La historia de esta mujer es un viaje de autodescubrimiento y valentía en un mundo donde el estatus de género dicta el valor de una persona. Nacida en el seno de una familia noble en Roma, ella desafía las expectativas de su género desde una edad temprana. Despreciando la idea de ser tratada como una simple "vaca para preñar", busca igualdad y reconocimiento por su mente y habilidades, en lugar de simplemente por su género.
Sin embargo, la vida no es fácil para ella ni para su familia. Cuando una guerra obliga a su familia a huir de Roma, se encuentran enfrentando la discriminación y el escrutinio de aquellos que los rodean. La gente no puede entender por qué esta mujer es educada como un hombre y posee habilidades de curación que parecen provenir de los dioses de la salud y la curación de la antigua mitología griega. Sus dones se convierten en una bendición y una maldición, ya que la gente la ve con sospecha y temor, cuestionando si es una bruja o está involucrada en prácticas oscuras.
A pesar de todos los obstáculos, ella no se rinde. Se casa con un senador para protegerse y encontrar un lugar seguro en un mundo peligroso e incierto. Juntos, viajan por varias ciudades, escapando de la furia de un emperador vengativo que busca venganza por la muerte de su padre a manos de traidores. En su viaje, enfrentan desafíos constantes y peligros inesperados, pero su determinación y amor mutuo los mantienen fuertes.
Esta es una historia de resistencia, amor y perseverancia en tiempos de adversidad. Es un recordatorio de que, incluso en un mundo donde el género y el estatus social dictan las reglas, el coraje y la pasión pueden trascender todas las barreras. La protagonista demuestra que el verdadero poder reside en el corazón y la mente, no en el género o el estatus social, y que el amor y la esperanza pueden guiar incluso en los momentos más oscuros de la historia.
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CAPITULO 21
En la majestuosa sala del consejo, iluminada por la luz dorada del sol poniente, los líderes del Imperio Romano se congregaron para discutir el desafío inminente que enfrentaban en las fronteras del norte. El emperador Marco Aurelio, con la gravedad de la responsabilidad marcada en su semblante, presidía la reunión mientras los generales y senadores debatían estrategias para contener la creciente amenaza de las tribus germánicas.
Adriano, el hermano del emperador, observaba con atención desde su asiento, sus ojos oscuros centelleaban con una mezcla de preocupación y determinación. A su lado, su esposa, la emperatriz Lucila, mantenía una compostura regia mientras escuchaba atentamente las discusiones.
Aurelia, la esposa de Adriano, se encontraba entre las columnas, observando en silencio mientras su esposo y los demás discutían. Se sentía como una intrusa en aquellos círculos de poder, pero su corazón latía con la misma determinación que el de ellos por proteger el imperio que amaban.
De repente, Adriano notó la presencia de su esposa entre las sombras y sus cejas se fruncieron en un gesto de sorpresa. Se acercó a ella con paso rápido, apenas disimulando su irritación por su presencia en un lugar tan inapropiado.
"¿Qué estás haciendo aquí, Aurelia?", susurró en voz baja, tratando de mantener su compostura.
Ella le lanzó una mirada furtiva y apretó los labios, sintiendo el peso de su mirada sobre ella. "Solo quería asegurarme de que estuvieras a salvo", respondió en un murmullo apenas audible.
Adriano frunció el ceño, su expresión una mezcla de exasperación y preocupación. "No necesito que te preocupes por mí, Aurelia. Este no es lugar para ti", murmuró, intentando mantener su voz baja para que nadie más los escuchara.
Ella lo miró con determinación, su mandíbula tensa. "No puedo quedarme de brazos cruzados mientras te arriesgas en el campo de batalla", respondió con firmeza. "Somos uno, Adriano. Tu lucha es mi lucha".
Él la miró con una mezcla de admiración y frustración, incapaz de negar la fuerza de su determinación. "Está bien", murmuró finalmente, resignado. "Pero mantente cerca de mí. No quiero que te pase nada".
Mientras tanto, en el centro de la sala, Marco Aurelio y sus consejeros continuaban discutiendo estrategias para enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos. En medio del tumulto de voces y opiniones encontradas, la determinación de Aurelia se mantuvo firme, lista para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en el camino de su familia y su imperio.
En la tranquila intimidad de su alcoba, Adriano se encontraba cara a cara con su hermano, el emperador Marco Aurelio. El ambiente estaba cargado de tensión y preocupación mientras los dos hermanos discutían los planes para hacer frente a la amenaza de las tribus germánicas.
"¿Qué piensas hacer, Marco?", preguntó Adriano con tono serio, mirando a su hermano con una mezcla de determinación y preocupación en sus ojos oscuros.
El emperador suspiró profundamente antes de responder, su expresión reflejaba la carga de la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. "Debemos actuar con decisión y rapidez", dijo con voz firme. "No podemos permitir que estas tribus salvajes sigan avanzando hacia nuestras fronteras. Debemos mostrarles que el Imperio Romano no tolerará ninguna amenaza a nuestra seguridad".
Adriano asintió en silencio, comprendiendo la gravedad de la situación. "¿Y cuál es tu plan?", preguntó, instando a su hermano a compartir sus pensamientos.
Marco Aurelio frunció el ceño, sumido en profundos pensamientos. "Debemos movilizar a nuestras legiones y enviar refuerzos a las fronteras del norte", dijo con determinación. "Necesitamos asegurarnos de que nuestras defensas estén preparadas para repeler cualquier intento de invasión por parte de estas tribus".
Adriano asintió, reconociendo la lógica en las palabras de su hermano. "¿Y qué hay de las negociaciones diplomáticas?", sugirió, pensando en la posibilidad de buscar una solución pacífica antes de recurrir a la guerra.
El emperador frunció el ceño, reflexionando sobre la idea. "Es cierto que debemos explorar todas las opciones posibles", admitió. "Pero no podemos permitirnos ser débiles en este momento crítico. Si las negociaciones fallan, estaremos preparados para enfrentarnos a ellos en el campo de batalla".
La conversación continuó durante horas, mientras los dos hermanos discutían estrategias y planes para proteger el imperio que tanto amaban. A medida que la noche avanzaba, la determinación en sus corazones se fortaleció, listos para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino. juntos, como siempre, como hermanos, se prepararon para hacer frente a la amenaza de las tribus germánicas y proteger el Imperio Romano de cualquier peligro que pudiera acecharlo.
En el silencio tenso de la alcoba, Adriano miró fijamente a su hermano, con una mueca de incredulidad en el rostro. "¿En serio crees que podemos negociar con esos bárbaros germánicos?", preguntó con sarcasmo evidente en su voz.
Marco Aurelio frunció el ceño ante la pregunta de su hermano, pero no se dejó intimidar. "Debemos considerar todas las opciones", respondió con cautela. "La diplomacia puede ser nuestra mejor arma en este momento".
Adriano soltó una risa despectiva, agitando la cabeza con incredulidad. "¿Diplomacia?", repitió con desdén. "¿Crees que esos bárbaros entienden el significado de la palabra? Son salvajes, Marco, no buscan nada más que saquear y destruir".
El emperador suspiró, consciente de la frustración de su hermano. "Lo sé, Adriano", admitió con pesar. "Pero como líderes, debemos explorar todas las opciones posibles antes de recurrir a la fuerza".
Adriano se pasó una mano por el cabello, visiblemente exasperado. "Muy bien, hermano", dijo con resignación. "Pero no digas que no te lo advertí. Estos bárbaros no entienden de razón ni de negociaciones. Si queremos proteger nuestro imperio, tendremos que hacerlo con acero y sangre, no con palabras vacías".
Marco Aurelio asintió en silencio, reconociendo la sabiduría en las palabras de su hermano. Sabía que la situación era grave y que debían estar preparados para cualquier eventualidad. Juntos, como siempre, enfrentarían los desafíos que se avecinaban, ya fuera mediante la diplomacia o la fuerza bruta.
En el corazón del palacio, el bullicio de la actividad era palpable. Los preparativos para la inminente campaña militar estaban en pleno apogeo, con soldados marchando y provisiones siendo cargadas en carretas. En una sala estratégica, Adriano y Marco Aurelio se reunieron una vez más para discutir los detalles de la expedición.
Adriano, con su habitual semblante serio, trazaba líneas en un mapa desplegado sobre la mesa, señalando áreas clave y posibles rutas de avance. "Necesitamos una estrategia sólida", comenzó, su voz resonando con autoridad. "Estos bárbaros no serán fáciles de vencer, pero debemos demostrarles que el poder de Roma es invencible".
Marco Aurelio asintió solemnemente, observando el mapa con atención. "Estoy de acuerdo", respondió con determinación. "Pero también debemos recordar la importancia de minimizar las bajas entre nuestros soldados y proteger a los civiles inocentes".
Adriano asintió, reconociendo la validez del punto de su hermano. "Por supuesto", concedió. "Pero no podemos permitir que la compasión nos debilite. Nuestra prioridad debe ser la seguridad y estabilidad de nuestro imperio".
La conversación continuó durante horas, mientras los dos hermanos planificaban meticulosamente cada aspecto de la campaña. Discutieron estrategias de batalla, logística de suministros y tácticas de defensa. A medida que avanzaba la reunión, quedó claro que estaban comprometidos a enfrentar el desafío con determinación y astucia.
Al finalizar la reunión, Marco Aurelio y Adriano se estrecharon las manos en un gesto de camaradería y unidad. Sabían que el camino por delante sería difícil, pero estaban decididos a enfrentarlo juntos, como hermanos y líderes del Imperio Romano.