Al saber el destino y la identidad de Marina, Juna decide evitar a toda costa su muerte. Siendo Marina decide juntar dinero y escapar con su abuelo materno junto a un lobo huargo que no se le despega desde que lo salvo. Ella estaba segura de que jamás la buscarían, por lo que la trama de la novela original puede seguir sin ella, no le importaba conquistar a un protagonista sino vivir libremente al tener una fantástica salud y el amor de una familia. Entonces, de Juna a Marina y de Marina a Selene: la más bella bailarina de la compañía "Nodre Kall". Y ya finalizado el tiempo de la trama, estaba confiada en que podría regresar a cambio de un espectáculo bien pagado. Pero ella no vio algo importante: los rumores de que el duque continua buscando a su hija desaparecida, de que los protagonistas no están comprometidos, de que cierto caballero sigue con vida y de dos ex-hermanos que no dudarían en arrastrarla de regreso a la mansión del duque.
Su tan tranquila y feliz es interrumpida.
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CAPITULO 21
Cecil observó las rosas turquesa con más atención. No tenía idea de que el misterioso anciano tuviera ojos turquesa, o de que las rosas significan eso. Recordé que cuando Liliana regresó, poco después, las rosas turquesa se cambiaron por las blancas y Marina hizo un escándalo porque siempre le gustaron esas rosas.
Por eso la castigaron aquella vez en el sótano. ¿Cómo Marina iba a saber que ese color eran los ojos del anciano secuestrador? ¿Me quiere volver a acusar de eso?
—Marina… —casi olvido con quien estoy— por allá –me señalo el camino y yo continúe en silencio—. Estas muy callada
Porque no quiero estar contigo más tiempo.
—Lo siento, duquesa… no sé qué decir.
—Tranquila, por la izquierda hacia el muro —el camino me es familiar,
Siento escalofríos, debido hacia donde me estaba llevando.
—¿Por qué hacia el muro?
—Marina, ya sabes porque —mis manos empezaron a temblar.
Tranquila.
Me detuve en frente del muro, frente del agujero que hice y que estaba bien escondido por un arbusto.
—Como duquesa de Vansher, la administración de la mansión está bajo mi autoridad —la duquesa me miró con sus ojos verdes casi apagados por su salud— y sé lo que pasa con la mansión porque la conozco como la palma de mi mano.
—Duquesa, yo… —¿Qué hacer contra este obstáculo?
—Obviamente, también se de los pasadizos en mi casa, las sirvientas reportan todo a mi antes que al duque sobre cualquier cosa que pase en la mansión.
—Yo…yo… —¡Mente positiva!
Carajo, eso no me sirve ahora.
—Como… cuando vieron a la joven dama de Vansher frecuentar un bar a plena luz del día. Luego, de cómo se vistió de varón, la noche de la celebración del fin de la hambruna, para ir al mismo bar. También sobre cómo empujó al príncipe heredero a la fuente, incluso el robo de los costales de tierra de cultivo.
—¿Por qué…
¿Por qué mierda hoy?
—Porque ellos aprendieron la lección de no decirme sobre cómo la joven dama de Vansher robaba comida de la cocina o de que la alimentaba con insectos… Claro que todo eso es mi culpa.
—¿Qué?
¿Reconoces que es tú culpa?
—Si yo te traé con tanto odio, es lógico que los sirvientes hagan lo mismo. Pero cuando me entere de tu mala alimentación me enfade —pero no por buenas razones— pero no porque me pesara la conciencia, sino por tu salud.
—Duquesa… ¿Qué está tratando de decirme? —estoy harta de los rodeos.
—Tienes todo el derecho de odiarme y de jamás perdonarme —había dejado de observarme—. Así como tienes derecho de ir con tu único pariente de sangre. Sobre todo, tienes el derecho de vivir.
No podía creer en esas palabras. Aunque su voz seguía débil, ya no tartamudeaba como la última vez. Pero seguía melancolía.
Solo es su salud, no es otra cosa. No dejaré que me engañes.
—Marina —la duquesa bajó la cabeza— perdón por no tener las fuerzas para arrodillarme como se debe y pedirte perdón.
—Basta —
No quiero oírte.
—Mi hipocresía contigo fue desde el inicio —note como apretó la silla— cuando te adopte, sabía que no te tendría por mucho tiempo —desvié mi mirada hacia otro lado—. Así que, decide hacerte la niña más feliz del mundo, pero luego olvide que tendrías que irte, me había hecho tan feliz tenerte —escuché sollozos—… que olvide porque el color de las rosas y no note las frías miradas de mis hijos y de mi esposo hacia ti.
—Por favor… ya basta —ahora me miro a los ojos.
—Cuando Roy te acuso de robar las joyas de Liliana, fue la primera vez que escuche su nombre desde que te traje —lágrimas caían de su rostro– Y me sentí la peor madre del mundo por olvidar, pensé que era un asco de madre por encariñarme contigo y olvidar su rostro y no preguntarme: ¿Cómo se verá ahora mi bebé?
—Duquesa —evite que alguna lágrima saliera— ya no diga más…
—Creí que si me separaba de ti, esa sensación se iría. Las cosas que te negué y los golpes que te di, creí que borraría lo que empecé a sentir desde ese día… A pesar de que sabía que eras inocente… y de que Roy, la servidumbre y los caballeros te lastimaban, yo nunca hice nada. Solo voltee hacia otro lado.
—¡No necesita decirme lo que ya sé, duquesa! —Quería irme, pero no podía ni caminar.
—Pero cuando te vi sonreír mientras lavabas ropa, cuando note como te defendías y cuidabas del príncipe heredero, cuando escuche que bailaste en la fuente por reunirte con tu pariente, empecé a darme cuenta de que esa horrible sensación no solo era por olvidarme de mi bebé.
—¿Y qué era? según usted, Cecilia —mencione su nombre con desagrado.
—Era… —ella noto el desagrado en la pronunciación de su nombre—… era porque le quitaba la vida a una niña inocente a la que no pude evitar amar.
—¿Amar? —No merece decirme eso— ¡Usted no puede decirme eso!… no cuando… —recordé cuando Cecil adoptó a Marina.
—No cuando de un día para el otro te trate como lo peor del mundo y te quite la vida solo para que empezaras a sobrevivir.
—¿Por qué ahora?
—Porque hoy te vas ¿cierto?
—¿Lo supo todo el tiempo?
Entonces… ¿por qué no se lo dijiste a la bruja? ¿Estás renunciando la esperanza de tener de vuelta a tu hija?
—Sí… y sinceramente… creo que es lo mejor. Pero no es porque te quiera fuera de esta casa, sino porque afuera estarás segura y tendrás lo que siempre quisiste.
—¿Sabe lo quiero Cecilia? —quiero que ella misma me lo diga—. Diga lo que siempre he querido.
—Tú quieres una familia —y en la novela ¿Cómo viviste con eso?—. Y la tendrás, me gustaría pedirte empezar de nuevo, pero no tengo el derecho de pedirte algo así —ahora empecé a escuchar sus sollozos.
¿Por qué mis pies me fallaron? Ahora estoy de rodillas ante esa respuesta.
—Una última vez, Marina, por favor —pregunte qué era lo que quería— ¿Podrías decirme Madre o Mamá una última vez? Aunque no tenga derecho.
Sus manos en mi rostro empezaron a limpiar mis lágrimas, ni siquiera me di cuenta en qué momento empecé a llorar. Esa manera de limpiar mis lágrimas, esa caricia maternal que nunca he sentido en mi otra vida me inundó en las memorias de Marina con Cecilia. Pero solo son recuerdos, no viví esos momentos. Jamás he recibido afecto maternal ni de la mujer que me dio a luz, para ella, mi enfermedad era suficiente para odiarme.
Cecilia… ¿mereces que te llamen madre?
Dime, Marina, ¿tú le dirías madre una última vez? Porque, incluso yo sería incapaz de decírselo a mi verdadera madre si la volviera a ver.
Creo que en esta situación, ambas somos igual de débiles.