cuando mi madre fue desollada frente a mí? ¿Eh? ¡DIME!
[La catedral se llenó de su voz, y Abigail sintió que las paredes mismas temblaban con su furia, La santa permanecía inmóvil, como si el hombre fuera invisible. Él apretó los dientes, y sus ojos rojos destellaron.]
-Tú dices que Él ama a todos por igual. Que incluso yo, con mis pecados, soy parte de Su creación. Pero, si ese Dios al que alabas es amor, entonces Su amor es cruel. ¿Qué clase de ser permite que el dolor sea el precio de la existencia? ¿Qué clase de Padre observa en silencio mientras Sus hijos se destruyen unos a otros?
[Se levanta de golpe, su voz ahora un grito que retumba por la catedral.]
-¡Dices que Él nos ama! ¡Entonces explícame! ¿Cómo puede un ser que ama permitir el hambre, las guerras, las enfermedades? ¿Cómo puede amar cuando nos condena al sufrimiento desde que nacemos?
[Se lleva las manos al pecho, apretando con fuerza como si intentara arrancarse algo de dentro.]
-Yo lo llamé. Lo llamé cuando estaba solo. Lo llamé cuando todo se oscureció. Pero nunca vino. Nunca respondió. Y ahora, tú vienes aquí, con tus palabras de fe, pretendiendo ser un faro en esta oscuridad. Pero tus palabras no pueden devolver lo que he perdido.
[Camina hacia ella, más cerca, su voz baja de nuevo, cargada de amargura.]
-Dime la verdad, santa Mónica. Tú que estás tan cerca de Él, tú que lo defiendes con tanta devoción. ¿Por qué? ¿Por qué no responde? ¿Por qué no te salva? ¿Es indiferencia? ¿O es que simplemente no le importas?
[Se detiene, con la mirada clavada en los ojos de la protagonista, buscando respuestas desesperadamente.]
-¿O será que no existe? ¿Será que todo esto tus rezos, tus alabanzas, tus sacrificios.
—No es más que una ilusión que te dices a ti misma para no enfrentar el vacío? Porque yo lo siento, lo he sentido toda mi vida: ese vacío que crece, que devora todo a su paso.
[Se aleja unos pasos, como si le costara mantenerse de pie, con las manos temblando.]
-Si ese Dios al que tanto amas existe… entonces no es amor lo que nos tiene. Es desprecio. Porque el que ama no destruye. El que ama no guarda silencio mientras Su creación se consume en el dolor.
[Se gira hacia ella, con una expresión de determinación oscura en su rostro.]
-Y si alguna vez lo veo… si alguna vez me enfrento a Él, no me arrodillaré. No le pediré misericordia. Le exigiré respuestas. Porque alguien tiene que hacerlo. Alguien tiene que alzar la voz por todos los que sufrieron y murieron esperando Su amor.
[Da un último paso hacia ella, su voz ahora un susurro frío.]
-Así que reza, santa. Reza todo lo que quieras. Pero no te engañes creyendo que Él te escucha. Porque si lo hace… entonces es aún peor. Porque Él elige no hacer nada.
-Pero primero, acabaré con ustedes, sus santas, sus mártires, sus instrumentos de engaño. Uno por uno, limpiaré este mundo de su podrida fe. Y si él tiene el valor de aparecer, yo mismo lo derribaré.
[El hombre levantó su espada. La luz dorada que rodeaba a la santa pareció menguar, y en un movimiento rápido, el filo atravesó su cuerpo. Abigail soltó un jadeo ahogado al ver cómo la sangre de la mujer manchaba el altar. La santa cayó al suelo, sus labios aún murmurando una última plegaria antes de quedar en silencio.]
[El hombre se quedó mirando el cadáver por un instante, su respiración pesada como un rugido en la catedral. Luego se giró, y con cada paso suyo, las llamas comenzaron a devorar el interior del lugar. Antes de desaparecer entre el fuego, sus ojos rojos se fijaron en Abigail, como si pudiera verla. Una sonrisa fría se dibujó en sus labios.]
[Abigail despertó con un grito ahogado. Estaba en su cama, empapada en sudor, el corazón golpeándole el pecho como si fuera a estallar. Su mente seguía atrapada en el sueño, en las palabras del hombre, en el filo de su espada. "Si ese Dios existe, lo mataré." Esas palabras resonaban como un eco infinito, mientras ella se abrazaba a sí misma, temblando de terror.]
—¡Despierta, Abigail, despierta!
—¿Arthur? ¿Dónde estoy?
—Gracias a Dios que estás bien. Estaba preocupado cuando Lewis te trajo en sus brazos. Tan pronto como llegó, hice que llamaran al médico real. Aunque dijo que estarías bien, pasaron tres días y aún no despertabas, y eso me preocupó. Además, comenzaste a sudar mucho y a balbucear cosas. ¿Segura que estás bien? Si quieres, puedo llamar otra vez al médico.
—Arthur, Arthur, tranquilo. Ya estoy bien, lamento haberte preocupado.
—¿Qué es lo que te pasó, Abigail?
—Arthur, creo que en la guerra alguien muy aterradora vendrá.
[Abigail mira fijamente hacia la ventana.]
"Si ese Dios existe, lo mataré. Un humano que está dispuesto a ir en contra de Dios."
[Arthur toma la mano de Abigaíl ]
—No te preocupes, incluso si un dragón ataca, prometo que te protegeré.
Continuará......
pero asi va ser