Faltan once minutos para la media noche, Alejandra con el teléfono en mano espera ansiosamente que pasen esos sesenta segundos que la separan del "Hola" de su confidente desconocido. Con él puede ser ella misma, sin la máscara de estoica que desde su infancia se colocó.
Franco está en su habitación, ya ha escrito su acostumbrado Hola y cuenta regresivamente los 25 segundos para pulsar enviar. Él es un ser sensible sin saberlo, su oculta pasión por las artes lo llevó a ella, a esa mujer de la que no conoce ni su nombre, ni su rostro, ni su edad, pero que lo sensibiliza al extremo de sentir sus caricias en el alma.
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Veintitrés
"Puede besar a la novia". Al fin Franco escucha las palabras que ha estado esperando desde que comenzó la ceremonia, con la delicadeza propia de quién está tomando en sus manos la pieza de arte más delicada, atrae el rostro de Alejandra para besarla en los labios lenta, larga y sutilmente.
Durante toda la ceremonia Alejandra estuvo controlando los imperceptibles temblores de su cuerpo que le generan la emoción junto al revoloteo de esas mariposas que tanto deseó sentir y ahora no la abandonan.
—¿Es así que se siente casarse con el amor de tu vida?— pregunta a su ahora esposo, sin despegarse de sus labios —Te amo Franco Alcázar.
—Te adoro esposa mía, eres mía para siempre, cómo yo soy tuyo de las mil y una maneras que te llegue a conocer— responde el hombre con una sonrisa que ni exprimiéndole un saco de limones en la boca le borrarían.
Comienzan las felicitaciones y el primero en acercarse a ella es Pedro.
—Felicidades hermana— le dice abrazándola, ella se siente extraña, pero de igual manera corresponde —sé feliz, te lo mereces— lo cierto es que a pesar de los remordimientos que tiene el mayor de los Smith, por como trató en el pasado a su hermana, su boca se niega a pronunciar una disculpa; a ellos no los enseñaron a aceptar sus errores ante los demas, así como a ella tampoco a pedir ayuda, si no ser la que tenía que ayudar.
—Felicidades— dice escuetamente Lilly colgada del brazo de su novio. Así fueron recibiendo los buenos deseos de familiares y amigos, unos sinceros otros no tanto.
Al pasar el arco de rosas rojas donde se dará lugar a la recepción, los nuevos esposos se sorprenden ante la impresionante decoración realizada por Stella, esta es extremadamente elegante, demostrando además que supo leer y fusionar armoniosamente los gustos de ambos. Un salón con grandes ventanales enmarcados en dorado hacen juego junto a las arañas con cristales que cuelgan iluminado el espacio, la mantelería en negro con puntuales detalles en dorado y un camino de cientos de rosas de color rojo sangre que terminan cayendo en cascada al final de la mesa; sin contar con las cubertería bañada en oro y las copas tulipa en cristal de bohemia con las iniciales de la pareja para el momento del brindis. Ella no podía hacer menos, es la boda de su hijo mayor y no iba a permitir una celebración sencilla aunque sea con pocos invitados.
Entre la pequeña concurrencia se encuentran los hermanos de Alejandra con sus respectivas parejas, los padres de ambos contrayentes; los socios de Franco, incluyendo a Henry, Julieta y Belkis quien junto a Reinaldo Leiva fueron los testigos de la boda.
A lo largo de toda la fiesta los nuevos esposos no han dejado de darse muestras públicas de afecto, ganándose algunas miradas de envidia y la maliciosamente penetrante vista de su cuñada.
—Disimula un poco tu emoción— le susurra sarcásticamente Henry a Julieta al oído.
—¿De qué estás hablando?, claro que soy feliz por mi hermano— responde a la defensiva.
— Dile eso mismo a tus ojos— le murmura al oído, se lleva la copa a los labios y desvía la mirada hacia los recién casados...
Una hora más tarde, los invitados comienzan a celebrar más desinhibidos a causa de las bebidas, la radiante nueva señora Alcázar se aleja un momento de su marido para ir hasta el baño; parte de las consecuencias de su embarazo es la constante necesidad de vaciar su vejiga.
Alejandra sale del cubículo y se encuentra a su cuñada esperándola frente al lavamanos.
—No creas que por casarte con Franco, eres la dueña de su fortuna— escupe mientras la toma fuertemente por un brazo —cuídate mucho, los accidentes ocurren— dice señalándole con el dedo índice de la mano libre el vientre. Alejandra mantiene su mirada imperturbable, pero eso no evita que un escalofrío recorra su espina dorsal, se suelta del agarre y sale en silencio, pero totalmente inquieta.
Al abrir la puerta, ve a Belkis acercarse por el pasillo y la lleva hasta un espacio apartado para contarle a su amiga lo sucedido; no obstante, como la conoce bien, le prohibe que actúe.
—Está bien, tú cuidate de esa loca, cuando vengas de tu luna de miel hablamos mejor— promete Belkis llena de rabia, pero su olfato le dice que Julieta trama algo más.
Alejandra, aún con un poco de nervios, se une nuevamente a su esposo para seguir compartiendo con los presentes.
—¿Bailamos señora Alcázar?— le dice Franco a su mujer, tomándole la mano, ell asiente con la cabeza y se dirigen juntos a la pista de baile. Mientras la música suena en ningún momento uno quita los ojos de encima del otro y entre miradas, risas y uno que otro beso, se entregan a la danza.
—Deberíamos irnos, muero por empezar la luna de miel— dice Franco apretándola un poco más contra su pecho.
—¿Será correcto?, ¿No será muy temprano?— cuestiona.
—Podemos fugarnos sin que se enteren— habla con un brillo de diversión y malicia en sus ojos.
Mientras buscaban el momento de desaparecer, sin que lo notaran hasta ya haberse marchado, la pareja es abordada por su socio de Nueva York, Rod Davies y su esposa. Mientras cruzan unas pocas palabras, Julieta divisa a un mesero que se acerca haciendo malabares con algunas copas vacías y otras a medio tomar, y sin que aparentemente nadie se de cuenta, hace que tropiece y caiga abruptamente junto con la bandeja, manchando en el proceso el vestido de la novia. Esta acción no escaló a mayores porque Franco instintivamente la tomó para hacerla dar unos pasos hacia atrás; de haberse quedado en el mismo lugar, es probable que hubiera caido.
Belkis, quien no ha dejado de observar en toda la noche a la nefasta mujer quiso enfrentarla, pero fue detenida por Reinaldo que ya está al tanto de las sospechas de su acompañante.
Alejandra aprieta los labios con frustración, pero Franco aprovecha para cambiar su humor y de paso salirse con la suya.
—Señores, esta es una señal divina, disfruten de la fiesta— dice en voz lo suficientemente alta como para que todos los presentes escuchen, levanta a su mujer al estilo nupcial y sale con ella cargada a comenzar su luna de miel. Ante tan original fuga, solo oyen silbidos y aplausos mientras se alejan.
Gracias por compartirla, y tener el placer de leer los 61 capítulos.
bendiciones
felicidades y que sigan los éxitos en cada novela que subas
un abrazo desde CD jJuarez