Cristina es una excéntrica chica cuya carrera musical fue vetada por Mireya Carmona la hija del presidente del país y que se encuentra en medio de una situación difícil debido a una mala decisión que tomo, Cristina debe encontrar su camino para alcanzar sus sueños y su felicidad
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Capítulo XXII: El motivo de su tristeza
A pesar de que la música le provocaba frustración, Cristina nunca dejaba de asistir a los festivales. Era parte de su naturaleza: incluso herida, aún amaba el arte. Generalmente iba sola. Gustavo seguía insistiendo en su propuesta romántica, pero no mostraba interés en acompañarla a las cosas que verdaderamente la hacían feliz. Luis Arturo, aunque deseaba estar a su lado, seguía luchando contra la ansiedad. Y con Leo… bueno, las distancias no siempre se miden en kilómetros.
Ese año, el Festival de Nuevas Bandas se realizaba en la capital. Era un espacio abierto a músicos amateurs, donde algunos soñaban con ser descubiertos. Cristina quiso postularse. Finalmente, había alcanzado la edad mínima requerida. Pero para su decepción, su solicitud fue rechazada. No lo dijeron directamente, pero estaba claro: nadie quería enfrentarse a la voluntad del presidente Carmona.
Aun así, como cada año, decidió asistir. Le pidió a Raúl que la llevara, prometiéndole que lo llamaría en un par de horas para que la recogiera. Estaba lista para ver, no para ser vista… pero el destino tenía otros planes.
Y ahí estaba él. Leo, el cual había acudido al festival en busca de músicos para su futura banda. Tampoco esperaba encontrarla.
Por un instante, ninguno supo qué decir.
—Hola, extraña —saludó él, con una sonrisa contenida.
—Hola, extraño —respondió Cristina, devolviéndole la mirada, esa mezcla de sorpresa y algo que se parecía al alivio.
—¿Qué haces aquí?
—Solo vine a ver. ¿Y tú?
—Estoy cazando talento. Buscando músicos que puedan encajar en mi banda.
Lo dijo con naturalidad, aunque por dentro le costaba aceptar que ella, la mejor voz que conocía, no podía formar parte de ese sueño.
Minutos después, una de las bandas se preparaba para subir al escenario. La asistencia era escasa, y el líder del grupo, un chico con aire confiado, recorría con la mirada al público buscando una forma de destacar. Se fijó en Cristina, y al verla, se acercó sin dudar:
—¿Te gustaría cantar con nosotros?
Lo hacía por su apariencia, sin imaginarse que estaba frente a una prodigiosa vocalista.
Cristina dudó. Miró a Leo, buscando una señal.
—Hazlo, Criss. Sube al escenario. Tú puedes —la animó, sabiendo lo importante que era para ella. Que su voz volviera a sonar en un escenario era más valioso que cualquier reclamo o distancia entre ellos.
—¿En serio puedo cantar? —le preguntó al vocalista, aun sin creerlo.
—Claro, preciosa. Elige la canción.
Ella se acercó a los músicos, susurró el nombre del tema, y ellos sonrieron emocionados. La conocían, la admiraban.
Entonces Cristina se plantó frente al micrófono. Tras la introducción instrumental, comenzó a cantar… y todo el lugar pareció detenerse.
Cada verso, cada nota, estaba impregnada de esa mezcla de dolor y ternura que solamente alguien con el corazón en carne viva podía transmitir. Cantaba para el público, sí… pero Leo entendió que en realidad la canción era para él y por primera vez en mucho tiempo, el silencio entre ambos habló.
…..“Cada vez
que te alejas
y me dejas
tan solooooo
Cada vez
Que te vas
Y yo quieeeeero
Irme detrás
Yoooooo
Cierro los ojos
Para esperarte
Cierro los ojos
Para buscarte
Y en mi corazón
No quedaaaaaa
Nadaaaa
Nada bueno
Separación
Trajo tu amor
Y una pena de
muerte
Al verte”…
La voz de Cristina flotó sobre las guitarras como una caricia herida. Cada palabra se anclaba en el silencio disperso del público, como si el eco le diera forma a una pena que no sabía cómo sacar. Cantaba con los ojos cerrados, y sin embargo, cada nota parecía mirar a Leo directamente.
Él la observaba, inmóvil. Sintió que esa canción hablaba de él… o al menos eso quiso creer. Era lo que no se habían dicho, convertido en melodía. Y aunque el lugar no estaba lleno, la atmósfera era densa, íntima, sagrada.
Cuando terminó la canción, un aplauso tibio se transformó en vítores sinceros. La banda, sorprendida por su talento, le pidió quedarse a interpretar otra canción. El vocalista no dejaba de mirarla—ya no por su belleza, sino por la forma en la que se transformaba cuando cantaba. Era evidente: Cristina no era solo buena. Era distinta.
El festival, este año, había pasado casi desapercibido. En un país controlado por el aparato del gobierno, los músicos independientes eran ignorados, silenciados o tratados con sospecha. Muchos de ellos usaban sus letras como protesta, como resistencia. Por eso, y por no estar alineados con los intereses políticos, el festival no recibió ninguna promoción oficial.
Pero para Leo, para la banda, y para los pocos que estaban allí… lo que había ocurrido en ese escenario era grande.
Cristina volvió a cantar. Esta vez, con la seguridad de quien ya no necesitaba pedir permiso para sentir y Leo no podía apartar la mirada.
Leo se acercó al escenario, preocupado. Había disfrutado viéndola brillar, pero ya era tarde y temía que Cristina se sintiera demasiado expuesta o incómoda.
—Criss, ya es algo tarde... vámonos —dijo con voz firme pero amable. A ella le sorprendió que fuera él quien se ofreciera a sacarla de allí. No esperaba esa cercanía, no después de tantas semanas de distancia.
—Disculpa… no sabía que tenías novio —comentó el cantante, algo apenado al notar la expresión seria de Leo.
—No es mi novio —aclaró Cristina, con una sonrisa tranquila—. Es solo un amigo, pero ya es hora de irme. Gracias por dejarme cantar.
—Preciosa… tienes muchísimo talento —dijo él, aún impresionado.
—Gracias, pero en este país... eso no siempre basta —respondió ella, con una sinceridad amarga. El chico asintió, porque sabía exactamente a lo que se refería.
A Leo le había gustado esa banda en particular. Había algo honesto en su sonido, algo auténtico. Les pidió sus datos de contacto, interesado en mantener el vínculo. Pero mientras conversaba, no podía quitarle los ojos de encima a Cristina. Algo en ella había cambiado. Ya no era la chica soñadora que hablaba de música como si fuera una promesa. Estaba apagada… y eso lo inquietaba profundamente.
—Te llevo a casa, Criss.
—No te preocupes, voy a llamar a Raúl.
—Insisto —dijo Leo, esta vez con un tono que no dejaba espacio para objeciones.
—Está bien —cedió Cristina, resignada.
Durante todo el trayecto en auto, el silencio fue espeso. Cristina, normalmente conversadora y chispeante, no emitió palabra. Leo conducía en silencio, pero no podía ignorarlo por más tiempo.
—¿Criss? ¿Qué te ocurre?
—Nada, Leo.
—No me trates como si fuera tonto. Algo te pasa —respondió él, con el ceño fruncido, molesto por ese muro invisible que ahora se interponía entre ellos.
Leo detuvo el auto frente a la casa de Cristina. Pero antes de que pudiera decir algo más, ella estalló.
—Lo que me pasa, Leo, es que estoy harta. Estoy frustrada. Ni siquiera me permiten participar en el festival de nuevas bandas porque alguien, desde las sombras, me tiene vetada. Y no puedo salir de este país porque no voy a dejar sola a mi abuela. ¡¡¡ESO es lo que me pasa!!! —gritó, al borde del llanto.
Antes de que él pudiera articular una respuesta, Cristina abrió la puerta del auto, salió sin despedirse y la cerró de un portazo. Leo se quedó inmóvil, sorprendido, con el corazón hecho un puño. No tenía idea de que Cristina llevaba tanto peso sobre los hombros… ni de que el dolor la había acorralado tanto.
Pensó en lo que ella dijo. Imaginó cómo se sentiría si alguien le dijera que no podría cantar jamás. Que su sueño estaba cancelado por decisiones políticas, por capricho, por injusticia.
Al día siguiente, sin decirle nada a nadie, le pidió ayuda a su madre para investigar. La verdad fue como una bofetada: todo lo que Cristina había contado era cierto. La habían silenciado, invisible pero sistemáticamente. Sintió una rabia feroz. No solo por ella, sino por todos los que eran vetados por soñar en voz alta.
Quería ayudarla. Con el alma. Pero sabía que, por ahora, no podía hacer mucho. Cristina no era mayor de edad. Y aunque él tenía recursos, ella no estaba lista para hablar de alternativas. No mientras llevara esa herida abierta, no mientras se negara a dejar a su abuela sola, no mientras el mundo le diera la espalda.
Así que por ahora… solo podía esperar. Y estar cerca, aunque ella no lo viera.
***Tomado de la canción "Separación" de la banda Zapato 3
o sea que siempre están en condiciones de violencia, maltrato e injusticia??? ya sobrepasa la inmoralidad y la ignorancia de los ciudadanos, así sea los que más tienen dinero... ya que son los que mantienen al país y a su presidente!!!! 🥱🤢🤮