¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
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CAPITULO VEINTIUNO
Naira era un hada negra, una rara especie de hada que, en lugar de resplandecer con la luz de la bondad y la esperanza, irradiaba una oscuridad profunda y misteriosa. Desde su nacimiento, el destino de Naira había sido sombrío. Criada en un entorno hostil y lleno de maldad, su pureza innata de hada soñadora se había convertido lentamente en la esencia de un hada negra. Todo en ella estaba perdido. No conocía a su madre y en su corazón siempre había albergado la dolorosa creencia de que había sido abandonada. Esta ausencia maternal dejó un vacío inmenso en su vida, un vacío que nadie había podido llenar. Su padre, en cambio, era una figura dominante y cruel. No veía en Naira a una hija, sino a un instrumento para llevar a cabo sus malévolos planes. Bajo su influencia, Naira fue expuesta a oscuras artes y secretos prohibidos, aprendiendo a utilizar su magia de manera destructiva. Su infancia estuvo marcada por la soledad y la tristeza. Mientras otras hadas jugaban y disfrutaban de la luz del sol, Naira pasaba sus días en la penumbra, ejecutando las órdenes de su padre. Cada acto maligno que cometía la alejaba más y más de la niña inocente que una vez fue. Sin embargo, a pesar de su entorno, en el fondo de su corazón, Naira siempre sintió una chispa de bondad que luchaba por salir a la superficie, pero aun así, no quería decepcionar a su padre.
Ella amaba ser mala, aunque no lo era de naturaleza.
Sus labios se curvaron, dejando ver una mueca de superficialidad. Ivelle, quien se encontraba delante de ella, no entendía qué sucedía.
—¿Por qué te comportas así, Naira? —preguntó Ivelle con desesperación en su voz—. ¡Tú no eres así! ¿Porque te comportaste con tanta dulzura si eras vilm?
Naira no respondió, sus ojos brillaban con una intensidad oscura que reflejaba las maldiciones que la habían transformado. Sin decir una palabra, avanzó hacia Ivelle y la tomó del cuello, levantándola un poco en el aire. La hada negra tenía una fuerza sobrenatural, resultado de las muchas maldiciones que su padre había lanzado sobre ella.
—¡Déjame! —gritó Ivelle, tratando de liberarse sin éxito—. ¡Naira, por favor! Suéltame.
La mirada de Ivelle vagó por todo el lugar hasta terminar en el agua que se encontraba no muy lejos. No era muy buena controlando el agua, pero tampoco era la peor. Levantó ambas manos, haciendo que una parte del agua del lago también se levantara y la arrojó hacia Naira. El impacto fue suficiente para lanzar a Naira hacia un árbol, soltando a la chica.
Ivelle no era idiota, sabía que si no hacía algo, las cosas iban a terminar muy mal. Se acercó rápidamente a Naira y la tomó del brazo.
—¡No permitiré que sigas con esto! —dijo Ivelle con determinación, sus ojos llenos de resolución. — No entiendo nada y al parecer tampoco tú. No puedes tratar de matar a las personas solo por codicia.
Naira intentó soltarse, pero no pudo. Ahora era ella quien se encontraba indefensa. Ivelle iba a realizarle una pregunta, pero de pronto, todo comenzó a dar vueltas en su cabeza. Sus ojos comenzaron a tener la silueta de una serpiente roja, provocando que sus pupilas se convirtieran en un rojo intenso.
—¿Qué... qué te está pasando? —murmuró Naira, sin poder creer lo que veía—. ¡Esto no es posible!
Naira nunca había escuchado de nadie que se hubiera convertido en uno sin la brasa dorada. ¿Por qué aquella chica sí lo hacía? Ivelle pareció debilitarse, lo que Naira aprovechó. Ivelle cayó al piso al mismo tiempo en que el hada se levantaba. En las manos de Naira apareció una espada larga y negra, la espada maldita. Aquella que estaba presente en muchas historias y leyendas, se decía que había matado muchos seres a lo largo de la historia, pero que se encontraba enterrada en las profundidades del océano. Ahora estaba ahí, en las manos del hada, quien la levantó.
—Con esto acabaré contigo de una vez por todas —dijo Naira, su voz resonando con un eco de oscuridad y poder, mientras muchos truenos comenzaban a sonar en el cielo, algunos de ellos tocando la espada. — No me importa matar por codicia. De eso funciona el poder. Siendo un ser de luz cómo tú, Ivelle, no conseguiría nada en este mundo, y yo lo quiero todo.
Ivelle no estaba pendiente de eso, se encontraba mareada. Naira sonrió, sus ojos brillaban con malicia.
—Adiós, Ivelle —susurró Naira, mientras alzaba la espada.
En ese momento, un resplandor cegador emergió de los ojos de Ivelle. Una serpiente roja, majestuosa y resplandeciente, apareció de la nada, destruyendo completamente la espada en las manos de Naira, volviéndola polvo. Naira se sorprendió y dejó escapar un jadeo de su boca.
—¿La espada que mi padre me dio está destruida? —dijo Naira, incrédula y llena de ira.
La serpiente roja se enrolló alrededor de Ivelle, protegiéndola. Ivelle, aunque débil, logró ponerse de pie. Naira arrugó el rostro. Estaba enojada por lo que había sucedido. Con sus manos empujó con fuerza a Ivelle, provocando que esta cayera al lago. Miró por última vez antes de irse rápidamente de ahí.
Por otro lado, se encontraba Sir Eris. Él no era una persona con mucha paciencia. Nunca había aprendido a tolerar que las personas le llevaran la contraria. No lo toleraba de nadie, mucho menos de su hijo mayor, Mirco, quien parecía querer desafiarlo a toda costa. Desde que Mirco era pequeño, siempre había mostrado una inclinación hacia la curiosidad y la independencia, cualidades que chocaban con la naturaleza autoritaria de su padre. Sir Eris gobernaba su hogar con mano de hierro, esperando obediencia y respeto absoluto. Sin embargo, Mirco, con su espíritu rebelde y su sed de conocimiento, nunca había encajado en ese molde.
—No puedes seguir ignorando mis órdenes, Mirco —gruñía Sir Eris, su rostro endurecido por la ira contenida—. Hay cosas que no entiendes y que es mejor que no sepas.
La tensión entre ellos había ido creciendo con los años, hasta que finalmente Mirco había decidido alejarse de su padre para buscar sus propias respuestas.
—Debes decirle la verdad a todos, padre. Enfrenta tu destino.
—No tengo que enfrentar nada.
—¿No? —Una risa salió de sus labios—. ¿Entonces por qué no le dices a todos lo que le hiciste a tu hija? Ahí sí no eres tan valiente para hablar, ¿verdad?
Sir Eris quedó momentáneamente paralizado por la pregunta de Mirco, una mezcla de furia y temor asomando en sus ojos.
—Cállate, Mirco —dijo Sir Eris con voz temblorosa—. No sabes de lo que estás hablando.
—Lo sé perfectamente, padre —respondió Mirco con determinación—. He descubierto tus secretos. Sé lo que le hiciste a mi hermana y cómo la has utilizado para tus propios fines oscuros.
Sir Eris se acercó a Mirco, su expresión era una mezcla de desesperación y rabia.
—¡Ella era una herramienta! —gritó Sir Eris—. Una herramienta necesaria para mantener nuestro poder. Tú no entiendes el sacrificio que he tenido que hacer.
—No, padre, tú no entiendes. El verdadero poder no viene del control y la manipulación, sino de la verdad y la justicia —replicó Mirco—. Todos deben saber la verdad.
Sir Eris, enfurecido, levantó una mano como si fuera a golpear a Mirco, pero se detuvo en el último momento. Mirco lo miró desafiante, sus ojos reflejando la tensión del momento. En ese instante, la puerta se abrió, revelando a Naira. Los hermanos se miraron por unos segundos, compartiendo un entendimiento silencioso. Sin perder tiempo, Mirco retrocedió hacia la ventana y, en un destello de luz, se transformó en un majestuoso ave fénix, escapando al amparo de la noche. Su silueta se desvaneció rápidamente entre las estrellas, dejando a Naira en una sala llena de incertidumbre.
Naira buscó respuestas en los ojos de su padre, pero encontró solo frialdad y reserva. Desanimada, se sentó en el lugar que Mirco había ocupado momentos antes, respirando profundamente y preparándose mentalmente para la tormenta que sabía se avecinaba.
Mientras tanto, lejos de allí, Ivelle estaba luchando contra una sensación de desesperación abrumadora. Sentía como si una fuerza invisible la retuviera, impidiéndole escapar. Su corazón latía con terror, el miedo a morir de una manera tan extraña y desconocida invadiendo cada fibra de su ser. Justo cuando la oscuridad parecía consumirla por completo, una luz azul brillante la envolvió, liberando una energía poderosa que recorrió todo su cuerpo. El dolor era intenso, una quemazón que se extendía por su piel, pero diferente a lo que había sentido con las marcas. Era más leve, pero no menos perturbadora. Trató de gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta, incapaz de romper el silencio. De repente, sintió que era arrastrada a la superficie, y cuando emergió, se dio cuenta de que estaba experimentando una transformación sorprendente.
Su piel se cubrió de escamas doradas y azules, formando una mística armadura que adornaba sus piernas y cintura. Flores doradas y algas marinas se entrelazaron en su pecho y brazos, creando un diseño intrincado y hermoso. Su cabello negro se transformó en mechones dorados y ondulados, no como sus anteriores crespos mientras que sus piernas se fusionaron en una espléndida cola de sirena que brillaba con un resplandor mágico. Ella abrió los ojos en grande. Se encontraba en estado de shock ante su nueva apariencia. Miró su cuerpo transformado con incredulidad, incapaz de procesar completamente lo que estaba viendo. Las escamas relucían bajo la luz, reflejando una miríada de colores que nunca había imaginado. Su mente estaba inundada de una compleja mezcla de emociones: asombro, miedo, maravilla y una extraña sensación de pertenencia.
Por fin se había convertido.
— ¡Qué mierda...! — fue lo único que logró articular, dejando escapar un susurro de asombro y confusión. — ¿Ya soy una sirena? ¿Mi transformación por fis se hizo realidad? ¡Wow!
Se encontraba en un estado de suspensión, tratando de comprender la magnitud de lo que acababa de suceder. Por un lado, se sentía desconcertada por la repentina transformación, pero por otro lado, había una extraña sensación de aceptación y conexión con su nuevo ser.
—No tienes nada que temer, brillante luz — dijo una voz que resultó ser un pez que se estaba juntando junto con muchos más alrededor de Ivelle—. Has logrado tu transformación a Sirena desde tu nacimiento. ¡Es increíble! Eres una sirena de luz, una de las más hermosas en el mundo marino.
— ¿Sirena de luz? — repitió, aún procesando la información que acababa de recibir —. ¿Qué significa eso exactamente?
— Las sirenas de luz son seres especiales, dotadas de habilidades únicas y una conexión profunda con la magia del mar — explicaron los peces —. Aunque no poseen la misma fuerza física que otras sirenas, su delicadeza y sus poderes mágicos las hacen valiosas para mantener el equilibrio en el océano.
— ¿Y cuál es mi deber como Sirena de Luz? — preguntó, sintiendo la responsabilidad pesar sobre sus hombros.
— Tu deber principal es proteger a todas las criaturas del mar y preservar su hábitat natural. Además, tienes la capacidad de comunicarte con otros seres marinos y de utilizar tus poderes mágicos para mantener la armonía en el océano.
— ¿Cómo se supone que debo reaccionar ante esta noticia? — preguntó, todavía procesando todo lo que había aprendido. — Puedo hablar con animales del agua. Increíble — sonrió.
— Es una gran noticia, Ivelle. Con el tiempo, descubrirás lo maravilloso que es ser una Sirena de Luz y el importante papel que desempeñas en el océano. Estaremos aquí para guiarte en tu viaje y apoyarte en tu misión.
Ivelle asintió lentamente mientras la luna, con su resplandor, bañaba todo a su alrededor en una luz plateada y mágica. Sentía el brillo lunar como un manto suave y cálido sobre su piel transformada. Cuando los peces se dispersaron en un destello de escamas iridiscentes, ella comenzó a mover su aleta de arriba abajo, experimentando una extraña y fascinante sensación al tener una cola de sirena. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, una mezcla de asombro y alegría, antes de sumergirse en el agua.
Cerró los ojos mientras descendía, disfrutando del frescor del agua envolviendo su cuerpo. Al abrirlos lentamente, se encontró con una escena de ensueño: debajo del agua se extendían vastos jardines de corales de todos los colores imaginables. Los corales parecían brillar con una luz propia, iluminando el entorno submarino con tonos de rojo, azul, verde y púrpura. Alrededor de ella, numerosos peces nadaban de un lado a otro en un ballet acuático, sus movimientos gráciles y sincronizados creando una coreografía natural que la dejó sin aliento.
Los peces, de diferentes tamaños y formas, con aletas translúcidas y cuerpos llenos de colores vibrantes, se movían armoniosamente, como si dieran la bienvenida a Ivelle en su mundo. Las burbujas ascendían suavemente desde el fondo, añadiendo un toque de magia al ambiente. En ese instante, Ivelle sintió una conexión profunda con el mundo submarino, como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar maravilloso y misterioso. Mientras nadaba entre los corales y los peces, una sensación de paz y libertad la invadió completamente, haciendo que olvidara sus temores y preocupaciones, sumergiéndose en la pura maravilla del momento.
— Los chicos se tienen que enterar de esto.
Cuando Ivelle estaba por salir del agua, comenzó a escuchar una voz llamándola repetidamente:
—Ivelle, hija mía... hija mía... hija mía...
Buscó con la mirada, pero no había nadie. Salió del agua confundida por lo que escuchaba. Cuando estaba por dar un paso más, se dio cuenta de que se encontraba completamente desnuda. Por instinto, trató de cubrirse aunque no había nadie viéndola. Maldijo internamente.
—¿Ahora cómo voy a volver con los demás completamente desnuda? —se preguntó en voz baja, con frustración.
Su mirada se dirigió al árbol donde había tirado a Naira. Sabía que tenía que hacer algo con ella, pero tampoco quería agrandar el problema y atraer la atención de todos. Si alguien descubría que había intentado matarla, sería un escándalo que podría costarle muy caro.
—Esto debe quedar entre nosotras —murmuró, decidiendo que dejaría el tema de lado por el momento.
Ivelle sabía que debía encontrar la manera de evitar que Naira intentara matarla de nuevo por un estúpido poder. Miró a su alrededor, buscando alguna solución a su dilema inmediato. No podía quedarse allí desnuda y vulnerable.
Mientras tanto, Asher se encontraba caminando hacia donde ella se encontraba sin darse cuenta. Sus manos estaban metidas dentro de los bolsillos de su atuendo. Él vestía completamente de negro, con una chaqueta negra tipo vestido. En su cabeza, tenía muchas cosas, muchas dudas que no entendía cómo debía resolver. Levantó la mirada, percatándose de la chica que se encontraba de espaldas a él. Su mirada la recorrió de arriba abajo.
Asher tosió ligeramente, haciendo que Ivelle volteara rápidamente. Por instinto, ella se cubrió con las manos, avergonzada por su estado.
—Lo siento, no sabía que estabas aquí —dijo Asher, intentando no mirarla directamente—. No te preocupes, no vi nada.
Ivelle, aún nerviosa por la situación, asintió rápidamente y trató de mantener la compostura.
—Está bien. No te preocupes —respondió ella, nerviosa.
Asher se acercó un poco más, sintiéndose incómodo por la situación.
—¿Necesitas ayuda con algo? —preguntó Asher, tratando de ser amable. — Puedo darte mi chaqueta.
Ivelle asintió, agradecida por el gesto. Asher se acercó y le entregó su chaqueta. Ivelle se la puso rápidamente, sintiéndose un poco más reconfortada con la prenda envolviéndola. Asher observó cómo ella se cubría y se sintió aliviado de haber sido él quien la encontrará en esa situación y no algún otro que pudiera aprovecharse. Ella tenía su mirada fija en el suelo, todavía procesando la vergüenza de haber sido vista en esa situación.
—Gracias, Asher. Aprecio mucho tu ayuda —dijo Ivelle finalmente, rompiendo el silencio con una pequeña sonrisa.
Asher asintió con una leve sonrisa.
—No hay de qué. Espero que estés bien —respondió Asher, con tono amable.
Mientras caminaban, Asher no pudo evitar mirar de reojo a Ivelle, preocupado por cómo estaba lidiando con la situación. Ella parecía más tranquila con la chaqueta cubriéndola, pero aún así notaba la tensión en su rostro.
—¿Estás bien? —preguntó Asher suavemente, sin querer ser intrusivo.
Ivelle le dio una mirada agradecida.
—Sí, estoy bien. Gracias de nuevo por tu ayuda, Asher —respondió Ivelle, sonriendo levemente.
Asher asintió, sintiéndose aliviado de verla un poco más calmada.
— ¿Puedo saber por qué estabas desnuda?
— Bueno… me convertí en una sirena de luz.
— Oh, eso es increíble. Puedo imaginar que estas feliz por eso.
— Sí, de hecho lo estoy. — Sonrió, pero su sonrisa cayó al recordar algo —. Asher, ¿tú me matarías por obtener la marca? — Él se detuvo en seco y la miró confundido.— Por lo que sé, hay una forma de que el poder de tu abuelo desaparezca de mí y esa es matándome para que la esfera pueda volver a aparecer… ¿Tú serías capaz de matarme solo por el poder?
Asher, siendo un demonio, Ivelle pensaba que solo por serlo, él sería capaz de no tener piedad con ella. Al final, era un poder que en pocas palabras había tomado sin saber de qué se trataba y tampoco era su culpa. Ella no sabía de la esfera y lo mucho que esta le traería problemas. Ella no quería morir y tampoco dejar que alguien la asesinara. Busco con la mirada los ojos profundos del demonio a su lado. Él parecía perdido, como si estuviera en una lucha interna. Ivelle estaba algo desesperada. Quería una respuesta rápida y parecía que él no le daría ninguna.
Él comenzó a caminar dejándola atrás, pero ella lo alcanzó y lo tomó del brazo, haciendo que su caminata se detuviera. Él, en un impulso, se soltó de golpe, provocando que ella cayera al suelo y se lastimara las manos al tratar de detener la caída. Un gesto de dolor apareció en su rostro. Asher se arrepintió rápido de lo que hizo. Giró y por unos segundos dudó en si ayudarla o no. Le extendió la mano, pero ella lo miró con enojo y se levantó por su cuenta, dejando la fría mano del demonio al aire.
— Respóndeme — ordenó con un tono frío —. ¿Serías capaz de matarme?
— ¿Cómo te enteraste de la forma de regenerar la esfera? — su tono sonó frívolo. — No muchas personas saben eso. De hecho, son contadas con los dedos las personas que saben ese secreto y esos son los pocos Zentyal que quedaron con vida después de que el poder se les fuera arrebatado y devuelto a la esfera.
Él se acercó a la chica y se puso frente a frente. La diferencia de altura se notaba mucho. Él parecía un árbol en comparación con ella, que aunque era muy alta, no le llegaba ni a los hombros.
— Responde, Ivelle. ¿Cómo te enteraste de eso?
— Responde tú. ¿Serás capaz de hacerlo? Mejor dicho, ¿por qué no lo intentaste desde el primer momento en lugar de llevarme con esa bruja?
— Eso no es asunto tuyo, Ivelle.
— Claro que lo es. Es mi maldita vida la que está en juego. Merezco por lo menos una misera explicación.
Asher se inclinó hacia adelante, acercándose más a Ivelle. Ella retrocedió un paso, sintiendo la intensidad de su mirada penetrante.
— Sabes demasiado, Ivelle. — Su voz era un murmullo, pero cargado de advertencia. — Y eso te pone en peligro. No deberías haber llegado a este conocimiento.
— No me importa. — Ivelle levantó la barbilla con determinación. — Necesito saberlo, Asher. Y necesito saber si eres capaz de matarme por ello.
La atmósfera se cargó con tensión. Asher la miró fijamente por unos instantes más, evaluando sus palabras y su expresión decidida.
— No te mataría, Ivelle. — Finalmente dijo, con voz más suave. — No por eso.
Ivelle lo miró, sorprendida por su respuesta sincera. Había esperado otra cosa, algo más oscuro y siniestro. Asher se apartó, retrocediendo unos pasos.
— Pero necesitas entender que esto es peligroso. — Advirtió, con seriedad. — Y no puedo garantizar tu seguridad si sigues buscando respuestas.
— No puedo simplemente quedarme de brazos cruzados. — Respondió Ivelle, con firmeza. — Necesito saber más, necesito entender qué está pasando.
Asher asintió lentamente, resignado.
— Entiendo. Pero ten cuidado, Ivelle. La curiosidad puede llevarte a lugares muy oscuros.
Ivelle lo miró con determinación.
— Estoy dispuesta a correr ese riesgo... Sabes — ella se cruzó de brazos —. No eres la única persona buscando la esfera.
Asher frunció el ceño, intrigado.
— ¿A qué te refieres?
— Me enteré de cómo se devuelve el poder a la esfera porque alguien intentó matarme. No entiendo cómo ella se enteró, pero... también está buscando la esfera para obtener el poder de tu abuelo, Asher. Si no te apresuras, alguien más podría ganarte y matarme.
— ¿Quién es?
— Es una persona que menos esperaría que fuera mala.
— Habla ya, bruja.
— ¿Por qué me dices así?
— ¡Que hables, carajo!
— Fue Naira.
— ¿La hada torpe?
— Esa misma.
Asher frunció el ceño, pensativo.
— No puedo creerlo. ¿Por qué ella estaría interesada en la esfera?
— No lo sé.
Asher miró a Ivelle con seriedad.
— Esa estúpida hada. ¿Estás bien? ¿No te hizo nada malo?
— ¿Por qué te importa?
— Ni siquiera sé — la miró por última vez antes de comenzar a caminar con rapidez.
Ivelle lo observó alejarse, sintiendo una mezcla de frustración y alivio. Sabía que necesitaban trabajar juntos para detener a Naira, pero la presencia de Asher seguía siendo desconcertante para ella.
— ¡Espera! — lo llamó, alcanzándolo con unos pasos rápidos.
Asher se detuvo y se volvió hacia ella con una ceja alzada, como si estuviera esperando una explicación.
— Lo siento — dijo Ivelle, bajando la voz —. No quería ser tan brusca.
Asher asintió con la cabeza.
— Camina, bruja.
— Deja de decirme bruja.
— Dejaré de hacerlo hasta confirmar algo.
— ¿Qué cosa?
— ¿Acaso te importa? — él rió y ella rodó los ojos.
Horas más tarde, Ivelle se encontraba junto a Zaois, quien estaba concentrado dibujando una planta en un cuaderno. La tranquilidad del lugar se vio interrumpida cuando Raquel llegó, con una expresión seria en su rostro. Ivelle no le había contado lo que había sucedido con Naira ni sobre su transformación. No sentía ganas de hacerlo. Estaba abrumada por todo lo que había pasado en tan poco tiempo y no había tenido tiempo de asimilarlo. Al levantar la mirada, se encontró con los ojos de Freya mirándola con odio. En cierta parte, su odio era comprensible; Ivelle había matado a su novio.
— Ivelle, sei stata molto distratta, c'è qualcosa che non va? — preguntó Zaois, preocupado.
— No, no. Todo está bien… es solo que… últimamente han pasado muchas cosas y no sé cómo asimilar todo eso. — Un suspiro pesado escapó de sus labios —. Necesito un año sabático, creo — soltó una risa, tratando de aliviar la tensión.
De repente, Ivelle soltó un fuerte grito cuando vio a Perseus aparecer a su lado de la nada. Odiaba cuando él hacía eso. Había aprendido a teletransportarse a los once años y desde ese momento lo utilizaba para cualquier cosa. Sonrió cínicamente y lo miró, al mismo tiempo que le daba un fuerte golpe en la cabeza. Perseus hizo una mueca de dolor y le devolvió una mala mirada, pero luego sonrió ampliamente al recordar por qué había venido.
— ¿Que te he dicho de hacer eso? No puedes asustar a las personas de esa manera.
— Tú también lo haces.
— Es diferente.
— ¿Por qué sería diferente?
— Porque…porque yo soy yo, ¿entendido?
— Ay, como sea —. Tiró su cabello hacia atrás con aire de grandeza —. Nos inscribí a la clase de natación con canoa — dijo con gran felicidad —. ¿No es grandioso?
Zaois, que había estado escuchando la conversación, intervino con un tono severo.
— Sono incluso? Perché se partecipo a quello stupido piano, giuro che ti ammazzo nel peggiore dei modi e darò le tue budella ai piranha.
Perseus se encogió de hombros y sonrió aún más, sin inmutarse por la amenaza.
— No seas aburrido, Zaois. La vida es bella.
Ivelle, que había estado observando el intercambio, no pudo evitar sonreír ante la audacia de Perseus y la frustración de Zaois.
— Perseus, ¿por qué siempre tienes que meterte en líos? — dijo Ivelle, todavía con una sonrisa en el rostro.
— Porque alguien tiene que mantener las cosas interesantes — respondió Perseus con un guiño.
Ivelle rodeó los ojos.
—¿Sabes dónde está Percy? No lo he visto desde la mañana —preguntó Ivelle, con una leve preocupación en su voz.
—Está enseñándole a una chica a disparar flechas —respondió Perseus con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Ivelle arrugó la cara, una mezcla de sorpresa y desagrado cruzando su expresión.
—¿Por qué él tiene que enseñarle algo? —preguntó, sin poder ocultar su incomodidad.
—Porque es bueno en todo lo que hace —dijo Perseus, encogiéndose de hombros—. Las chicas se fijan en eso. Además, es muy inteligente y guapo. Es obvio que alguien tenía que hablarle finalmente.
Ivelle sintió una punzada de celos y confusión. Aunque no quería admitirlo, la idea de Percy prestando atención a otra chica la molestaba más de lo que esperaba. Su mente se llenó de preguntas y dudas. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? ¿Por qué la idea de verlo con otra persona le hacía sentir un nudo en el estómago?
—Pero... ¿por qué él? —insistió Ivelle, tratando de mantener la voz neutral.
Perseus la miró con una ceja arqueada, como si evaluara cada una de sus reacciones.
—Ivelle, Percy es un chico increíble. —sugirió, dejando entrever una pizca de satisfacción. — ¿Por qué te preocupa tanto eso?
— Por nada…
A los pocos minutos, Percy llegó con ellos. La simple idea de verlo con otra chica la molestaba, pero no sabía por qué. Tal vez eran celos de amigos, pero ¿así se sentían los celos de amigos? Ella lo miró. Él tenía una sonrisa mientras hablaba de esa persona a la que le había enseñado a lanzar flechas. Resulta que era Dalia, una de sus compañeras de clase. Ivelle arrugó los labios, sintiendo una mezcla extraña en su estómago. Percy ni siquiera le había dedicado una sonrisa como siempre lo hacía, ¿por qué? Zaois a su lado se percató de lo que ocurría. Una media sonrisa salió de sus labios y negó con la cabeza mientras continuaba dibujando la flor.
—Sembra che qualcuno abbia qualcosa in mente. —murmuró Zaois, sin apartar la vista de su dibujo.
Ivelle no respondió, pero su discomodidad era evidente. Se removía en el suelo, incapaz de encontrar una posición cómoda. Observaba a Percy con una mirada que mezclaba curiosidad, inseguridad y un ligero toque de tristeza. La conversación de Percy con los demás continuaba, pero ella apenas podía concentrarse en lo que se decía.
—Entonces, ¿qué piensas, Ivelle? —preguntó Percy, de repente, dirigiéndose a ella con una sonrisa que parecía forzada.
—¿Eh? Oh, nada, solo... Nada—respondió, tratando de ocultar sus verdaderos sentimientos.
Percy frunció el ceño, claramente notando que algo no estaba bien, pero antes de que pudiera decir algo más, Perseus intervino.
—Parece que nuestra sirenita tiene muchas cosas en la cabeza últimamente —comentó con una sonrisa enigmática.
Ivelle miró a Perseus, agradecida por el cambio de tema, pero no pudo evitar que su mente volviera a la confusión de sus propios sentimientos. ¿Serían realmente los celos de una amistad lo que estaba experimentando en ese momento? ¿O sería que su corazón comenzaba a sentir algo más profundo por Percy, algo que temía admitir incluso para sí misma? Mientras observaba cómo interactuaba con los demás, no pudo evitar preguntarse si, tal vez, esos celos eran una señal de que estaba empezando a enamorarse de uno de sus mejores amigos.
—Es una estupidez —pensó en voz alta, llamando la atención de los demás.
—¿Qué es una estupidez? —preguntó Percy, confundido. Ella lo miró, intentando disimular la tormenta interna que se agitaba dentro de ella.
—Nada. Solo pensé en voz alta —respondió, intentando restarle importancia.
—Tan común en ti, sirena —le dijo Percy con una media sonrisa, intentando suavizar el ambiente.
Ivelle forzó una sonrisa, pero no pudo evitar sentir una punzada de frustración. La forma en que Percy la miraba, sin entender realmente lo que estaba ocurriendo dentro de ella, solo hacía que sus sentimientos se volvieran aún más confusos. ¿Por qué tenía que sentirse así? ¿Por qué las palabras de Percy, que solían ser un bálsamo para su alma, ahora parecían cortantes?
Percy volvió a centrarse en la conversación con los demás, mientras Ivelle intentaba recomponerse. Zaois, que había estado observando en silencio, se inclinó hacia ella y le susurró:
—Se hai qualcosa in mente, dovresti parlarne. Tenerlo dentro ti farà solo sentire peggio..
Ivelle asintió lentamente, sabiendo que Zaois tenía razón, pero sin saber cómo abordar el tema. ¿Cómo podría explicarle a Percy lo que estaba sintiendo cuando ni siquiera ella lo comprendía del todo? La mezcla de emociones era abrumadora: celos, confusión, un miedo latente a lo desconocido. Pero sobre todo, una creciente realización de que sus sentimientos por Percy iban más allá de la amistad.
Mientras la tarde avanzaba, Ivelle decidió que necesitaba tiempo para aclarar sus pensamientos. Se levantó lentamente y se dirigió hacia el lago, buscando la soledad y la calma del agua. Necesitaba un momento para sí misma, un momento para entender lo que realmente estaba sintiendo. La luna brillaba sobre el agua, creando un reflejo plateado que parecía susurrarle promesas de claridad y respuestas. Se sentó en la orilla, dejando que la brisa nocturna acariciara su rostro, y cerró los ojos, permitiéndose sentir, por primera vez, la profundidad de sus propios sentimientos.
Después de unos minutos, se levantó y caminó por el campo. Miró el reloj en su muñeca. Eran las cuatro de la tarde y ella no tenía hambre ni ganas de comer. La confusión en su mente era mucho más grande que su apetito. Siguió caminando por el campo de entrenamiento del campamento, perdida en sus pensamientos, hasta que sus pies se detuvieron. A lo lejos, pudo ver a una pareja besándose. Al acercarse, sus ojos se abrieron de par en par al reconocer a una de las personas: era Percy, y la chica que estaba con él era Dalia, su compañera de clase.
El corazón de Ivelle se hundió en su pecho, como si alguien hubiera arrojado una piedra en un estanque tranquilo. Las ondas de confusión, dolor y celos se extendieron por todo su ser. Percy y Dalia estaban tan absortos el uno en el otro que no se dieron cuenta de su presencia. Ivelle sintió una punzada en su corazón, una mezcla de traición y tristeza que no había anticipado. Retrocedió un paso, su mente luchando por procesar lo que estaba viendo. Era como si todo lo que había estado sintiendo se hubiera cristalizado en ese momento. Sus dudas, sus miedos, sus confusos sentimientos hacia Percy, todo se agolpaba en su pecho, dejándola sin aliento.
Con un esfuerzo monumental, Ivelle se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso al campamento, cada paso más pesado que el anterior. Las imágenes de Percy y Dalia seguían repitiéndose en su mente, acompañadas por una sensación de pérdida que no podía ignorar. ¿Por qué le dolía tanto verlos juntos? ¿Era porque finalmente se daba cuenta de que sus sentimientos por Percy eran más profundos de lo que estaba dispuesta a admitir? Pero si solo eran amigos…
Mientras caminaba, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. La brisa nocturna, que antes la había reconfortado, ahora se sentía fría y distante. Ivelle sabía que tenía que enfrentarse a sus sentimientos, pero en ese momento, solo quería alejarse de todo, encontrar un lugar donde pudiera estar sola y tratar de entender el torbellino de emociones que la consumía. Pasó sus manos por su cabeza. Soltó una risa que no sabía de dónde venía.
— ¿Por qué lloras esta vez, hermana? — La voz familiar de Vante la hizo detenerse en seco.
Ivelle se giró, sorprendida de verlo allí. No esperaba encontrar a su hermano mayor en el campamento. Vante, con su presencia calmante y su porte protector, siempre había sido su refugio en momentos de confusión.
— Vante, no pensé que estuvieras en el campamento — dijo Ivelle, tratando de secar sus lágrimas rápidamente.
— Pues, heme aquí. ¿Por qué lloras? — preguntó Vante, acercándose con una preocupación evidente en sus ojos. Sin esperar respuesta, limpió suavemente las lágrimas del rostro de su hermana.
Ivelle dudó un momento, pero luego, incapaz de contener más sus emociones, dejó escapar un suspiro tembloroso.
— Es que… no sé. Es extraño — murmuró, sus palabras apenas eran audibles. — ¿Puedo abrazarte?
Vante le dedicó una sonrisa cálida y fraternal, una que siempre lograba tranquilizarla.
— No hace falta que lo preguntes. Siempre que quieras, puedes abrazarme, hermana — respondió, abriendo los brazos para recibirla.
Ivelle se hundió en el abrazo de Vante, sintiendo cómo su fuerte y reconfortante presencia comenzaba a disipar su angustia. En ese momento, todo el peso que llevaba en su corazón pareció aligerarse un poco. La calidez del abrazo de Vante le brindó la seguridad que necesitaba, permitiéndole respirar más fácilmente.