Wicked Desires

Ray me animó a bailar y, aunque al principio me resistí, no pude resistirme a su entusiasmo contagioso. Tomó mi mano y me llevó al centro de la pista, donde la música retumbaba en mis oídos y las luces parpadeaban en colores vibrantes.

Bailamos juntos como en los viejos tiempos, moviéndonos al ritmo de la música con una sincronización perfecta. El alcohol fluía libremente, embriagándonos mientras nos sumergíamos en la atmósfera del antro.

Todo comenzó a volverse borroso a nuestro alrededor, pero eso solo agregó una capa adicional de emoción a la noche. Las risas y los gritos se mezclaban con la música, creando una sinfonía de caos y diversión.

Entre risas y tropezones, nos aferramos el uno al otro, disfrutando de la sensación de libertad y euforia que solo se encuentra en momentos como este. Bailar con Ray era como volver a casa, como si nada más importara en el mundo excepto nosotros dos y la música que nos envolvía.

A medida que la noche avanzaba, nos sumergimos más y más en la experiencia, dejando que el éxtasis de la música y el alcohol nos llevara a un lugar donde todo era posible. Era una sensación alucinante y adictiva, una que nunca olvidaría.

La noche se deslizaba entre mis dedos como arena fina. Olvidé todas mis preocupaciones, mis responsabilidades, incluso mi nombre. Solo existía el presente, y en ese momento, estaba bailando, riendo y cantando junto a Ray en el centro del antro.

"¡Maldita sea, esto es increíble!" exclamé, mi voz ronca por el esfuerzo de cantar sin cesar.

Ray rió a mi lado, sus ojos brillando con la misma emoción que ardía en mi pecho. "¡Lo es, Hal! ¡Lo es!"

Era como si nada más importara en el mundo. Éramos invencibles, como dos almas en llamas, ardiendo en la noche con una pasión inextinguible.

Canté hasta quedarme sin voz, dejando que la música me envolviera y me llevara a un lugar donde los problemas no existían. Era liberador, intoxicante, y nunca quería que terminara.

Ray y yo éramos una fuerza imparable juntos. Éramos familia, más que amigos, más que hermanos. Éramos almas gemelas perdidas en un mar de caos y diversión.

La noche pasó volando, pero los recuerdos perdurarían para siempre en mi mente. Era una experiencia que nunca olvidaría, una noche de pura alegría y camaradería. Y todo gracias a Ray, mi compañero de aventuras, mi hermano de corazón.

Mientras la música seguía retumbando en mis oídos y las luces parpadeaban en el ambiente, me di cuenta de que deseaba que este momento durara para siempre. Quería congelar este instante en el tiempo, atraparlo en una fotografía mental y aferrarme a él por toda la eternidad. Pero en lo más profundo de mi ser, sabía que eso era imposible.

"Joder, esto es demasiado bueno para ser verdad", murmuré para mí mismo, tratando de reprimir el inevitable presentimiento de que algo malo estaba a punto de suceder. Pero no podía ignorar la sensación de inquietud que se retorcía en mi estómago, como si el universo estuviera preparando una jugarreta cruel, esperando el momento perfecto para arruinar esta felicidad efímera.

Miré a mi alrededor, capturando cada detalle de la escena en mi mente. Los rostros felices y embriagados, la música atronadora, los destellos de luces de colores que bailaban en el aire. Quería recordar todo esto, incluso cuando todo se desmoronara.

"Espero que esto nunca termine", murmuré en voz baja, aunque en el fondo sabía que todas las cosas buenas tienen un final. Era como si estuviera en el ojo de la tormenta, disfrutando de la calma antes de que la tempestad golpeara con toda su fuerza.

Mis pensamientos se oscurecieron, como nubarrones que se acumulan en el horizonte, presagiando una tormenta que se avecina. Pero por ahora, me aferraba desesperadamente a esta noche, a este momento de felicidad y euforia, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad.