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Eros, ¿Un Dios Distraído?

Eros, ¿Un Dios Distraído?

Status: Terminada
Genre:Romance / Completas / Malentendidos
Popularitas:3.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Esther

Existen muchas probabilidades que la muerte de cada uno de nosotros dé lugar a problemas de orden legal. El fallecimiento de una persona puede implicar el pago de una doble indemnización con cargo a una póliza de seguro. Esta misma póliza puede contener una cláusula en la que se señale que la compañía no pagará un solo centavo si el beneficiario se suicida dentro de los dos años siguientes a la fecha de entrada en vigor del documento.

NovelToon tiene autorización de Maria Esther para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Un buen abogado.

Martínez mantuvo la puerta abierta para que pasara Araceli García. Los dos se adentraron por el vestíbulo del Hotel del Norte.

Echaremos primeramente un vistazo por aquí dijo el abogado.

De vez en cuando, Martínez hacía algún comentario. Este es un hotel pensado para ganaderos. Entre estas paredes se han vendido reses en cantidades suficientes para tener al mundo abastecido de carne durante algún tiempo. Todos los ganaderos más famosos han estado aquí en alguna ocasión, cerrando tratos o buscando nuevos mercados.

Los ganaderos solían hacer de las suyas por aquí. En cierta ocasión, uno muy conocido compró en Juárez un gato montés con el que pasó la frontera después de haberlo acomodado en una jaula. Más tarde, pensando serenamente en su adquisición disipado los vapores del alcohol, decidió que él andaba necesitado del gato en la misma medida que una bicicleta, por ejemplo. Sacó sus cosas de la habitación, le abrió la puerta de la jaula y se fue.

Ya no volvió a saber del animal... Hasta que regresó aquí, unos meses después, para comprar una partida de ganado. La administración del hotel agregó a su factura personal una cantidad de tres cifras en concepto de "daños causados por un gato montés".

El ganadero no pestañó, no formuló una sola pregunta. Se limitó simplemente, a extender un cheque por el importe de la factura.

¿Y qué es lo que andamos buscando por aquí?, preguntó, Araceli García.

Un poco de inspiración, repuso Martínez, tenemos que...

Se interrumpió al escuchar una estruendosa salva de aplausos, a no mucha distancia del lugar donde se encontraban.

Martínez abordó a uno de los empleados del establecimiento.

¿Se celebra aquí alguna convención?, quiso saber.

El empleado sonrió, moviendo la cabeza.

No se trata de eso, precisamente, si es que alude usted a esos aplausos.

¿Qué es, pues?

Un banquete.

¿Quién lo da?

Un grupo formado por destacados hombres de negocios, de este lado de la frontera, unidos a otros en varias partes de la ciudad. De vez en cuando, unos y otros se reúnen para cenar, intercambiar ideas y pronunciar unos cuantos discursos.

Es el grupo que yo estaba buscando, no sabía dónde acostumbraban a reunirse.

Pues se reúnen siempre aquí, en este hotel.

Muchísimas gracias, dijo Martínez.

Haciendo un gesto dirigido a Araceli García, los dos se encaminaron a uno de los ascensores.

Cleofas Martínez se orientó. Por fin, tras haber localizado la habitación que Kendra Rodríguez ocupaba con el nombre de Yesenia Dávila, llamó a la puerta de la misma.

Por un momento, no se oyó nada adentro. Martínez llamó de nuevo, esta vez con más fuerza.

La voz de Kendra Rodríguez, al otro lado de la puerta, sonó atemorizada.

¿Quién es?, preguntó.

Cleofas Martínez, respondió el abogado, abra.

La mujer obedeció. Plantada en el umbral, observó con sobresaltados ojos al abogado y a su secretaria.

Martínez entró en la habitación cerrando la puerta de un puntapié en cuanto le hubo seguido Araceli García. Entonces preguntó a Kendra Rodríguez.

¿A qué viene todo esto, señora Rodríguez?

No... no puedo decírselo.

Usted va a explicarse con todo detalle ahora mismo. De lo contrario, ya puede buscarse otro abogado. Y si ha hecho lo que yo pienso ahora que hizo, ese otro abogado va a servirle de poco. Le valdrá únicamente para aliviarle del peso de algún dinero.

¿Qué cree usted que hice yo?, preguntó ella en un tono de voz llena de miedo.

Creo que usted, de momento, intenta huir.

Ella hizo un gesto negativo.

Yo no huyo... Me propongo, sencillamente, desaparecer.

No la entiendo.

Sostuve una conversación con alguien que se haya en condiciones de poder causarme mucho daño, si quiere. Llegamos a un acuerdo... Me he comprometido a ausentarme de la ciudad por cierto periodo de tiempo, permaneciendo donde nadie pudiera encontrarme...

Martínez interrumpió a la señora Rodríguez...

Usted fue a ver a Walter Ortiz. Él le dijo que prácticamente la tenía en sus manos. A él le tenía sin cuidado el asunto de la muerte de su marido; le daba igual lo que pudiera suceder con su póliza de seguros...

Lo que a Ortiz le interesaba era que Francisco Ramírez no fuese al matrimonio.

Añadió que si usted se quitaba del medio, instalándose donde nadie pudiera encontrarla, que si se marchaba de la ciudad, alejándose de ella por un período determinado de tiempo, interrumpiendo su relación con Francisco Ramírez, él la ayudaría a solucionar sus problemas. De otro modo, de apresuraría a revelar a la policía algo que podía causarle grave daño.

Martínez indicó una silla a Araceli García, sentándose él en el borde del lecho. La señora Rodríguez se dejó caer sobre una silla de recto respaldo, como si sus piernas, de repente, se hubiese negado a sostenerla.

¿Cómo... cómo saber usted todo esto?, preguntó ella muy nerviosa.

Cualquier abogado mediocre sería capaz de adivinarlo a poco que reflexionase, manifestó Martínez. Usted visitó su banco, del que sacó una cantidad de dinero. Seguidamente, fue a ver a Walter Ortiz. El mismo taxi que utilizó para ir a su casa la trasladó al aeropuerto. No intentó tomar ningún avión determinado, que volase a un sitio previamente pensado. Simplemente, buscó uno que estuviese en aquellos instantes cargando pasaje.

El avión que en que usted se fijó iba a dirigirse a El Paso. Automáticamente, El Paso fue su lugar de destino. Se trataba de la primera etapa de su viaje, el que le iba a permitir desaparecer, quitarse de en medio.

Inspeccionó los rostros de los pasajeros y dio con una joven. Tuvo la impresión de que ella podía aceptar su propuesta. Usted le ofreció $150 sobre el precio de su billete. Le dijo que podía tomar otro avión que saliera más tarde. La joven decidió aprovechar aquella ocasión que se le deparaba de ganar fácilmente un puñado de dólares. Esa mujer se llamaba Yesenia Dávila. A continuación, decidió que este nombre podía hacerle el mismo papel que otro cualquiera para sus propósitos.

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