Contraataque de la esposa

—Creo que el hecho de que tú estés embarazada de mi esposo mientras aún estamos casados es todavía más incorrecto —respondí con amabilidad mientras la miraba fijamente—. ¿Qué tiene de malo que un amigo me cuide mientras estoy herida? Solo las personas con la mente sucia lo verían como algo malo. —Me obligué a recordarme que yo estaba herida y que los cambios bruscos de humor no eran buenos para mí. Si me enojaba, Morley se saldría con la suya. Isaac nos miraba calmado y de brazos cruzados, pero yo sabía que, por más que fingiera estar tranquilo, la situación lo ponía bastante nervioso. Si Morley intentaba lastimarme, se acercaría de inmediato para protegerme. Me dio paz y me conmovió pensar en eso. A decir verdad, Isaac y yo no éramos tan cercanos, pero, a diferencia de mi esposo, era capaz de hacer todo eso por mí. Me obligué a compararlos: necesitaba hacerme la idea de cuán desalmado era Ivan.

—Basta de tonterías —dijo Morley. Estaba un poco enojada y avergonzada. Levantó la voz en un intento de sonar más imponente y dijo—: Conseguimos a alguien para que saque la cuenta de a cuánto asciende tu patrimonio actual. Todo el saldo y los dividendos de la cuenta bancaria de Ivan están en tu cuenta, así que ahora tienes muchísimo dinero depositado allí. Van a divorciarse, por lo que ese dinero se repartirá en cantidades iguales bajo el concepto de bienes en común.

—¿Por qué no vino él a decirme todo esto? —pregunté sin apartar la vista de ella.

—Es un hombre sensible —respondió—. Cree que decirte todo esto dañará la relación que ustedes tienen, así que me pidió a mí que lo hiciera. Reina, has hecho mucho dinero al aprovecharte de Ivan todos estos años. No seas codiciosa, ¿sí?

Le respondí con una sonrisa burlona. ¿A Ivan le importaba dañar nuestra relación? No tenía sentido; estábamos a punto de divorciarnos. Además, ¿a que se refería cuando dijo que me había aprovechado de él? ¿Cómo era que me aprovechaba de él si lo único que yo hacía era dirigir nuestra sociedad conyugal? Isaac ya no toleraba la situación, así que tomó una silla y se sentó.

—Señorita Brock, ¿acaso es usted abogada? —preguntó dando un golpe en la mesa de madera junto a mi cama.

—Por supuesto que no —respondió luego de un momento en silencio sin saber qué decir—. No intente convencerme de nada. Sé que ustedes los abogados tienen mucha labia.

—¿Es la mediadora para el divorcio?

—No, no lo soy —dijo con fastidio—. Pero soy la amante de Ivan y su futura esposa. Tengo derecho a hacer preguntas sobre sus bienes.

—¿Usted habla en serio, señorita Brock? Hasta que no haya un certificado de divorcio, Reina e Ivan siguen estando casados ante los ojos de la ley, y nadie ajeno al matrimonio tiene derecho a entrometerse en sus bienes compartidos. En palabras más simples, no es un tema de su incumbencia. —Morley casi se desmaya del enojo al oírlo decir todo eso.

—Bien, no será asunto mío, pero ¿qué tiene que ver usted en todo esto? —preguntó la mujer.

—Soy el abogado de Reina y estoy trabajando en su divorcio. Si hay algún problema, dígale a Ivan que venga y lo hable directamente conmigo. —Miró a la mujer y le señaló la puerta—. Ahora, por favor, retírese de aquí. —La mujer estaba que explotaba de la rabia. No podía discutir con él, así que se volteó hacia mí y me dijo:

—Aunque no nos lo diga, tenemos maneras de saber cuánto dinero tiene usted. Si Ivan presenta una demanda, el juzgado congelará todos los bienes compartidos para poder evaluarlos.

—Entonces pídele a Ivan que haga eso, si es que está de acuerdo —dije, y ella se fue hecha una furia. Suspiré aliviada y le di las gracias a Isaac, pero él me ignoró y siguió a Morley con la mirada mientras se alejaba.

—¿Cuánto tiempo más vas a prolongar este asunto? ¿Vas a divorciarte de él o no? Quiero saber cuál es tu decisión definitiva.