Ella tiene 17, él 25.
Ella quiere vivir, él quiere estabilidad.
Ella apenas empieza, él ya está listo para formar una familia.
No tienen nada en común... excepto lo que sienten cuando se miran.
Lía no está buscando enamorarse. Oliver no puede permitirse hacerlo. Pero el destino no siempre pregunta.
Un roce de manos, una conversación a medianoche y el miedo de amar cuando no se debe…
Una historia dulce, intensa y real sobre el amor que llega en el momento menos adecuado… o tal vez, en el más perfecto.
NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 22
Narra Lía
No sé cuándo pasó.
No sé si fue desde el primer momento en que lo vi, sentado en el borde de la piscina con esa sonrisa de medio lado, o cuando nos reímos juntos por cualquier tontería, o esa noche que compartimos chocolate caliente bajo las estrellas...
Pero pasó.
Y ahora, está en mi mente todos los días.
Forma parte de mi rutina sin estar presente. Me levanto y pienso si ya desayunó, si durmió bien, si está muy cargado con el trabajo. Si ya comió. Si me pensó.
¿En qué momento se metió tanto?
Ayer, mientras estábamos en su apartamento, sentada sobre sus piernas viendo muebles, tuve la certeza de que ya no hay vuelta atrás. Estoy enamorada. Lo estoy. Y no me da miedo admitirlo, no al menos a mí misma.
Hoy en la escuela, el día parecía eterno. La clase de química fue un castigo y ya a la hora del almuerzo, sentí que no podía con mi propia cabeza. Tenía que hablarlo con alguien.
Me senté con Sofía en nuestra mesa habitual del comedor, bajo esa sombrilla que no sirve de nada contra el sol, pero que siempre está ahí, como todo en esta escuela.
—Sofía —le dije en voz baja mientras abría mi jugo—, creo que estoy... así, como… muy metida con Oliver.
Ella dejó de morder su emparedado como si la hubiera paralizado.
—¡¿Qué?! —me miró con los ojos abiertos como dos soles.
—Shhh, baja la voz —reí bajito—. No es como si fuera un secreto, pero tampoco quiero que lo griten por ahí. Ya tú sabes cómo son.
—¿Y desde cuándo? —me preguntó mientras se acomodaba mejor en su silla, como si se preparara para un chisme épico.
—No sé... no tengo idea. Creo que desde hace tiempo. Primero era solo que me caía bien, luego me gustaba hablar con él... después me di cuenta que lo extraño cuando no lo veo.
—¿Y ya son novios? —preguntó directa.
Me reí. Ella siempre tan frontal.
—No, no me ha pedido que sea su novia. Pero tampoco creo que falte mucho… digo, no es que eso me quite el sueño. Yo solo… estoy disfrutando lo que pasa entre nosotros.
—¡Ay, Lía! Tú eres tan ilusionada —me dijo entre divertida y preocupada—. No digo que esté mal, pero tienes que tener cuidado.
—Sofi, yo no puedo evitarlo. Así soy. Siento bonito y lo dejo fluir. Tampoco estoy pensando en boda y vestido blanco, ¿sabes? —me encogí de hombros—. Es solo que… con él se siente fácil.
Ella me observó un momento, luego suspiró.
—¿Y qué pasó con el baile? Al final no fuiste, ¿verdad?
—No. No me interesa ir a un salón todo lleno de gente con música malísima. Y menos si tengo que estar esquivando a Jonas y a Alexander como en una película de acción.
Sofía soltó la carcajada.
—Ay, no, pero igual te perdiste del show. Alexander fue vestido de príncipe y todo, ridículo. Me pidió que grabe un TikTok mientras recitaba un poema que rimaba “hermosa” con “mariposa”... y todo eso para nada. Porque su “mariposa” no fue.
—Lo siento, pero no estaba para eso —me reí yo también.
Y es que la verdad, ese día fue de Oliver. Nos escapamos del mundo y miramos las estrellas como si fueran solo para nosotros. No lo cambio por ningún baile.
—¿Y qué vas a hacer si te pide que seas su novia?
—No sé… —sonreí mirando el cielo—. Capaz me da un ataque de nervios y me desmayo.
Sofía se rió, yo también.
Estoy ilusionada, lo admito. Estoy llena de emoción. Pero también de calma. Porque aunque no sé a dónde va esto, se siente real. Sincero. Y, por ahora, eso es más que suficiente.
[...]
Llegué a casa directo de la escuela con la mochila pesándome como si llevara piedras. Quería acostarme a dormir y olvidarme del mundo, pero la escuela tiene otros planes para mí. Desde que comenzó este último año, han decidido que nuestras espaldas y nuestra salud mental no valen nada.
Me cambié el uniforme por mi pijama favorito, uno de pantalón suelto con nubes y una camiseta ancha de color blanco que dice “No molestar, modo descanso activado”. El cabello ni lo toqué, seguía en el mismo moño mal hecho que me hice esta mañana. Me lancé al piso de la sala, con la espalda apoyada en el sofá, y extendí mis cosas en la mesa de centro como si fuera mi escritorio oficial.
Tenía la compu encendida, el cuaderno abierto, varios lápices regados y un tazón de yogurt con frutas y frutos secos que me estaba comiendo con dedicación. Todo iba bien... hasta que, siendo yo, distraída como siempre, intenté moverme un poquito y PUM... medio tazón de yogurt cayó directo sobre el teclado.
—¡No, no, no! —me levanté de un salto, como si eso pudiera revertir el desastre.
Agarré la computadora con una mano, el tazón en la otra y fui corriendo a la cocina para buscar servilletas. En la desesperación, me golpeé la rodilla contra la mesa.
—¡Auch! ¡Por Dios! —me quejé como si me estuvieran amputando la pierna.
Me senté en el suelo de la cocina como alma en pena, sosteniendo la laptop chorreada de yogurt mientras me frotaba la rodilla, al borde del llanto por dolor, rabia y... por ser yo.
Y justo ahí, en el peor momento posible, sonó el timbre.
—¡NOOO! —dije bajito, con la voz quebrada.
Me arrastré como pude para mirar por el pasillo, con la pierna estirada porque dolía un montón. Iba a ignorarlo, pero entonces escuché el sonido de la cerradura.
—¿Lía? —era la voz de Elías.
Y sí... claro, él entra como si esto fuera un hotel. Acompañado de él. El mismísimo Oliver.
—¡NO ENTREN! —grité, pero ya era tarde.
—¿Qué rayos te pasó? —preguntó mi hermano entrando al salón.
Y Oliver, detrás de él, con esa maldita sonrisa que lo hace ver más guapo de lo que debería estar permitido, se detuvo en seco al verme.
Yo estaba en pijama, despeinada, con yogurt en la cara y con mi computadora en las manos... medio rota. Literalmente. La pantalla se había puesto negra y mostraba unas líneas de colores que parecían gritar:
murió, aceptalo.
Intenté levantarme rápido, queriendo escapar de la humillación, pero claro que no. Me tropecé con mi propia pierna estirada y caí al suelo con todo y laptop.
—¡Lía! —dijeron los dos al mismo tiempo, corriendo hacia mí.
—Estoy bien... estoy bien —dije con voz de que claramente no estaba bien.
—¿Estás llorando? —preguntó Oliver, agachándose a mi lado mientras Elías revisaba la compu.
—No —mentí, con la voz más llorosa de la historia.
—¿Qué hiciste? —preguntó mi hermano con cara de no poder creerlo.
—Se me cayó el yogurt... y luego me pegué... y ahora mi compu no prende —me tapé la cara con las manos.
Oliver se sentó a mi lado en el suelo y me quitó las manos de la cara.
—No llores por eso, pequeña. Yo también una vez derramé café en una tablet. Fue peor, explotó la pantalla.
Lo miré entre la vergüenza y la risa.
—¿En serio?
—No. Pero quería hacerte reír —sonrió, y funcionó. Me reí como boba.
—¿Estás bien? —me preguntó con ternura, tocándome la rodilla golpeada con cuidado.
Asentí.
—Solo me duele el orgullo.
—Y el ego —agregó Elías, levantando la laptop con dos dedos como si fuera un cadáver.
—Y la compu... —dije en voz baja.
Oliver me miró y me acarició el cabello.
—Vamos a arreglar eso. Y si no tiene arreglo... bueno, veremos qué se puede hacer.
—Te ves linda hasta accidentada —me dijo, casi sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
Yo lo miré rápido, y él desvió la vista como si nada.
Y ahí, tirada en el suelo, en mi peor facha, dolorida y estresada, me di cuenta de algo: no importa cómo luzcas o si todo a tu alrededor parece ir mal... cuando alguien te quiere de verdad, incluso en el caos, se queda.
Y Oliver se quedó.
[...]
Desde que Oliver volvió a la ciudad, mi emoción era nivel mil. Me había escrito que tenía que ir a ver muebles para su nuevo apartamento y, obvio, quería que lo acompañara. Yo acepté con una sonrisa más grande que mi cara… hasta que añadió:
—Ah, y Elías también va.
Ahí mismo se me bajó un poco la emoción. No porque no quiera a mi hermano, pero ¿tenía que venir justo hoy? ¿No tenía cosas de adulto que hacer? ¿Una junta? ¿Un almuerzo? ¿Un terreno que visitar, por favor?
Me arreglé con calma, porque aunque era una salida "normal", Oliver iba. Me puse una blusa blanca, un jeans claro que me hacía buen cuerpo, y mis zapatillas favoritas. Me hice una media cola sencilla con unos flecos sueltos que me caían a los lados. Nada muy producido, pero linda. Decente. Casual, pero con intención. Él me gusta, ¿okey?
Cuando llegaron por mí, Elías venía de lo más feliz. Hablando como loro. Haciendo chistes, moviendo la radio, diciendo que tenía hambre aunque acababa de desayunar.
Yo atrás, junto a Oliver, intentando tener algún momento íntimo, pero nada. Mi hermano parecía pegado con crazy glue. En la tienda de muebles fue peor. No se despegaba. Se tiraba en cada sofá, se acostaba en las camas, saltaba como si tuviera cinco años. Según él, “probando la calidad del mobiliario”.
—Este está muy blandito, no sirve —decía mientras se hundía como si fuera gelatina.
Yo rodaba los ojos. ¿Quién lo invitó?
Cada vez que intentaba acercarme a Oliver, abrazarlo del brazo, hablarle al oído o simplemente estar con él, aparecía mi hermano como un espíritu chocarrero a meterse en la conversación.
Así que me alejé un poco fingiendo interés en unas lámparas modernas.
Y claro, como si tuviéramos un hilo invisible, Oliver vino detrás de mí.
—¿Estás huyendo de mí o de tu hermano? —me preguntó en voz baja, con esa sonrisa suya que me derrite toda.
—De Elías. ¿Tú crees que no nos ha dejado solos ni un segundo? No nos da ni el chance de un respiro —me crucé de brazos haciendo un puchero.
—¿Y si te doy un respiro ahora mismo?
Lo miré, alcé una ceja divertida y sin pensarlo, me puse de puntitas y le robé un beso. Rápido, suave, travieso.
—Robar es malo, Lía —me susurró con voz grave, tomándome de la cintura—. Tendrás que devolverlo.
Y ahí mismo me besó. No de esos besos rápidos. Uno lento. De esos que se sienten hasta en los dedos de los pies. Me aferré a su camiseta, mi corazón latiendo como loco.
Y justo cuando el mundo entero podía desaparecer a nuestro alrededor…
—¡Ah, pero si se iban a estar comiendo la boca me hubieran dicho que me fuera a otro piso! —la voz burlona de Elías nos devolvió a la Tierra de un jalón.
Me separé de Oliver como si me hubiera electrocutado y me tapé la cara, moría de vergüenza.
—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó Oliver, soltando una risa que me hizo querer golpearlo.
—Desde antes del primer beso. Vi cuando ella se puso de puntitas —dijo Elías como si nada—. Lo supe desde el día del yogurt que ustedes traen algo raro, además Oliver y yo somos mejores amigos nos contamos estas cosas.
—Pensé que te ibas a enojar —dije en voz baja, aún escondiéndome tras Oliver.
—¿Y por qué? ¿Por qué mi mejor amigo está con mi hermanita? —se encogió de hombros—. Mira, si tú eres feliz y él es feliz… yo los apoyo, solo no me hagan parte de sus telenovelas románticas, por favor.
—Lo intentamos —murmuró Oliver entre risas.
Elías se alejó de nuevo, diciendo que necesitaba "probar" unos escritorios ahora.
Oliver me miró y me acarició la mejilla.
—¿Ves? Ni tan terrible como pensabas.
—Pero qué vergüenza… —susurré.
—No tanto como el beso que me debes aún —me guiñó un ojo.
Y no lo sé… pero mi corazón no paró de latir con fuerza todo el resto del día.
Hermosa historia gracias F1or😉