Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- Alucinaciones
Finalmente sonó el timbre que marcaba el final de la clase. Observé a todos los demás salir del aula y me quedé en mi asiento, esperando pacientemente. No tenía prisa. Sabía que si salía junto con los demás, me encontraría de frente con esos idiotas. Así que preferí esperar a que el aula se vaciara por completo, hasta que todo el pasillo quedó en silencio y sentí que la escuela se quedaba vacía.
Pasaron unos minutos más, y cuando estuve seguro de que todos se habían ido, me levanté y caminé hacia la salida. El edificio estaba en silencio; sólo se escuchaban mis propios pasos. Una parte de mí empezó a relajarse, pensando que, tal vez, esta vez podría irme sin incidentes. Pero cuando llegué al exterior, ahí estaban. Los vi de pie, como si me hubieran estado esperando. Mi corazón se aceleró de golpe, y antes de que pudiera pensar en otra cosa, eché a correr.
Escuché sus risas y el sonido de sus pasos pisándome los talones. No tenía escapatoria; pronto me alcanzaron y uno de ellos me empujó hacia el suelo. Caí de rodillas, pero antes de que pudiera levantarme, sentí el primer golpe. Luego otro, y otro más. Intenté protegerme, cubrirme la cara, pero era inútil. Todo se reducía a resistir y aguantar el dolor, esperando que se cansaran.
Pero entonces, de repente, se detuvieron.
Abrí los ojos con dificultad, tratando de entender qué había pasado. Fue entonces cuando la vi. Allí, de pie a unos metros, estaba la nueva chica. Su figura parecía casi una sombra, inmóvil, como una estatua. Me miraba a mí, pero también miraba a los chicos con esa misma expresión aterradora. Había algo en su mirada que parecía atravesarlos.
—¿Qué demonios…? —uno de los chicos se apartó un poco, inquieto, mientras los otros se miraban entre sí, inseguros.
—Sí que da miedo… —murmuró otro, retrocediendo con una mezcla de desconcierto y temor.
Parecían estar tan asustados como yo, si no más. Uno de ellos dio un paso atrás, y los demás lo imitaron, intercambiando miradas de preocupación.
—Mejor vámonos de aquí… ahorita esta idiota nos delata.
Con una última mirada de nerviosismo, se marcharon apresuradamente, dejando todo en silencio.
Yo seguía en el suelo, sin poder moverme, todavía aturdido por los golpes y por la escena surrealista que acababa de presenciar. La chica se quedó ahí, mirándome en silencio, sin decir una sola palabra. No se movió ni un centímetro, solo permaneció allí, observándome con esa expresión fría y misteriosa.
Tan pronto como ellos se fueron, sentí que el miedo me empujaba a moverme. Me levanté rápidamente y eché a correr sin mirar atrás. No quería estar ni un segundo más cerca de esa chica. Había algo en ella que no podía explicar, algo que me hacía sentir aún más incomodidad que los mismos idiotas que acababan de golpearme.
Llegué a casa casi sin aliento y cerré la puerta con fuerza detrás de mí. Mis padres estaban en la sala, pero no los miré; subí directamente a mi habitación, tratando de ignorar el ardor en mi cara y el dolor en mi cuerpo. Al entrar, me tiré en la cama, sintiendo el peso de lo que había pasado. Cerré los ojos, intentando bloquear la imagen de esos ojos oscuros, de su piel pálida y su presencia silenciosa. Pero cada vez que parpadeaba, esa imagen regresaba, como si estuviera grabada en mi mente.
Estuve así por un rato, hasta que finalmente escuché a mi madre llamándome para cenar. Me incorporé, me arreglé un poco y bajé a la cocina, intentando parecer lo más normal posible. Mientras me sentaba, mis padres se me quedaron mirando con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¿Qué te pasó en la cara, Hiroshi? —preguntó mi madre, acercándose un poco para mirarme mejor.
—Nada, no es nada. Choqué con algo. —Respondí rápidamente, evitando sus miradas. No quería preocuparlos, y menos explicarles lo que realmente había pasado.
Mis padres intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada más. Cenamos en silencio, aunque sentía sus ojos sobre mí de vez en cuando. Me apresuré a terminar y, en cuanto pude, subí de nuevo a mi habitación.
Me metí al baño, encendí la ducha y dejé que el agua caliente cayera sobre mí, esperando que al menos alivie el dolor de los golpes y la tensión de todo el día. Pero el agua no se llevaba el miedo. Ese miedo profundo, algo que me carcomía desde adentro, como si esa chica, con su mirada intensa y perturbadora, se hubiera instalado en mi mente y en mis recuerdos.
Finalmente, me acosté y apagué la luz, tratando de dormir. Pero la imagen de sus ojos y su fría presencia seguían apareciendo cada vez que cerraba los ojos. Esa chica… era como si algo oscuro y desconocido se hubiera metido en mi vida.
Después de acostarme, pensé que el sueño vendría rápido. Mis músculos estaban agotados, y cada parte de mi cuerpo dolía de una forma que solo deseaba olvidar.
La casa estaba en completo silencio. Afuera, apenas se escuchaba el viento que movía las ramas de los árboles. Decidí levantarme, abrir la ventana y mirar hacia afuera, intentando que el aire fresco despejara mis pensamientos. No podía explicar por qué me sentía así. Había recibido muchos golpes antes, había pasado por varios días difíciles.
De repente, vi algo raro en la calle. Una sombra pasó rápidamente junto a una de las farolas, algo tan fugaz que casi pensé que era mi imaginación. Fruncí el ceño y me concentré, tratando de ver más allá de la penumbra.
Allí, bajo la luz de la farola, estaba ella. La chica nueva de la escuela. De pie, inmóvil, mirando directamente hacia mi ventana. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Por qué estaba allí? ¿Cómo me había encontrado?
Por un momento, no supe qué hacer. Su rostro estaba en sombras, pero sabía que era ella. Aquella presencia, tan extraña y amenazante, era inconfundible. Pensé en cerrar la ventana, en fingir que no la había visto, pero mis piernas se negaban a moverse. Era como si sus ojos me tuvieran atrapado, incluso a esa distancia.
De repente, su voz se escuchó en la noche, baja, como un susurro que parecía viajar directo hasta mí, sin que ella moviera los labios.
—No huyas, Hiroshi.
Un impulso de pánico se apoderó de mí. ¿Cómo sabía mi nombre? Mi corazón latía con fuerza y, sin pensarlo, cerré la ventana de golpe, corrí hacia la cama y me cubrí con la sábana, como si eso fuera suficiente para protegerme de lo que acababa de ver. Mi respiración estaba agitada, y sentía el sudor frío en la frente.
Minutos después, me atreví a asomarme de nuevo. Miré a través del vidrio, pero ya no había nadie. El espacio estaba vacío, como si nunca hubiera estado allí.
Me acosté de nuevo, tratando de convencerme de que había sido mi imaginación, un efecto de la tensión y del miedo acumulado. Cerré los ojos, y aunque dormí, soñé con ella. En el sueño, ella no era una simple compañera de clase.
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