Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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La Flor de la Vida.
El vacío que Lilianne dejó en la hacienda fue bastante notorio, más con el tiempo se fue superando y todo volvió a la normalidad. Salvo una persona, y es que Nica se dio cuenta de que ella no extrañaba tanto a su prima como lo hacía la señora Gwendoline.
A dos meses de su partida, la señora no salía de sus aposentos y se la pasaba todo el día llorando en la cama o en el borde de la ventana. Héctor peleaba con ella por tener descuidada la casa y a su primogénito, pero ella no mostraba signos de mejorar.
Nica empezó a sentir pena por ella, algo que ell! nunca pensó que sentiría por una persona tan estricta y regia como lo era su tía. Y es que podía entender el dolor de la perdida, tal vez Lilianne no había muerto, pero la había perdido...
—Doña Gwendoline. —Le habló Nica un día que entró a la habitación de sus amos con una bandeja de comida. —Por favor, coma algo o se enfermará.
—No quiero nada, llévatelo. —Dijo la mujer, ojerosa y con el cabello sin peinar.
—Yo también la extraño. —Murmuró la esclava, con la cabeza gacha. —Pero sé que volverá, y será mejor que lo haga cuando se vuelva una señorita de clase alta, y no porque su madre haya enfermado terriblemente por pena.
Gwendoline la miró de manera despectiva, Nica dejó la bandeja de comida en la cama y le extendió un pañuelo de Lilianne, uno que conservó para recordarla con cariño, pero sabía que en esos momentos su tía lo necesitaba más que ella.
La señora tomó el pañuelo, y al sentir la esencia de su hija no pudo contener el llanto.
—Me siento tan sola. —Pronunció Gwendoline, con la voz quebrada. —Yo soñaba con criarla. Enseñarle a bordar, bailar, a cantar, tocar el piano... ¿Acaso soy una pésima madre? ¡Le perdonaba todas sus travesuras! ¿Mi amor no fue suficiente para ella?
Su corazón se rompió al oírla decir esas cosas. Pensaba que a la señora Gwendoline solo le importaba el estatus familiar, ya saben, aparentar ser perfectos. Nica se dio cuenta de que, sin importar la actitud de Lilianne y el camino que ella decida con su vida, Gwendoline la amaría de forma incondicional.
—No lo es. —Pronunció Nica. —Usted es la mejor madre que un hijo pudiera tener. Quizás Lilianne no lo vió en su momento, pero lo hará cuando abra los ojos. Estoy segura.
La esclava caminó hacia un escritorio de la habitación, tomó un trozo de papel en blanco y se lo extendió a la Doña.
—¿Por qué no le escribe una carta? Seguro que saber noticias de usted alegrará a Lilianne.
Gwendoline la miró por varios minutos, y por primera vez en días de añoranza alguien la pudo hacer sonreír. Nica no sabía leer o escribir, pero estuvo ayudando a la señora mientras redactaba una carta bastante emocional, donde se trazaron los sentimientos de la madre y de Nica.
A los tres días luego de ese suceso, la Doña salió de sus aposentos y atendió el mando en la casa con mayor esmero. Héctor y de sobremanera Aquiles se alegraron de ver a su madre superar la pérdida y seguir adelante.
Todo gracias a Nica.
Pero claro, eso era algo que Héctor no iba a aceptar a la ligera. Por lo tanto, decidió hacerse de ojos y oídos sordos al notar que su sobrina era constantemente requerida por su esposa.
Una semana después, mientras Nica cargaba la cesta de la ropa sucia, Doña Gwendoline la llamó en susurro desde la sala principal.
—¡Ps! Nica. —La señora Gwendoline le hizo gesto de que se acercara. —Ven aquí, rápido.
Al principio no pudo creerlo, jamás había escuchado a su tía llamarla por su nombre. Siempre le decía "esclava sucia, india tonta..."
Nica se acercó extrañada, aun con la cesta de ropa entró en la sala, donde se encontraba un señor vistiendo ropajes coloridos y una peluca blanca.
—Nica, te presento a monsieur Charles. —Dijo la señora Gwendoline, destacando su acento francés. —Es un confeccionista popular, le quiero regalar un vestido a Lilianne y tú te acercas más a sus medidas.
—Es un lindo gesto, mi señora. —Comentó Nica, mirando el suelo. —Estoy para servirle.
El hombre le hizo una leve reverencia a Nica y esta no pudo evitar sentirse incómoda. De inmediato, soltó la cesta de ropa y le dedicó una reverencia prolongada al confeccionista.
—¡Voilá! Pero que jovencita tan preciosa se esconde detrás de esos trapos harapientos. —Exclamó monsieur Charles, mientras daba vueltas alrededor de Nica en son de estudiarla. —Es educada también, un poco de etiqueta y será la envidia de todas las señoritas de la sociedad.
—Ejem... Lo lamento monsieur Charles, pero Nica es esclava de la familia, no una señorita. —Aclaró la mujer.
—¿Qué? ¿Una esclava blanca? —Interrogó el francés, sorprendido. —¡Eso nunca lo había visto!
Nica tragó saliva y se mordió la lengua para no decir nada indebido, solamente se dejó tomar las medidas para el vestido de su prima.
Y a partir de ese momento, comenzaron los extraños favores de la señora Gwendoline, en los que solo requería a Nica y a ninguna otra esclava.
—¡Nica! —La acorraló la señora un día en la cocina, ella cargaba una tela e hilos en sus manos. —Necesito tu ayuda, tengo que terminar este bordado para Lili antes de que el barco a Francia zarpe mañana, pero ahora debo salir a una reunión con mi esposo... ¿Será qué puedes terminarlo por mi?
—Pe-pero, no sé bordar...
—Yo te enseño, es fácil. —Gwendoline la sacó de la cocina hacia el porche de la casa y, con paciencia y dedicación, le enseñó a Nica lo básico del bordado.
En otra ocasión, la señora Gwendoline debía arreglarse para las celebraciones patronales de Santa Inés. A pesar de los apuros de su esposo, Gwendoline se negó a salir si Nica no era quien la peinaba.
—¿Por qué no llamas a otra esclava? ¡Hasta tu misma puedes peinarte! —Le reprendió el señor Héctor.
—Quiero a Nica esposo mío, ella tiene buena mano. —Insistió.
Ese día Héctor había sacado a Nica de la casa con la esperanza de que se desapegara de Gwendoline, pero sé dio cuenta de que no podía ir en contra de su esposa cuando quería algo.
Sin darse cuenta, Nica podía pasar todo el día en compañía de su tía. Sea bordando, cosiendo, bailando y aprendiendo a tocar el piano. Y como por arte de magia, los regalos y las cartas de Lilianne dejaron de enviarse.
En ese momento, Nica supo que se convirtió en el nuevo objeto de atención de Gwendoline. La hija que siempre quiso criar.
Tal vez Nica había cumplido su más amado sueño, tener el aprecio de un miembro de su familia. No obstante, todo se arruinaría en su vida cuando Dios decidió castigar a los españoles con una fuerte sequía, ocasionando la enorme pérdida de cosechas e ingresos.
Héctor tuvo que elegir entre alimentar al ganado o a la mano de obra. Y obviamente, le convenía más la segunda.
—Esto no es vida, chacha. —Se quejó Francisco con su madre al final del día. —Nos morimos de hambre mientras el amo come igual que un puerco en su mesa. Un día de estos me fugaré con los muchachos...
—¡Mijo, el calor te hace delirá! —La negra Juana le pegó con su cucharón de madera. —Tú no te vas a ningún lao', nosotros los indios somos fuertes y aguantamo'...
—¡Chacha, chacha! —Nica entró emocionada a la barraca, con algo entremanos. —Mire lo que le traje.
Francisco no tenía cabeza para las cursilerías de la niña, por lo que se fue. En cambio, la negra Juana vió que el regalo se trataba de una hogaza de pan y algunas tiras de carne envueltas en un pañuelo blanco con un bordado azul de un pez en forma de globo.
—Es una mantaraya, o al menos así me la imagino antes de que la sancochan. —Comentó Nica con respecto al bordado. Antes de que Juana pudiera hablar, una lágrima se le escapó. —¿Por qué llora, chacha? ¿No le gusta?
—Eres un alma buena, guaricha. —Juana soltó el cucharón y abrazó a la joven. —Que los Dioses te tengan en su altísima gloria.
Nica se tomó aquello como un gracias. Podía ser la nueva consentida de Doña Gwendoline, más nunca olvidaría a la que fue su verdadera madre, quien la amamantó y cuidó en sus primeros años.
—Me gustaría hacer más por ti, chacha. Por todos.
Y si pudiera lo habría hecho.
Porque días después, Francisco y otro esclavo fueron atrapados intentando escapar. Héctor no quiso tener compasión, y ordenó llevarlos al tronco a pagar su condena de 100 latigazos por desobediencia.
—¡Nooo, mi señor! ¡No lo haga! —Gritaba la negra Juana.
Su mayor temor se hizo realidad, su Francisco sería cruelmente castigado por un simple deseo de libertad.
—¡Amárrenlos bien al tronco! —Le exigió Héctor a los capataces, ignorando a la vieja.
Francisco lucía tranquilo, como si aceptara su destino. Juana le lloró y se arrodilló al señor suplicando por piedad.
—¡Es solo un niño, mi señor! ¡Solo tiene hambre! —La negra se aferró a la pierna del amo.
—¡Suélteme, vieja sarnosa! —Héctor la pateó sin cuidado.
—¡Máteme a mi, pero no lastime a mi hijo! ¡No podría vivir con el sufrimiento! ¡Usted tiene hijos, debería saber ese dolor! —Rogó desesperada.
—Mejor, tres bocas menos que alimentar.
Aquello fue una sentencia que alarmó a Nica, quiso evitar una tragedia buscando la ayuda de Doña Gwendoline, pero ella se encontraba en el pueblo Nueva Córdoba con Aquiles en una cita con el doctor.
Nica le rogaba al Dios católico y a los Dioses de los Indios, a quien fuera que la escuchara, que Doña Gwendoline llegara rápidamente. No soportaría ver a su nodriza siendo castigada de forma injusta.
Desnudaron el torso de los tres esclavos en el tronco, se podía ver la evidente delgadez de estos, pero más en su pobre chacha, quien no comía de los bocados qué le regalaba a Nica para dárselo a sus hijos.
—¡Chacha! —Nica se derrumbó en llanto con los primeros latigazos —¡Por favor, señor Héctor! ¡No sea malo!
La señora Gwendoline no llegaba, y Nica se desesperó de tal manera qué, de no ser porque los esclavos que la sujetaron, habría tratado de intervenir e inevitablemente se sumaría al castigo en el tronco.
Francisco y el joven sobrevivieron, pero la negra Juana estaba bastante débil y desnutrida, sumado a la pérdida de sangre por las heridas del látigo, ella no llegó a ver otro amanecer.
Nica lloró todo el día, todos los días. Más que Francisco y cualquiera de sus hijos. La tristeza y el duelo que embarcó a Nica después de la muerte de su nodriza la cambiarían por completo.
Dejaría de ser ella misma, su corazón se marchitó
Y comenzó a pensar que todo lo que amaba, se iba dolorosamente de su lado.
nunca más te leo. q falta de respeto son indeseable, engañan al lector.
el señor Angeli de Liliana 🙈