¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
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Héroe de la noche
Al poner mis pies dentro del granero, me encuentro con todo un arsenal de autos y motocicletas apenas visibles por la tenue luz de las lámparas. Camino despacio, mientras un montón de enmascarados giran sus rostros para mirarme. Carla se pierde entre la multitud que me empieza a rodear; las luces chispeantes en sus máscaras de animales aturden mi respiración.
—Un ángel no tiene rostro —susurran al unísono.
Llevo mi máscara de koala en la mano, así que no dudo en ponérmela. Los extraños me siguen rodeando, sofocando la poca respiración que me queda. Por suerte, los abucheos que vienen desde el otro lado del granero distraen a los enmascarados y, aprovechando la distracción, me escabullo para seguirle el rastro a Carla. Mirando entre temblores, la encuentro junto a Iván, Marcos y Francisco, sobre un estrado en el que han puesto de rodillas al militar. Hay tres figuras más: dos muy altas e idénticas, y otra más musculosa. Las idénticas llevan máscaras de algún pájaro, no sé, creo que de águila porque solo puedo ver un pico muy largo que desciende de hasta sus quijadas. La otra lleva una máscara de canguro.
Iván y Francisco golpean al militar en la cabeza. Carla me mira fijamente con su máscara de gata, y luego me hace señas para que suba al estrado. Yo me quedo estático... no me dan ganas de subir. No obstante, Marcos se acerca y, riendo, me lleva cargado en su hombro.
¡Este chaval es un dolor de cabeza!
El de la máscara de canguro asiente para que Iván y Francisco vuelvan a golpear al militar, y estos no se niegan a su petición. Le dan una patada y el pobre cae de bruces. Permanece en la misma posición de los perros, mientras el público enmascarado le avienta sus maldiciones. Cientos de ojos son flashes en un montón de brillos oculares: titilan y titilan. Debo sacudir la cabeza para no hipnotizarme, y cuando lo hago noto que una de las que lleva máscara de águila, la que está muy cerca de mí, no me quita la vista de encima. Para no cruzar miradas vuelvo a ver a los desquiciados que ahora arrojan porquerías al militar. Vaya, a pesar de que ya no la veo, presiento que ella me sigue mirando.
Sé que es una chica porque tiene la figura curvada de una mujer. La curiosidad me gana y vuelvo a verla. Entonces se quita la máscara por un intervalo demasiado corto y descubro que es Asha. ¿Cómo supe que era ella y no su gemela? Porque Brilla no sería capaz de llevar su dedo al cuello y deslizarlo como si fuera un cuchillo, solo para amenazarme.
Claro que la otra figura debe ser Brilla, y el musculoso de seguro es Héctor. ¿Por qué lleva puesta una máscara de canguro? Si él es el líder, al menos debió ponerse una de león. Quizás lo hizo porque a él no le importa la opinión de nadie; ni la mía, ni la del montón de enmascarados que abuchean y arrojan al militar todo lo que encuentran en el piso. Héctor lo alza por el cuello, y lo mueve como si fuera un títere. Él es un saco de carne colgante, con los labios ensangrentados y la ropa hecha añicos. No creo que se lo merezca, es más, hasta tengo ganas de liberarlo. Pero no soy quien manda, así que tendré que tragarme mi compasión.
—Escuchen ángeles del cielo —vocifera Héctor—. La fortuna nos ha regalado una pieza del enemigo, ¡la clave para la liberación de nuestro dios! Han sido tiempos muy duros, pero perfectos. —Héctor parece un presidente— ¡Somos más fuertes que antes!
Intento aplaudir y gritar como los otros que vitorean al moreno, pero ahí está Asha otra vez, mirándome.
—El dragón de lengua negra le miente a la ciudad. —Y por dragón de lengua negra, Héctor se refiere al coronel Vladímir—. Cifras falsas, victorias falsas y una paz falsa. Juega con nuestro miedo, con nuestras ganas de vivir en un país con más futuro para los jóvenes. Hoy acabará su juego, y el nuestro comenzará. ¡Muerte al tirano! —repite, como símbolo de su rebelión.
—¡Muerte al tirano! —gritan todos.
—¡Muerte al tirano! —grito yo, pero tarde, por lo que todos me miran como si fuera un imbécil.
—Tienen 20 minutos para obligarlo a corroborar la dirección de los carroñeros —ordena Héctor, y luego Iván, Marcos y Francisco arrastran al militar hasta desaparecer entre la turba.
El coro de se hace más estruendoso. Intento seguir a Iván y a Francisco, pues quizás necesitan que los ayude con algo. Pero entonces, el resto del grupo me rodea, liderados por Héctor. El musculoso se me aproxima demasiado, incluso escucho el respirar lento golpeando su máscara de canguro. Asha también está muy cerca, y sus intenciones me ponen a sudar. Brilla, su hermana, acaricia mi hombro, y Carla, bueno, ella solo se limita a observar detrás de su máscara de gata.
—Tu primer día y nos traes un regalo —dice Héctor, y juro que su máscara está muy juntita a la mía—. Eres como la leona que lleva de comer a sus crías.
Supongo que se refiere al militar, pero vale, no fui yo quien lo capturé. Fue la danza de Iván, y los golpes de Carla, Marcos y Francisco. Yo solo me metí en la patrulla a tomar café. Aun así, soy el héroe de la noche. No diré nada, pues él es el jefe, y el jefe siempre tiene la razón.