Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Más allá del silencio
Cuando desperté, ya era tarde. La oscuridad de la noche se había instalado alrededor de mí, pero mi cuerpo apenas podía procesarlo. Con esfuerzo, me incorporé, tambaleándome mientras mi mente luchaba por despejarse. Me acerqué al otro oso, aún tirado en el suelo, pero esta vez algo en mi interior me dijo que no estaba muerto, solo profundamente dormido. No era como yo, pero había estado conmigo todo este tiempo, y por alguna razón, eso me hizo sentir algo por él. Aun cuando no podía entenderlo completamente, estaba agradecido por su presencia.
Me alejé de él, mis patas pesadas sobre el terreno, mis sentidos aún embotados. Caminaba en círculos, tratando de encontrar un rumbo, pero no podía recordar hacia dónde ir. Me dirigí hacia la carretera, buscando alguna señal de dónde estaba, pero mis recuerdos se desvanecían poco a poco. El sentimiento de frustración se apoderaba de mí, y entonces, me di cuenta de que estaba completamente perdido. Intentaba recordar, pero algo lo impedía. Algo me bloqueaba, me mantenía alejado de mi forma humana.
¿Sería siempre así? ¿Un oso furioso y perdido?
No... ella me hacía reír, la escuchaba reír, su voz, su risa… Ámbar.
Las rocas cerca de la carretera me hicieron detenerme. Algo en ellas me parecía familiar. La formación... parecía un gato. Y entonces recordé su risa, la forma en que hablaba de las cosas, cómo veía el mundo. No pude evitar sonreír por un momento, pero pronto me di cuenta de lo que estaba haciendo: distraerme, evadir la verdad. Necesitaba continuar. No podía quedarme ahí.
Cambié de rumbo, me adentré de nuevo en el bosque mientras la noche caía. El cansancio me pesaba, pero no quería parar, no podía. Estaba cerca, lo sabía. Iba a regresar a casa, a la cabaña donde ella me esperaba. Ese era mi objetivo, mi única razón para seguir adelante. Ámbar. Todo lo que quería era verla de nuevo.
A la madrugada, después de horas que parecieron interminables, llegué a la cabaña. Al principio, no lo supe con certeza. El miedo me envolvió al ver las luces apagadas, la puerta cerrada, las ventanas vacías. Mi esperanza se derrumbó en un instante. La cabaña estaba vacía.
Mi corazón se hundió en un dolor profundo. Ámbar... ¿Dónde estaba? No había rastros de ella, ni un susurro de su presencia. Una sensación helada me recorrió la columna vertebral, la desesperación me abrazó con fuerza. No sabía si había pasado mucho tiempo o si todo había cambiado en un abrir y cerrar de ojos. Lo único que sabía era que ella no estaba allí.
La angustia me empujó a rondar la casa, caminar en círculos alrededor de ella, como un animal atrapado en su propia desesperación. Mis patas pesadas apenas hacían ruido en el suelo mientras caminaba. El aroma del vacío me envolvía, el vacío de la ausencia de Ámbar. No podía aceptarlo. No podía creer que ella ya no estuviera. No podía.
La puerta cedió bajo mi fuerza. Me lancé dentro, sin pensar, dejando que mi ira y desesperación me controlaran. Todo estaba en su lugar, tal como lo dejé. La cama estaba ordenada, las fotos en la pared, mis cosas sobre la mesa... pero no había señales de Ámbar. Nada que me dijera que ella había estado allí, que aún estaba viva.
Me dejé caer al suelo, derrotado, mi forma de oso colapsando en la fría madera. Sentí el peso de la realidad golpearme con fuerza, y por primera vez, en mucho tiempo, me permití sentir. No podía soportarlo. No sabía cuánto tiempo pasé ahí, inmóvil, solo, deseando que todo esto fuera una pesadilla, una broma cruel. El mundo entero parecía haberse desmoronado.
La noche continuó su marcha, y la mañana llegó sin ninguna respuesta. Aún no me movía. Ni siquiera cuando escuché el crujir de pasos cercanos, de alguien que se acercaba. Si era un cazador, si pensaba que un oso había destruido una casa y me disparaba, no me importaba. Ya nada importaba. ¿Para qué luchar? ¿Para qué seguir si Ámbar ya no estaba?
Entonces, una voz rompió la oscuridad, una advertencia urgente:
—Es peligroso, no entres.
Un grito de frustración le siguió:
—¡Maldita sea!
Lo escuché justo antes de que el aire volviera a quedarse en silencio. No me moví, ni siquiera cuando sentí esa presencia cercana. Pero de repente, la vi. Ámbar. Su cabello más corto, su rostro marcado por la preocupación. Mis ojos la siguieron con desesperación, como si mi corazón estuviera a punto de estallar de tanto amor y dolor. Detrás de ella, Barret trataba de evitar que se acercara, decía algo que no logré entender, pero su voz me llegaba nítida a través del caos de mi mente. Ámbar, con una fuerza que siempre me había sorprendido, le apartó de un empujón y, sin dudar, se acercó a mí.
Sus manos me tocaron con dulzura, su calor me envolvió, y sentí que mi alma, aunque adolorida, aún respondía a su toque.
—Derek, cariño, soy yo. Mírame, responde. Cambia.
Su voz era un susurro, un ruego que calaba hondo, pero mi cuerpo no respondía. Aunque su voz me atravesaba, mi mente solo podía concentrarse en el dolor de verla, de no poder hacer lo que ella pedía. No podía cambiar, no podía tocarla como deseaba, solo podía mirarla y dejar que las lágrimas invisibles recorrieran mi alma.
Barret seguía insistiendo, interponiéndose entre nosotros, pero Ámbar no lo permitió. Su voz se alzó, firme y decidida:
—Si no fuera mi Derek, me habría atacado ya. Algo le ha pasado. Si no sabes qué hacer, llama a Volkon o a un tejedor, ellos pueden ayudar.
El sonido de su voz, tan llena de preocupación y amor, me atravesaba por completo, pero yo no podía hacer nada más que mirarla. Mis ojos brillaban con el dolor de la impotencia, de no poder consolarla como solía hacerlo, de no poder ser el Derek que ella conocía. Barret me miró entonces, como si estuviera buscando alguna señal, alguna respuesta que confirmara que era yo.
—¿Eres Derek, muchacho?
Su voz era grave, llena de duda.
Intenté moverme, un leve gruñido escapó de mi garganta, un sonido bajo, casi imperceptible, pero que solo él habría reconocido como un intento de respuesta. Barret suspiró, parecía aún no estar convencido. Luego, con una determinación renovada, me dio una orden.
—Toca el suelo.
Sin pensarlo, lo hice. Mis grandes patas rozaron el suelo, sintiendo la tierra fría bajo ellas, intentando recuperar un poco de mi fuerza y control.
Barret, claramente frustrado, retrocedió unos pasos y miró a Ámbar.
—¿Estás completamente segura de que no te hará daño?
Su voz reflejaba incertidumbre, aún sin poder creer lo que veía.
Ámbar lo miró con una intensidad que nunca había visto antes, y su respuesta fue tajante, llena de confianza:
—Él nunca me hará daño. Es mi compañero.
Barret pareció rendirse, aunque no sin antes soltar una última mirada hacia nosotros, como si quisiera encontrar algo más que lo convenciera.
—Bien —dijo finalmente—. Vivirás con eso. Estaré de vuelta en un rato, con un tejedor y uno de los nuestros. Vamos a arreglar la puerta, supongo que no querrás separarte de él ni ir a casa de Dana, ¿verdad?
Ámbar acarició mi lomo con suavidad, como si eso pudiera calmarme. Su voz, baja pero clara, llegó a mis oídos:
—Me quedo con mi compañero.
Con eso, Barret se alejó, dejándonos en el silencio que siguió. La puerta rota, la casa vacía, pero Ámbar estaba aquí, conmigo. Aunque yo no pudiera hablar, ni responderle de la manera en que siempre lo hacía, ella no se apartaba de mi lado. Y eso, aunque no lo entendiera completamente, era todo lo que necesitaba ahora.
Ella permaneció cerca, su fuerza y su presencia eran lo único que me mantenía anclado en este momento, en este mundo que parecía desmoronarse. No sabía qué sucedería después, no sabía cómo podría volver a ser quien fui, pero mientras ella estuviera conmigo, nada más importaba.
El agua caía sobre mi cuerpo, fría y nítida, mientras Ámbar me lavaba, cuidadosamente buscando cualquier rastro de heridas, de daño, de lo que me había pasado. No podía responder, no podía hablar, pero sentía el peso de sus manos sobre mi piel, de su preocupación palpable. Su amor era tangible, pero yo no podía darle nada a cambio.
De repente, su voz cortó el silencio que nos envolvía.
—Alguien te ha retenido —dijo con suavidad, tocando mi cuello con delicadeza. —Se ven las marcas, Derek.
Sus dedos rozaron las cicatrices, buscando alguna respuesta en ellas, en esos rastros de lo que me había pasado.
Al acercar mi hocico a su cuerpo, buscando algún consuelo en su calor, pude sentir la tensión en sus palabras, la tristeza que se mezclaba con el deseo de cuidarme, de entender qué había sucedido. No podía hablar, pero al menos podía estar cerca de ella. Eso, por lo menos, era algo.
Ámbar continuó, su voz temblorosa, llena de recuerdos y angustia.
—Ese día que no volviste, me preocupé mucho. Llamé a Tobías, pero no respondió. —Hizo una pausa, y el aire se volvió denso entre nosotros. —Luego, con Volkon, fuimos a buscarte a su casa, pero no había señales de ti. Dean y algunos lobos siguieron tu rastro, pero los llevó hasta los límites del bosque. Ahí encontraron a Tobías inconsciente. Él dijo que algo lo alcanzó y se desmayó, pero no sabía nada de ti. Dijo que ibas detrás de él, en un paseo tranquilo.
Mientras me lavaba, Ámbar no dejaba de hablar, como si su voz fuera la única manera de mantenerse cuerda, como si al hablar pudiera encontrar algún tipo de respuesta, algo que la ayudara a seguir adelante.
—Con Dean y Volkon seguimos rondando los bosques cada semana, pero no había señales de ti. Nada. Solo sentí tu ausencia, tu tristeza. No sabía si era mía o tuya, pero mientras sintiera algo, seguiría buscándote. Casi ocho meses, Derek. Casi ocho meses sin saber nada de ti.
Me acarició la cabeza, y pude sentir que su cuerpo temblaba levemente, como si todo el peso de la espera, de la incertidumbre, la hubiera dejado agotada.
—Dana me obligó a ir a vivir con ella. A veces Barret y yo recorríamos el bosque, fuimos a otras manadas, pero nada. A veces regreso sola aquí, esperándote fuera, pero nunca entraba. No podía hacerlo, no podía entrar a la casa sin verte.
Las palabras de Ámbar se mezclaban con el dolor que sentía por no haber estado allí para ella, por no haber podido regresar a su lado antes. Pero mientras estuviera conmigo, mientras pudiera sentirla cerca, sabía que aún quedaba esperanza.
Ella, con tanto amor y paciencia, me secó con las toallas, mientras sus manos recorrían mi cuerpo, limpiando cada rincón de suciedad, pero también con la esperanza de encontrarme a mí, al verdadero Derek, al que ella amaba. Cuando terminó, se sentó cerca de mí y acarició mi cabeza con suavidad.
—Lo siento, cariño. No sé qué más hacer.
Aunque no pudiera responderle, ni regresar a mi forma humana, sentí un destello de esperanza al saber que ella seguía allí, a mi lado. Y eso, por ahora, era lo único que me importaba.