Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 20
No obstante, hubo una sola vez en que cometió un error, uno que pagaría bien caro toda si vida. Un desliz que tuvo por no haber hecho que aquella mujer hacía años tomara un té anticonceptivo. Dicho error que se encontraba durmiendo en el camarote de al lado.
—¡Papito!—gritó una niña.
Al momento de salir de su camarote, con su uniforme pulcramente puesto, la puerta de la habitación contigua se abrió y una pequeña niña corrió a abrazarlo. No obstante, la niñera de esta, al ver lo ocurrido, quedó fría ante la presencia del capitán.
Lo primero que este le advirtió, cuando la contrató, es que esa niña no se acercara por nada del mundo a él; sin embargo, un pequeño error de descuido, mientras entraba al baño y el no haber puesto seguro a la puerta, hizo que la pequeña de cuatro años saliera corriendo.
Con una frialdad que partió el corazón a la niñera, el hombre miró vacíamente a la niña, haciendo que esta mirara a otro lado. Disculpándose por lo que hizo, soltó su pierna y dejó que su padre se fuera. La niña quería mucho a su papá, lo había visto a lo lejos con su uniforme de capitán, mientras era respetado por sus subalternos.
No obstante, cada que ella se intentaba acercar al hombre, como si se estuviera enfrentando a un témpano de hielo viviente, este solo pasaba olímpicamente a su lado. Algo que la hacía sentir triste, ya que pensaba que él la odiaba.
—¡Vamos, mi señorita!—la cargó su niñera—¡la tina ya está lista!
—¿Por qué papito no me quiere?—preguntó al borde de llanto—¿es porque soy una niña malita?
—No, mi amor—respondió besando la frente de la niña—Eloise es una niña muy buena, ¡un angelito en la tierra!
Virgil, quien estaba espiando en la esquina del pasillo, había escuchado el pesar de su hija. Suspirando con pesadez, comenzó a caminar rumbo al puente de mando del barco. No es que odiara a la niña, pero tampoco sentía que la amaba. Si analizaba su situación, desde que había hecho su trato con el Maligno, no sentía emoción o sentimiento alguno.
Sin embargo, tampoco le interesaba entablar una relación cercana con ella. Sí, seguía haciéndose responsable de ella, era por su enorme parecido con él. Puesto que, debido a la nueva ley del rey Guillermo, quien tomó como base lo sucedido con la duquesa de Rosaria, ahora las mujeres podían heredar el patrimonio de su padre.
Por ende, si en el futuro, cualquiera de sus enemigos la encontraba y la hacía casar con uno de sus hijos, todo lo que él consiguió pasaría a manos de ellos. Algo que jamás permitiría que pasara, así fuera que quemara todo en el día en que él muriera.
—¡Buenos días, capitán!—saludó su primer oficial.
—Mendoza—respondió sentándose frente al timón—reporte.
—Todo ha acontecido sin problema alguno en la noche—habló Mendoza—¿Necesita algo más?
—No—respondió tajante.
Una vez el primer oficial tuvo luz verde, pudo ir a su camarote para descansar. Virgil, al ver que ya eran las 8 de la mañana, pidió que los parlantes fueran encendidos para dar los buenos días a los pasajeros.
El trato de los empleados a los pasajeros, los distintos ambientes de entretenimiento y la inversión que él hizo para adquirir avances tecnológicos de otros países, había hecho que su línea de barcos turísticos resaltara por encima de los vejestorios en el mercado.
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Eloíse le pidió a su niñera ponerle su vestido más bonito, el cual era un vestido blanco con zapatitos rosas, y un lazo en la cintura a juego. Una vez estuvo lista, la niñera amarró su cabello rizado con un listón también rosa, haciendo que la niña pareciera una muñequita.
Aunque le dolía la actitud de su padre, aún quería acercarse a este, por lo que pidió a la niñera caminar por los costados del barco, en la zona superior. Tenía esperanza que, entre más bonita y tierna fuera, su padre la querría más.
No obstante, Eloíse sufrió una desilusión al no encontrarse a su padre en dicha zona. Por lo que los subordinados del capitán le habían dicho a la niñera, el hombre se encontraba haciendo una ronda por distintas zonas de los pisos inferiores, después de haber verificado la ruta del barco.
—¿Vamos al parque, pequeña Eloíse?—preguntó su niñera.
Eloíse asintió aún triste, siguiendo de la mano a su cuidadora. El parque era un lugar del segundo piso donde se podía dejar a los niños jugar, ya que estaba diseñado con cuidado para que estos usaran los típicos juegos que podía haber en un parque.
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Mientras tanto, Virgil ya se encontraba en el tercer piso. El capitán tenía la costumbre de hacer chequeo desde el primer piso, hasta al último, donde se encontraba la sala de calderas que movían el barco. Fue así que, caminando rumbo al casino, se encontró a dos mucamas haciendo el aseo en el pasillo.
Luego de haberse demorado casi dos horas limpiando el desastre que los pasajeros habían dejado en el baño, las mujeres procedieron a limpiar el pasillo. Todos detestaban esa zona del segundo piso, aunque era una de las más lujosas, los empleados no solo lo dejaban hecho un circo, sino también era muy grande la zona.
No obstante, Marina, al observar que el capitán estaba acercándose, le hizo una señal a Corinne. Las dos se levantaron, e hicieron una reverencia sostenida en lo que el hombre pasaba a su lado. Virgil, quien no prestaba atención a simples empleados, solo las ignoró; sin embargo, tuvo que detenerse un segundo.
"¿Una maldita?"
Fue la pregunta que se hizo en la mente al oler el característico aroma de la muerte, provenir de la que parecía ser la más joven de las dos mucamas. Acercándose hasta quedar al frente de la chica, confirmó que en efecto ella apestaba a muerte. No obstante, era algo extraño, puesto que tenía un segundo aroma.
"¿Rosas?"
Se hizo aquella pregunta cuando pudo olerla con más cercanía, quedando aún más confuso de lo que ya estaba. Desde hacía diez años había comenzado su empresa, jamás se había topado con un maldito. Pero al analizar a la mujer que seguía teniendo su mirada gacha, sintió mucha confusión.