Haniel Estrada ha logrado obtener su título oficial de detective de la policía tras los eventos ocurridos en contra de su ahora muerto padre.🕵️♂️
Ahora como el tutor de su hermana adolescente y de la hija del detective Rodríguez, debe dividir su tiempo entre ser "Padre" y su pasión, pero toda felicidad tiene su fin.🙃
Su medio hermano Carlos ha jurado venganza en contra de Haniel y sus protegidas por la muerte de su padre y promete ser el próximo asesino serial y superar a su padre😬
¿Podrá Haniel proteger a sus seres queridos y evitar tantas muertes como las que ocurrieron antes?💀
NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
LA BRISA DEL ALBA
La noche se había apoderado de la ciudad.
En la habitación de Sofía, la luz de la luna entraba a través de la ventana entreabierta, proyectando un halo plateado que cortaba la penumbra. Afuera, se escuchaba el lejano rugido de un motor que pasaba y, más cerca, el crujir de un árbol cuando el viento nocturno agitaba sus ramas contra el cristal. El tic-tac del reloj sobre la pared parecía más fuerte de lo normal, como si cada segundo marcara una cuenta regresiva invisible.
Sofía estaba sentada frente a su computadora, con el estómago tenso y la mente atrapada entre la duda y la urgencia. La pantalla parpadeaba, mostrándole un correo nuevo. Lo había abierto sin pensarlo demasiado, y ahí estaba: el mensaje de Carlos.
El texto, frío y directo, se extendía ante sus ojos:
"¿Recuerdas los códigos que descifraste de nuestro padre?
Ahora tendrás que hacer lo mismo, pero con mis propias reglas.
Te enviaré un mensaje cifrado.
Cuando lo descifres, encontrarás la pista que te llevará a la persona que busca vengarse de tu hermano.
Solo si lo logras, destruiré el video que te atormenta y serás libre."
El pulso de Sofía se aceleró. Sentía la garganta seca, pero no se levantó por agua; no quería perder ni un segundo.
Hizo clic en el archivo adjunto. Un documento en blanco apareció en pantalla, y poco a poco, letras y símbolos fueron revelándose en líneas caóticas:
7-15-5-14-20-5
20-18-5-1-4-15
3-1-4-1
2-18-5-1-14-15
25-20-21
16-18-15-14-20-15
—Un cifrado numérico… —susurró Sofía, mordiéndose el labio.
De inmediato pensó en lo más obvio: números que correspondían a letras en el alfabeto. Sacó una libreta, el mismo cuaderno en el que solía anotar teorías de clase, y escribió:
1 \= A, 2 \= B, 3 \= C… hasta el 26 \= Z.
Comenzó a traducir.
La primera línea: 7-15-5-14-20-5 → G-O-E-N-T-E.
Frunció el ceño. —No tiene sentido.
Respiró hondo. Quizá no se trataba de letras directas, sino de un sistema alterado, como los que su padre había creado años atrás. Recordó entonces uno de esos días: ella, pequeña, resolviendo acertijos que su padre dejaba en hojas arrugadas, siempre con una clave escondida en la naturaleza. Carlos sabe que puedo hacerlo, por eso lo está usando contra mí.
Volvió a mirar las cifras. Quizá había que agruparlas de otra forma. Tomó la primera secuencia y sumó los dígitos:
7+15+5+14+20+5 \= 66.
Pasó la página del cuaderno y pensó: —El 66… en el alfabeto doble… sería la letra B.
Probó con la segunda secuencia: 20-18-5-1-4-15 → 63 → A.
Luego la tercera: 3-1-4-1 → 9 → I.
Poco a poco, las letras empezaron a surgir:
BAI…
Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Volvió a intentarlo con las siguientes:
2-18-5-1-14-15 → 55 → S.
25-20-21 → 66 → B.
16-18-15-14-20-15 → 98 → R.
La palabra final quedó escrita en la hoja, con letras mayúsculas:
BAISBR
Se quedó mirándola, confundida. El eco del viento hizo vibrar la ventana y Sofía se abrazó los brazos, como si quisiera contener el frío que ahora no venía del clima, sino del enigma.
—No… falta algo.
Volvió a reorganizar, usando la técnica de anagramas que había aprendido de su padre. Movió las letras una y otra vez, hasta que el patrón se reveló como un golpe en la conciencia.
BRISA
El aire se le escapó del pecho.
—La pista es “Brisa”…
De inmediato pensó en el café cercano a la universidad, el que se llamaba Brisa del Alba, donde los estudiantes solían reunirse a hablar y estudiar. Si el mensaje apuntaba allí, entonces la persona que estaba investigando a Haniel podía estar en ese lugar.
La computadora volvió a parpadear. Otro correo entraba. Sofía dudó un instante, pero lo abrió:
"Vas por buen camino, Sofía.
Cuando llegues a la verdad, sabrás quién amenaza la vida de tu hermano.
Tu inteligencia es tu condena, pero también tu única salida."
El corazón de Sofía latía como un tambor. Sabía que no podía detenerse. Carlos había abierto un juego en el que ella era la única jugadora, y la apuesta era la vida de Haniel.
Cerró los ojos unos segundos, dejando que el silencio de la noche se clavara en su mente. El rumor de los grillos, el motor lejano y el crujido del árbol parecían voces de advertencia.
Después, se inclinó hacia adelante y escribió en el cuaderno:
"Debo ir al café Brisa. Allí encontraré lo que Carlos quiere que vea."
No sabía si estaba cayendo en una trampa o si realmente salvaba a su hermano, pero una cosa era cierta: había aceptado el juego.
La luna iluminó el papel donde su puño tembloroso había escrito la palabra clave.
BRISA.
El inicio de un camino que cambiaría todo.
El amanecer tiñó el cielo de tonos anaranjados y rosados, como si la ciudad quisiera regalarle un instante de calma a Sofía antes de otro día de incertidumbres. Frente a la puerta, Jessica subió al autobús de la primaria mientras las luces intermitentes de la patrulla detrás lo seguían de cerca, como una sombra protectora. Sofía le sonrió, disimulando la tensión que le quemaba por dentro, y levantó la mano para despedirse. La niña, desde la ventana, respondió con un gesto rápido y la inocencia en los ojos.
Cuando el autobús desapareció al girar en la esquina, Sofía respiró hondo. Acomodó la mochila sobre su hombro y comenzó a caminar rumbo a la universidad. El aire fresco de la mañana le acariciaba la piel, pero su mente estaba enredada en un nudo de pensamientos: los mensajes de Carlos, la promesa del cifrado, la sensación de que alguien la vigilaba constantemente.
Al llegar frente al edificio de la universidad, se detuvo. Sus pasos, en vez de subir las escaleras, giraron hacia la avenida lateral. Algo en ella le pedía un respiro, un momento para ordenar su mente antes de sumergirse en clases. Caminó unas cuadras hasta que el aroma de café recién molido y pan caliente la envolvió. Un letrero colgante, de madera clara y letras grabadas a mano, decía: Cafetería Brisa del Alba.
Empujó la puerta y un leve tintinear de campanillas la recibió. El interior estaba iluminado por la suave luz del sol que entraba a través de grandes ventanales. Las mesas de madera pulida reflejaban un brillo cálido, y el murmullo de conversaciones tranquilas creaba un ambiente acogedor. El aire estaba impregnado del olor a café tostado y a canela. Una pareja mayor compartía un desayuno en la esquina, dos estudiantes hojeaban apuntes con rostros adormilados, y detrás del mostrador una mesera limpiaba con calma unas tazas.
Sofía se acercó al mostrador. La mesera, de cabello recogido y sonrisa amable, levantó la vista.
—Buenos días, ¿qué te sirvo? —preguntó con voz melodiosa.
—Un café negro, por favor —respondió Sofía, intentando sonar tranquila.
Mientras la mujer servía la bebida, Sofía observó los detalles: un reloj antiguo colgado en la pared, una estantería llena de pequeños frascos con galletas, y un ventanal desde el cual podía ver la calle bañada por la luz matutina. Todo parecía demasiado pacífico, como si estuviera en otro mundo, lejos del juego retorcido en el que Carlos la había atrapado.
La mesera dejó la taza humeante frente a ella. Sofía tomó un sorbo, sintiendo el calor recorrerle la garganta, y decidió arriesgarse.
—Disculpa… —dijo con voz más baja—, ¿conoces a alguien llamado Haniel Estrada?
La mesera arqueó una ceja, sorprendida.
—¿Haniel Estrada? Claro que sí. Aquí todos lo conocen. Es inspector, muy respetado… ha ayudado mucho a la comunidad. No es alguien fácil de pasar por alto.
Sofía apretó la taza entre sus manos. El nombre resonó en su mente con una mezcla de alivio y temor. Si Haniel era tan conocido en el condado, entonces encontrarlo sería complicado, y aún más difícil protegerlo de las sombras que se cernían sobre su vida.
—¿Y suele venir por aquí? —preguntó, con un dejo de esperanza.
La mesera negó suavemente.
—No que yo sepa. Pero si buscas información de él, la mayoría de la gente podrá contarte algo. Es alguien con una reputación intachable… —se inclinó un poco hacia Sofía, bajando la voz—. Y alguien así siempre tiene enemigos.
Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se despidió con una sonrisa educada y llevó la taza hacia una mesa junto al ventanal. Desde ahí, contempló la calle mientras el café se enfriaba lentamente. El mundo parecía seguir con normalidad, pero para ella cada sombra escondía una amenaza.
Concluyó que Carlos había tenido razón en una cosa: encontrar al enemigo que acechaba a su hermano no sería fácil. Haniel estaba demasiado expuesto, demasiado visible… y alguien estaba aprovechando eso para urdir su venganza.
La mesera volvió a acercarse a la mesa con una sonrisa amable. En la bandeja llevaba un pequeño ticket con el total de la cuenta y, cuidadosamente doblado junto a él, un papel distinto, de textura más áspera y con los bordes algo arrugados.
—Aquí tienes tu cuenta —dijo, colocando ambos objetos frente a Sofía.
Sofía frunció el ceño al ver el papel extra y, con cautela, lo tomó entre sus dedos. Antes de abrirlo, levantó la mirada hacia la mujer.
—Disculpa… este papel, ¿de dónde salió?
La mesera, un poco incómoda, bajó la voz.
—Un hombre pasó por aquí hace como media hora. Me dijo que vendrías, que te reconocería por tu ropa y que, cuando llegara el momento, te entregara esto junto con tu recibo. No me dio más detalles.
Sofía sintió que la sangre le corría más fría que el café abandonado en su mesa. Con manos temblorosas desplegó el papel: el mensaje estaba escrito con trazos firmes y calculados, sin firma, sin adornos.
“La persona que menos esperas será aquella que termine con acabar con tu familia.”
El murmullo de la cafetería se desvaneció en su percepción, como si de pronto todo el mundo se hubiese apagado. Solo quedaba ella, el papel y la certeza de que Carlos había encontrado una nueva forma de atraparla en su juego.
Guardó el mensaje en su mochila con un gesto rápido y, después de pagar, salió a la calle. La brisa fresca de la mañana ya no le pareció ligera ni calmante: llevaba consigo la sensación de un reloj que acababa de ponerse en marcha.
El juego había comenzado.