“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
NovelToon tiene autorización de ARIAMTT para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
21. Rompiste una promesa hecha por la garrita.
POV Charlie
—¡Junior! —grito y me lanzo a sus brazos.
Es mi primo del alma. El hijo de mi padrino y mi madrina. Lo adoro como si fuera mi propia sangre. Él es todo lo que está bien en este mundo... tiene la chispa del tío Roqui y la bondad infinita de mis padrinos.
Él me recibe con fuerza, envolviéndome como si quisiera sostenerme completa. Tiene 18 años, pero por su estatura y cuerpo fornido parece mayor. Aunque para mí sigue siendo ese loco adorable que me hacía reír incluso cuando lloraba por dentro.
—Enana… Lo siento, nena, pero si algo heredé del tío Roqui es no quedarme callado con lo que siento —dijo endureciendo la voz—. ¡Te odio por no tomar un puto teléfono y llamarme!
Se aleja un poco de mi, y en sus ojos puedo ver qué está hablando en serio.
—Yo hubiera robado el avión de papá. Como buen Escudero que soy, me habría enfrentado como Don Quijote de la Mancha a los molinos de viento, solo por ti.
Finge empuñar una espada y luchar con aire. Ese es mi Junior. El que siempre me arranca una sonrisa, aunque mi alma esté hecha pedazos.
Mi instinto me dice que debo bajar la cabeza, el cuerpo me lo exige… pero no puedo. No debo. La mirada de mi padrino me lo impide. Está ahí, firme, clavada en mí. No necesita hablar.
“No vuelvas a bajar la cabeza. Ni siquiera para mirar por dónde caminas.”
Y no lo hago. Aunque me queme por dentro, sostengo la mirada. Por él. Por mí.
—Lo siento… —digo al fin—. No me dí cuenta de lo mal que estaba… o tal vez sí, pero moría de vergüenza —confieso, encogiéndome de hombros, sin romper el contacto visual.
—Tranquila, enana —dice Junior, despeinándome como cuando éramos críos—. Aunque tendrás que hacer méritos para obtener mi perdón. Rompiste una promesa hecha por la garrita.
Sonrío… al recordar.
Cruzamos nuestros dedos meñiques y prometimos buscarnos si alguna vez sentíamos que estábamos en problemas. Que, por nada del mundo, nuestra amistad se extinguiría.
—¿No crees que estás abusando de una pobre mujer frágil? —digo haciendo un puchero, levantando el mentón como si eso me hiciera ver menos indefensa.
—No, enana. A mí no me vas a manipular con eso —responde con una sonrisa torcida mientras me recorre con la mirada—. Lo que te hace falta es sacar músculo —añade, deslizando sus dedos por mi brazo desnudo, apretando un poquito, pero eso es suficiente para que grite.
—¡Ahh!
—Estás muy enclenque. En las vacaciones puedo ofrecerme como el entrenador físico de este lugar… para que dejen de ser las damiselas en peligro y pasen a ser las fieras al acecho.
Estoy a punto de soltar una réplica cargada de sarcasmo cuando un carraspeo firme suena detrás de mí, llamando la atención.
Me giro, y ahí está. Cristóbal. Imponente. Su ceño fruncido parece esculpido en piedra, y su mirada… ardiente y molesta.
Las miradas se cruzan. No hace falta decir nada. Entre mi primo y el sexy abogado hay un duelo silencioso que electriza el aire. Junior, mucho más corpulento, envuelve mi cintura con un brazo posesivo, marcando territorio como buen oso protector.
—Cristóbal, te presento a mi hijo, Junior —anuncia mi padrino con voz neutra, aunque sus ojos se mantienen atentos.
Cristóbal extiende la mano con un gesto educado, pero tenso.
Junior la toma... y no la suelta. Por la expresión del abogado, está apretando con más fuerza de la necesaria.
Mis ojos se agrandan.
—Grandote, no te pases —le susurro con el codo mientras le clavo la mirada.
Los dedos de Cristóbal se tiñen de rojo. Me hierve la sangre y le lanzo una mirada asesina al primate sobreprotector que tengo por primo.
Me va a espantar al abogado con esa manía suya de marcar territorio como si yo fuera de su propiedad.
Cristóbal le sostiene la mirada sin retroceder ni un milímetro. No necesita alzar la voz ni tensar el cuerpo: su presencia firme habla por él. Y eso, me enciende más de lo que debería.
—¿Usted es el abogado que ayuda a las niñas de este lugar? —pregunta Junior con esa sonrisa socarrona tan parecida a la de mi madrina. Esa que parece dulce, pero esconde dinamita.
Pero antes de que Cristóbal pueda responder, me zafó de sus brazos, caminando hacia el sexy abogado con decisión.
—Sí. Cristóbal es el alma de Dios que nos está ayudando —digo sin apartar la mirada de sus ojos. Y al hacerlo, siento cómo algo se sacude en mi pecho. "¡Maldita sea!"
La tensión sigue ahí. Firme. Innegable. Entre mi oso protector… y el sexy abogado que me desarma con una sola mirada.
—Nena, ¿qué te parece si pido permiso a la directora y vamos por una cena deliciosa? —interviene mi padrino con su encanto de siempre.
Junior me mira con esos ojitos de gatito indefenso que usa para chantajearme desde que tengo memoria.
Y yo me hago la digna.
—Padrino hermoso… ¿estás seguro que dejan entrar osos polares en ese restaurante?
Los ojos de mi primo se achican. Ese era el apodo de cariño que le tenía desde niña.
—Estamos en invierno y no quiero congelarme —concluyo, alzando una ceja.
Junior no se aguanta.
—Papi, yo creo que a las que no dejan entrar es a las enanas. A esta hora pueden ser confundidas con duendes.
Lo miro mal. Estoy a punto de darle un golpe, pero con ese brazo de músculo puro, sé que me dolerá más a mí que a él. Así que tomo un borrador de la mesa y se lo lanzo directo a la cabeza… luego salgo corriendo, riendo como cuando éramos niños.
Él corre detrás de mí, rugiendo con diversión.
—¡Qué osada te has vuelto, enana! ¡Espera que te atrape y te enseñe con quién te acabas de meter!
Tan solo bastan unos segundos para que me atrape. Me carga sobre su hombro como si fuera un saco de papas mientras pataleo sin éxito.
—¡Suéltame, oso polar…! ¡¡Padrino, ayúdame!!
—¡Junior! —dice mi padrino en medio de una carcajada—. No vayas a lastimar a la niña.
Cristóbal, aunque intenta mantener el rostro serio, sonríe… y siento que esa sonrisa es por mí.
—Yo hablo con la directora —dice él—. Mientras tanto, Char, te alistas.
—¿Pero, cómo? ¡No ven que este oso polar no me suelta! —digo haciendo un puchero.
Mi padrino se acerca y me toma en sus brazos. Me refugio en él, mientras le saco la lengua a Junior con descaro.
—No me busques, enana —me señala con el dedo, y yo finjo inocencia, levantando mis manos. Sonriéndole con una sonrisa descarada de víctima.
Él rasca su mejilla, cerca de la oreja. Es una manía que tiene cuando sabe que ya perdió la batalla.
—Papi, te das cuenta que sigue siendo la misma traviesa y manipuladora que siempre has protegido.
Mi padrino hermoso me mira y encoge los hombros, restándole importancia.
Me aferro más a él. Él es mi lugar seguro. Recuerdo cuando me cargaba igual para defenderme de los regaños de mamá por mis travesuras. Entonces también me sentía a salvo... como ahora.
—Gracias. ¿Te había dicho hoy cuánto te amo?
Él niega con la cabeza.
—Te amo. Gracias por ser mi ángel de la guarda.
—Y tú, una de mis razones para seguir peleando —murmura, besándome la frente con ese amor que no necesita explicaciones.
(…)
Un rayito de felicidad.
Las leo.