Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 3
El tercer día de trabajo comenzó con un sol tibio asomándose entre las nubes. Jazmín salió de su casa con un nudo en el estómago. Aunque trataba de mentalizarse para lo profesional, no podía ignorar la tensión creciente con sus compañeras. Sabía que no estaba haciendo nada malo, pero en ese piso de oficinas de lujo, ser distinta era suficiente para ser blanco de críticas.
Tomó el colectivo como cada mañana. Observaba a la gente con sus auriculares, sus celulares, sus mochilas. Nadie hablaba. Todos ensimismados, atrapados en sus propias luchas. Jazmín se sentía una más entre ellos. Una joven más con sueños grandes y un contexto modesto. Solo que ahora trabajaba rodeada de gente que había nacido con una ventaja.
Entró a Rodríguez Corporación con paso firme. El guardia ya la reconocía y la saludó con un leve movimiento de cabeza. Subió al ascensor, apretando el botón del piso 18 mientras respiraba hondo. Esa oficina era como un campo de batalla elegante y silencioso, donde las heridas no se veían pero dolían igual.
Apenas bajó, Romina la interceptó con una carpeta.
—Necesito que copies todo esto y lo entregues al mediodía. Ah, y cuidado con las fotocopiadoras, suelen trabarse —dijo con una sonrisa fingida.
Jazmín tomó la carpeta y respondió con un simple “ok”, sin ganas de iniciar un conflicto. Mientras se dirigía al área de copias, pasó frente a la oficina de Esteban. Él estaba adentro, hablando por teléfono, pero al verla, levantó la mirada y le sonrió brevemente. Ese gesto simple bastó para que el corazón de Jazmín se acelerara. No por enamoramiento —todavía no sabía qué sentía—, sino por lo inusual que era que alguien tan importante se tomara el tiempo de mirarla… como si la viera de verdad.
La fotocopiadora, como había predicho Romina, se trabó a la segunda hoja. Jazmín suspiró, abrió la bandeja, buscó el papel atascado. Sabía arreglárselas sola. Siempre lo había hecho.
Cuando regresó a su escritorio con las copias ordenadas, Romina y Luciana hablaban en voz baja. Al verla, se callaron.
—¿Te tardaste porque estabas charlando con el jefe? —dijo Luciana con sorna.
—La fotocopiadora se trabó —respondió Jazmín, sin perder la compostura.
—Claro… —replicó Romina—. Igual, cuidado. Ya hay muchas que intentaron "caerle bien" a Esteban y terminaron afuera. No se tolera el favoritismo acá.
Jazmín apretó los labios y volvió a su trabajo. No pensaba justificar lo que no estaba haciendo.
A media mañana, Esteban la llamó a su oficina. Ella entró con la libreta en mano, lista para tomar nota.
—Te quería preguntar si te gustaría ayudarme con la organización de la presentación del nuevo proyecto. Es algo más creativo, y tengo la impresión de que te manejarías bien.
—¿Yo? —dijo ella, sorprendida.
—Sí. Me gusta tu enfoque. Sos ordenada, rápida, atenta a los detalles. No es solo cuestión de experiencia —explicó él—. Confío en tu criterio.
Jazmín se quedó callada un momento. Sentía una mezcla de orgullo y temor. Sabía que si aceptaba, las otras secretarias iban a explotar de celos. Pero también sabía que esa era la oportunidad que tanto había esperado.
—Acepto —dijo con una sonrisa suave.
Esteban le devolvió la sonrisa, como si esperara esa respuesta. Le explicó los puntos generales del evento: se trataría de una presentación para inversores, con invitados de medios, en un salón elegante de Puerto Madero. Él quería que todo saliera perfecto.
Durante los siguientes días, trabajaron codo a codo. Jazmín iba tomando más confianza, no solo en su trato con Esteban, sino también en sus propias capacidades. Coordinaba con proveedores, revisaba detalles logísticos, proponía ideas frescas que él escuchaba con interés.
Las miradas entre ellos se volvían más largas. A veces se cruzaban sin hablar, pero la tensión estaba ahí. Jazmín no quería ilusionarse. Esteban era su jefe. Y además, ella era solo una chica de barrio con ropa sencilla y una historia de esfuerzo. No era de su mundo.
Una tarde, mientras revisaban el cronograma del evento en su oficina, Esteban la observó en silencio.
—¿Te pasa algo? —preguntó Jazmín, notando su mirada fija.
—Estaba pensando… —respondió él—. Me sorprende lo fácil que es trabajar con vos. No me pasa seguido. En esta empresa, muchos fingen, otros quieren agradarme todo el tiempo. Pero vos… vos sos auténtica.
Jazmín se ruborizó. Bajó la vista, incómoda.
—No sé ser de otra forma —dijo.
Esteban sonrió.
—Eso es lo que más valoro.
Hubo un silencio que ninguno se animó a romper. Jazmín fingió revisar unos papeles. Esteban la observaba como si quisiera decir algo más, pero se contuvo.
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Afuera de la oficina, la tormenta crecía. Las otras secretarias notaban el acercamiento. Y no lo toleraban.
Una mañana, Jazmín encontró su silla cambiada. La suya —que había sido asignada especialmente por Esteban por temas ergonómicos— había desaparecido, y en su lugar había una vieja, incómoda y rota.
Fue directo a Romina.
—¿Sabés qué pasó con mi silla?
—¿Tu silla? ¿Qué silla? No sabía que tenías un trono reservado —respondió con sarcasmo.
—Sabés a cuál me refiero. No estaba rota. Y ahora esta está así.
—Mirá, no soy la encargada del mobiliario. Capaz a alguien más le hacía falta. Relajate —dijo, volviendo a su pantalla.
Jazmín decidió no discutir. Tomó la silla improvisada y trabajó así todo el día, con la espalda hecha un nudo.
Esteban, al salir de su oficina, notó el cambio de inmediato.
—¿Qué pasó con tu silla?
—La cambiaron. No sé por qué —respondió ella sin mirarlo.
Él frunció el ceño.
—¿Alguien te lo pidió?
—No. Simplemente… pasó.
Esteban no dijo nada más en ese momento. Pero minutos después, se comunicó directamente con Recursos Humanos y ordenó una nueva silla para ella. Una mejor. Jazmín quiso decirle que no hacía falta, pero él fue firme.
—Te cuido porque lo merecés, Jazmín. No te dejes pisotear.
Esas palabras, cargadas de una calidez tan poco habitual en el mundo empresarial, la marcaron.
Esa noche, mientras volvía a su casa, Jazmín caminó con el abrigo ajustado al cuerpo. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, pero ella pensaba en otra cosa: en cómo una mirada podía cambiarlo todo. Porque Esteban no solo la miraba con los ojos; la miraba con respeto, con admiración. La veía.
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Días después, el ambiente ya era abiertamente hostil. Las secretarias habían dejado de disimular.
—No sé qué le das al jefe, pero te está haciendo subir como espuma —dijo Luciana al pasar.
—Tranquilas, chicas. Que después se pinchan solas —agregó Romina.
Jazmín no contestó. Pero esa noche, al llegar a casa, lloró en silencio. Le dolía. Le dolía que el esfuerzo se viera empañado por la envidia, por la crueldad.
Sin embargo, al día siguiente volvió a la oficina con la frente en alto. Y cuando Esteban la saludó con una sonrisa, supo que todo valía la pena.
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Un viernes al final del día, cuando todos ya se habían ido, Esteban salió de su oficina y la encontró aún trabajando.
—¿Querés que te alcance? —preguntó de pronto.
—¿Eh?
—Tengo el auto acá cerca. Te llevo a tu casa, si querés.
Jazmín dudó. No sabía si era correcto. Pero algo en la forma en que él lo dijo, sin presión, con naturalidad, la hizo asentir.
El auto de Esteban era negro, elegante, con el aroma sutil de perfume caro. Durante el camino, hablaron de todo: música, películas, el barrio de ella, la infancia de él. Esteban se mostró distinto. Más humano. Jazmín lo escuchaba y descubría a un hombre con heridas propias, con un pasado más complejo de lo que imaginaba.
Al llegar a la puerta de su casa, Jazmín lo miró y dijo:
—Gracias… no solo por el viaje. Por confiar en mí.
Esteban la miró con seriedad. Sus ojos brillaban a la luz de la calle.
—No confío en muchas personas. Pero vos… no sé. Tenés algo que me hace querer cuidarte.
Jazmín se quedó sin palabras. Bajó del auto con el corazón en llamas.
Esa noche, por primera vez, se permitió soñar.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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