En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 21: Los Secretos de Hypatia
La luz del amanecer bañaba por completo la Capilla Medici mientras Vázquez era escoltado fuera del recinto histórico. Sus últimas palabras resonaban en la mente de Montero: "El algoritmo está vinculado a su patrón neuronal único. Nadie más puede activarlo."
Gabriela y Carmen intercambiaron miradas, un silencio cargado de significado que no pasó desapercibido para el inspector.
—Hay algo que no me están contando —afirmó Montero, apoyándose contra una columna mientras observaba a las dos mujeres.
Gabriela suspiró, acariciando el relicario entre sus manos.
—Helena sabía que este momento llegaría —dijo finalmente—. Sabía que Santiago intentaría usar El Ingeniero para sus propios fines. Por eso creó un respaldo.
—¿Un respaldo de su patrón neuronal? —preguntó Montero, incrédulo—. ¿Es eso siquiera posible?
—No exactamente —respondió Carmen, extrayendo de su bolso una memoria USB con el símbolo de una flor de loto—. Helena desarrolló una técnica para codificar ciertos patrones de pensamiento en algoritmos. No es una copia exacta de su mente, sino una simulación de sus procesos de razonamiento matemático.
Carlos se acercó al grupo, guardando su arma.
—El perímetro está asegurado. Velasco se ha llevado a Vázquez para interrogarlo, pero dudo que colabore.
—No necesitamos que colabore —afirmó Gabriela—. Necesitamos acceder al sistema principal de El Ingeniero y activar a Hypatia antes de mañana.
Montero estudió a Gabriela con intensidad. Había algo en su expresión, una determinación mezclada con dolor, que le resultaba familiar.
—Conoces a Helena mejor que nadie —observó—. ¿Qué no nos estás diciendo?
Gabriela intercambió una mirada con Carmen antes de responder.
—Para activar a Hypatia, necesitamos más que el token y el disco. Necesitamos el catalizador emocional.
—¿El catalizador emocional? —repitió Montero, confundido.
—Helena codificó el algoritmo con una protección adicional —explicó Carmen—. Un vínculo emocional que ninguna máquina podría replicar.
Sus recuerdos más personales, aquellos que definieron su vida.
—Sus amores —concluyó Montero, comprendiendo finalmente.
Gabriela asintió, abriendo el relicario para mostrar que, junto al disco metálico, había un compartimento oculto. De él extrajo una pequeña llave antigua.
—Esta llave abre un cofre que Helena mantuvo escondido durante años. Contiene diarios, cartas, fotografías... fragmentos de su vida que nunca compartió con nadie.
Campos entró apresuradamente en la capilla, su rostro mostrando signos de preocupación.
—Tenemos que movernos. La policía italiana está en camino, y no creo que Velasco pueda mantener esto como una operación española por mucho tiempo.
El grupo se trasladó rápidamente a una pequeña villa en las afueras de Florencia, propiedad de un antiguo colega de Carmen. Mientras Campos establecía un perímetro seguro, Gabriela condujo a Montero hasta una habitación del segundo piso.
—Este era el refugio de Helena cuando venía a Italia —explicó, abriendo la puerta con reverencia.
La habitación permanecía exactamente como Helena la había dejado años atrás. Un escritorio junto a la ventana, estanterías repletas de libros antiguos, y una pequeña cama con colcha de terciopelo verde. Sobre el escritorio, una fotografía enmarcada mostraba a Helena junto a un grupo de jóvenes, todos sonrientes frente a lo que parecía ser la entrada de un yacimiento arqueológico..
—Alejandría, 1993 —señaló Gabriela—. El verano que conoció a Valeria Ricci.
Montero tomó la fotografía, observando a una Helena más joven, con el cabello más largo y una sonrisa luminosa que nunca le había visto en vida.
—¿Quién era Valeria Ricci?
—La arqueóloga italiana que cambió la forma en que Helena entendía la historia —respondió Gabriela con una mezcla de admiración y nostalgia—. Y la mujer que le enseñó a amar sin reservas.
Gabriela se acercó a una estantería y presionó un mecanismo oculto. Un panel se deslizó, revelando un cofre de madera tallada. Utilizando la llave del relicario, lo abrió cuidadosamente.
—Helena tuvo cinco grandes amores en su vida —explicó mientras extraía un pequeño diario encuadernado en cuero rojo—. Cada uno de ellos le enseñó algo esencial sobre sí misma y sobre el mundo.
Abrió el diario, revelando una caligrafía elegante y firme.
—Valeria fue el primero. Se conocieron cuando Helena tenía veinte años y participaba en una excavación en Alejandría, buscando vestigios de la Biblioteca. Valeria era siete años mayor, doctora en arqueología por la Universidad de Roma.
Montero hojeó el diario, deteniéndose en un pasaje subrayado:
"Hoy V. me llevó a las catacumbas. Me mostró inscripciones que nadie había interpretado correctamente. 'Mira más allá de lo evidente', me dijo. 'Los símbolos son solo la puerta hacia el verdadero significado'. Cuando la luz de su linterna iluminó el papiro, comprendí que las matemáticas y la historia no son disciplinas separadas. Son lenguajes gemelos que narran la misma verdad."
—Valeria le enseñó a ver patrones donde otros solo veían coincidencias —continuó Gabriela—. Fue ella quien la introdujo a las teorías sobre una tecnología antigua perdida, ideas que la academia consideraba insensatez.
—¿Qué pasó con ella? —preguntó Montero, cautivado por la historia.
—Murió en un accidente durante una excavación en Sicilia, dos años después de conocerse —respondió Gabriela con tristeza—. Helena nunca se perdonó no haber estado allí. Estaba presentando su tesis en Cambridge cuando ocurrió.
Carmen entró en la habitación con una bandeja de café.
—Después vino Elisa Montalvo —añadió, entregando una taza a Montero—. La española que mencioné antes.
—Elisa fue quien la ayudó a superar la pérdida de Valeria —explicó Gabriela, extrayendo un pequeño paquete de cartas atadas con una cinta azul—. Helena siempre decía que Elisa le devolvió la capacidad de reír.
Montero observó una fotografía adjunta a una de las cartas: Helena y una mujer de cabello oscuro y ojos expresivos, ambas sentadas en las escaleras de un edificio universitario, riendo como si acabaran de compartir un secreto maravilloso.
—¿Qué hay de Marcus Brenner? —preguntó, recordando al hombre que había huido de la capilla—. ¿Cuál es su verdadero papel en todo esto?
Gabriela y Carmen intercambiaron miradas nuevamente.
—Marcus fue el tercer amor de Helena —reveló Carmen—. Y quizás el más complejo. Un científico brillante con un pasado turbulento.
—Se conocieron en Cambridge, durante un simposio sobre teorías matemáticas aplicadas a la antropología —añadió Gabriela—. Helena estaba fascinada por su trabajo sobre patrones de migración humana prehistórica.
—¿Por qué trabajaba con Vázquez? —insistió Montero.
—Porque Marcus nunca fue completamente bueno ni completamente malo —respondió Gabriela—. Siempre ha navegado en la zona gris, convencido de que los fines justifican los medios.
—Y ahora ha desaparecido con el disco del relicario —añadió Carmen, revelando lo que Montero había sospechado desde la capilla.
—No exactamente —sonrió Gabriela, extrayendo de su bolsillo otro disco aparentemente idéntico—. Helena me enseñó a nunca confiar plenamente en nadie. Lo que Marcus tiene es una réplica.
Un mensaje en el teléfono de Campos interrumpió la conversación: "Localizado servidor principal de El Ingeniero. Berlín. Tenemos 18 horas."
—Necesitamos descifrar el resto de la historia de Helena —afirmó Montero con urgencia—. ¿Quiénes fueron los otros dos amores?
Gabriela extrajo una pequeña fotografía de una mujer rubia de aspecto nórdico.
—Ingrid Lindström. Ingeniera informática sueca. Fueron pareja durante tres años mientras Helena desarrollaba las primeras versiones del algoritmo en Estocolmo.
—Y luego estuviste tú —concluyó Montero, mirando a Gabriela.
—Y antes de mí... hubo alguien más —respondió ella con una sonrisa enigmática, extrayendo un sobre sellado del fondo del cofre—. Alguien cuya existencia Helena mantuvo en secreto absoluto.
Le entregó el sobre a Montero. En el exterior, con la caligrafía inconfundible de Helena, estaba escrito un nombre que lo dejó sin aliento:
"Para Alejandro Montero. Para cuando llegue el momento."