Fantaseo Con Esas Curvas

Alejandro

Sentado al lado de la cama de Sofía, no puedo dejar de mirarla con profunda preocupación. Verla tan frágil y vulnerable me parte el corazón. Los médicos han sido claros, su estado es crítico y no saben si logrará sobrevivir.

Tomo su mano con suavidad, sintiendo cómo parece tan pequeña y delicada entre las mías. Recuerdo todos los momentos que hemos vivido juntos, las risas, las lágrimas, el amor que hemos compartido. No puedo imaginar mi vida sin ella.

—Sofía, mi amor, estoy aquí contigo —susurro cerca de su oído, con la voz quebrada por la emoción—. Por favor, tienes que luchar. Juntos saldremos de esto, te lo prometo.

Levanto la mirada y me encuentro con la expresión seria del médico, que se acerca a mí con cautela.

—Señor Alejandro, lamento tener que informarle que su padre no ha logrado sobrevivir —dice con pesar—. Sufrió complicaciones graves y, a pesar de nuestros esfuerzos, su estado empeoró rápidamente.

Siento que el aire abandona mis pulmones. Mi padre, la persona a la que durante años he evitado, ya no está. Una mezcla de sentimientos se apoderan de mí: culpa, tristeza, arrepentimiento. Tantos años perdidos, tantas oportunidades desperdiciadas.

—¿Puedo... puedo verlo? —logro preguntar, con la voz apenas audible.

El médico asiente con comprensión y me guía hasta la habitación donde se encuentra el cuerpo de mi padre. Al entrar, lo veo tendido en la cama, tan sereno como si estuviera dormido. Me acerco lentamente, sintiendo que las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos.

—Papá... —susurro, mientras acaricio suavemente su rostro—. Perdóname, perdóname por no haber estado aquí contigo.

El peso de la culpa y el remordimiento se abalanzan sobre mí. Tantas veces que lo evité, tantas oportunidades que dejé pasar para estar a su lado. Y ahora, ya no está.

Me siento junto a él, tomando su mano fría entre las mías. Recuerdo los momentos de mi infancia, cuando me abrazaba y me consolaba. Añoro esa cercanía y esa calidez que alguna vez compartimos.

—Papá, por favor, perdóname —imploro, sintiendo que las lágrimas corren libremente por mis mejillas—. Yo... yo debí haber estado aquí. Debí haber sido un mejor hijo.

El médico se acerca y coloca una mano sobre mi hombro, en señal de apoyo. Entiendo que debo recomponerme, que debo ser fuerte, no solo por mí, sino también por Sofía. Ella me necesita, y no puedo permitirme derrumbarme.

Tomo una profunda respiración y me levanto de la silla. Debo volver con Sofía, acompañarla y estar a su lado. Es lo que más importa en este momento.

Cuando regreso a la habitación, la escena me parte el corazón. Sofía sigue inconsciente, conectada a múltiples monitores y tubos. Los médicos y enfermeras van y vienen, monitoreando sus signos vitales con preocupación.

Me acerco a ella y vuelvo a tomar su mano, sintiendo cómo mi corazón se encoge al ver su estado. No puedo perderla, no ahora. Necesito que se recupere, que abra los ojos y me permita explicarle todo.

En ese momento, Axel entra a la habitación. Su expresión es de profunda tristeza y empatía. Sé que él también está sufriendo por la pérdida de nuestro padre.

—Alejandro —dice, acercándose a mí—. Lamento mucho lo de papá. Sé lo difícil que debe ser para ti.

Asiento en silencio, sin poder encontrar las palabras adecuadas. Axel se sienta a mi lado y posa su mano sobre mi hombro, brindándome su apoyo.

—Ahora lo importante es Sofía —continúa Axel—. ¿Cómo está? ¿Hay alguna novedad?

—Los médicos dicen que su estado es crítico —respondo, con la voz temblorosa—. No saben si logrará sobrevivir.

Axel me mira con preocupación y asiente lentamente. Sé que él también se preocupa por Sofía, y me alivia tener a alguien que comprende la gravedad de la situación.

—Estoy aquí contigo, hermano —dice Axel, apretando suavemente mi hombro—. Vamos a estar pendientes de Sofía, y haremos todo lo posible por ayudarla.

Le agradezco en silencio su apoyo. En medio de tanta incertidumbre y dolor, es reconfortante saber que no estoy solo.

Los días pasan y Sofía sigue luchando por su vida. Los médicos hacen todo lo posible por estabilizarla, pero su condición sigue siendo delicada. Paso la mayor parte del tiempo a su lado, sosteniendo su mano y hablándole con cariño, rogando por que pueda escucharme y encontrar la fuerza para despertar.

En cuanto a mi padre, la noticia de su fallecimiento se extiende rápidamente. Mi tía y otros familiares se acercan a mí, ofreciéndome sus condolencias. Siento una mezcla de gratitud y culpa, pues sé que no hice lo suficiente por estar cerca de él.

Axel se encarga de los trámites y los preparativos del funeral, brindándome su apoyo en todo momento. Agradezco su presencia, pues no sé cómo habría podido afrontar todo esto yo solo.

Durante el servicio, me esfuerzo por mantener la compostura y honrar la memoria de mi padre. Recuerdo los buenos momentos, los consejos que me dio, y me prometo a mí mismo que seré un mejor hombre de ahora en adelante.

Cuando todo ha terminado, regreso al hospital, donde Sofía sigue luchando por su vida. Me siento a su lado, sosteniendo su mano con delicadeza, y me permito derramar lágrimas silenciosas. Ruego a todos los cielos por que ella se recupere, por que pueda despertar y perdonarme por todo lo que le he hecho pasar.

Días después, finalmente hay una luz de esperanza. Los médicos me informan que Sofía ha mostrado signos de mejora y que, aunque aún está en estado crítico, sus probabilidades de sobrevivir han aumentado. Siento que un peso se levanta de mis hombros y me permito esbozar una tímida sonrisa.

—Escuchaste eso, mi amor? —le digo a Sofía, acariciando suavemente su rostro—. Vas a estar bien, tienes que estar bien. Aún tenemos mucho por vivir juntos.

Continúo acompañándola, hablándole con cariño y esperanza. Sé que el camino hacia su recuperación será largo y difícil, pero estoy dispuesto a estar a su lado, a apoyarla en cada paso.

Una noche, mientras velo su sueño, Sofía comienza a mostrar signos de despertar. Contengo la respiración, expectante…