¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Cristina enfrenta un dilema que pondrá a prueba los límites de su humanidad: sacrificarse a sí misma para encontrar a la persona que ama, incluso si eso significa convertirse en el mismo diablo.
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Somos familia
Esa tarde nos reunimos alrededor de la mesa, y la conversación giró en torno a mi estancia en España. Mis hermanos estaban llenos de preguntas, siempre con su tono curioso y a veces imprudente.
—¿Cómo fue España? ¿Encontraste alguna chica linda? —preguntó Juan, lanzando una de sus bromas habituales.
—No se te ocurra mencionar eso delante de los demás. Ahora estoy prometida —respondí con tono serio, aunque enseguida lo cambié por uno juguetón mientras sacaba mi celular para mostrarles una foto—. Pero miren, ella es Ale, una italiana... mi amiga.
Juan tomó mi celular rápidamente.
—¡Vaya, Cris! ¿Tenías esto guardado? ¿Tendrá una hermana para mí?
—No, es hija única, y de una gran familia adinerada en Italia —respondí con orgullo.
—Así que seguiste muchos de mis consejos, ¿eh? —comentó Fer, mirándome fijamente con una sonrisa en los labios.
Todos en la mesa parecían sorprendidos por mis amistades, y la conversación siguió animada. Hablamos de todo un poco: anécdotas, mis estudios, y mis planes de futuro. Hasta que un ruido fuerte, la bocina de la camioneta sonó desde afuera, con un gran pitido , sonó desesperadamente afuera de la casa.
Me levanté rápidamente, pero mi madre intervino preocupada:
—¿A dónde vas, hija?
—Viviré con Lorena —respondí, recogiendo mis cosas mientras Fer, con un toque de nostalgia, añadió:
—Prepararé el cuarto si quieres quedarte...
—No te preocupes, volveré a visitar —les dije mientras los abrazaba con fuerza.
Sin embargo, antes de salir, mis hermanos corrieron detrás de mí y me detuvieron.
—Sabemos lo que quieres hacer —dijo Juan con seriedad, algo poco común en él.
—Lo que Juan quiere decir es que sabemos que entrarás al negocio de don Francisco para crear tu propia negocio. Queremos que sepas que estamos dentro —intervino Luis, con un tono decidido y firme.
—Sí, Cris. Hemos estado investigando la zona. Sabemos cómo se mueven las cosas. Incluso en el bar se reúnen ciertos peces gordos —añadió Fer, tomándome del brazo con determinación.
—Gracias, chicos, pero no puedo incluirlos en esto. Es peligroso —respondí con cariño, negándome a exponerlos.
—¿Bromeas, Cris? Eres la menor, nosotros somos los que debemos protegerte —replicó Juan, sorprendiéndome con un abrazo cariñoso.
—Estamos juntos en esto. Somos la gran familia León —afirmó Luis con seguridad.
—Siempre uno. Somos uno o ninguno. ¿Qué dices, Cris? —preguntó Fer, colocando su mano en el centro.
Suspiré, pero no pude evitar sonreír ante su unión.
—Está bien.
Todos pusimos nuestras manos juntas y, alzándolas, gritamos con fuerza:
—¡Familia León!
Mientras subía a la camioneta, veía cómo mi casa se hacía cada vez más pequeña en la distancia. Lorena conducía con una expresión impaciente, y no tardó en preguntar:
—¿Por qué tardaste tanto?
—¿No es obvio? Extrañaba a mi familia —respondí sin ocultar mi frialdad.
—Luego iré a ver a mis suegros —replicó Lorena, tratando de sonar conciliadora.
—No te preocupes. Ellos están perfectamente bien sin tu presencia —dije con un tono seco que la dejó sin palabras.
El resto del camino se llenó de silencio. Mientras miraba por la ventana, no podía dejar de pensar en mi próxima jugada. Ahora todo era más claro: no estaba sola en esto. La gran familia León iba a cambiar el rumbo de todo.