Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven
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Capitulo 20
La mansión Norwyn dormía en silencio, pero en la gran biblioteca, la noche apenas comenzaba. Lámparas de queroseno encendidas iluminaban filas interminables de estantes, y las sombras danzaban sobre los lomos de cuero desgastado. Era un lugar solemne, un templo del conocimiento heredado por generaciones.
Kaela acariciaba el borde de un libro abierto sobre la mesa central, sus dedos tensos.
Lioran hojeaba un volumen polvoriento de mapas antiguos.
Eldran observaba en silencio, con la gravedad de alguien que parecía ya conocer más de lo que decía.
Darel… bueno, Darel había logrado acumular una torre de libros casi más alta que él.
—Esto es un desastre —murmuró Lioran, pasando una página amarillenta—. Apenas hay referencias al Ojo Oscuro, y las que encuentro están llenas de metáforas incompletas.
—Es la estrategia de siempre —dijo Eldran con voz grave—. Cuando el peligro es demasiado grande, la historia lo disfraza de leyenda. Así se ocultan verdades.
Kaela levantó la vista, sus ojos reflejando la luz temblorosa.
—Entonces… tenemos que leer más allá de las palabras.
Darel levantó un tomo viejo con dramatismo, como si fuera un tesoro recién hallado.
—O podemos leer literalmente todas las palabras —dijo con tono teatral—. Aunque para eso necesitaré vino. Mucho vino. Y quizá tres vidas más.
Lioran le lanzó una mirada fulminante.
—No estamos aquí para tus bromas.
Darel alzó las manos.
—Oh, vamos. ¿Esperas que busquemos al Ojo Oscuro con cara de funeral toda la noche? Si vamos a morir, al menos que sea con buen humor.
Niebla, que estaba echado bajo la mesa, levantó la cabeza como si secundara a Darel, y soltó un bufido. Kaela sonrió suavemente.
—Creo que incluso Niebla está de acuerdo —comentó.
—Traidores —murmuró Lioran.
**
Avanzaron entre páginas y polvo durante horas. Kaela encontró fragmentos de canciones antiguas que mencionaban “ojos que ven incluso cuando la luz se apaga”. Lioran descubrió un mapa donde algunos puntos marcados parecían coincidir con la ubicación de los santuarios. Darel, tras mucho divagar, dio con un relato de un monje que hablaba de “sombras que caminaban entre los vivos”.
—Esto es terrible —dijo Kaela, cerrando un libro con fuerza—. Todo son piezas sueltas. Como si alguien hubiera arrancado las páginas más importantes.
Eldran, que hasta entonces había permanecido en silencio, habló:
—Porque así fue. La Iglesia escondió o destruyó lo que no podía controlar. Solo dejaron fragmentos. Pistas. El resto se guardó en lugares donde la mayoría nunca podría llegar.
Hubo un silencio pesado.
Hasta que Darel carraspeó.
—Bueno, al menos sabemos que no somos torpes, sino que nos han saboteado durante siglos. Eso me consuela.
Kaela rió por lo bajo, la primera risa desde la mañana.
—Eres imposible, Darel.
—Imposiblemente útil —corrigió él, con una sonrisa orgullosa.
Lioran le lanzó otra mirada, pero esta vez menos severa. Quizá porque en medio del humo de un santuario destruido y las páginas incompletas de la historia, esa chispa de humor era lo único que evitaba que todos se quebraran.
**
La noche se estiraba, y los libros seguían apilándose. Kaela, cansada, apoyó la frente sobre la mesa. Lioran la observó con un dejo de ternura, y sin decir nada le colocó su capa sobre los hombros. Ella lo miró y sonrió con suavidad.
Eldran carraspeó fuerte, como quien finge no ver nada.
Darel, en cambio, no perdió la oportunidad.
—Ay, jóvenes… si siguen así voy a tener que diseñar también el ajuar de boda, no solo el vestido de compromiso.
Niebla ladró una sola vez. Como si secundara la broma.
Lioran lo fulminó a él también.
Kaela estalló en risa. Y por un instante, incluso entre símbolos de oscuridad y páginas arrancadas, la biblioteca no parecía un lugar tan sombrío.
**
El amanecer apenas se insinuaba tras los ventanales cuando Kaela, Lioran, Darel y Eldran seguían sumidos entre libros y pergaminos. La fatiga se notaba en sus rostros, pero la búsqueda no daba tregua.
Fue Darel quien, removiendo entre un cofre de madera olvidado en el rincón más alto de la biblioteca, halló un pequeño cuaderno de cuero desgastado. Lo dejó caer sobre la mesa con un golpe seco.
—Esto no estaba catalogado —murmuró, sorprendido.
Eldran se inclinó hacia el objeto. Reconoció la letra antes de abrirlo. Su respiración se volvió un nudo.
—Es… de Aelira. —Su voz tembló, cargada de recuerdos—. Mi esposa.
Kaela, con el corazón acelerado, abrió las páginas amarillentas. Eran notas personales, escritas con una caligrafía firme, aunque a veces manchada de lágrimas.
Leyó en voz alta:
—“La sangre de los Norwyn es la llave. Dios nos escogió, y en la sangre está la marca de Su bendición. Los santuarios solo pueden ser sellados con la Palabra y con gotas de nuestra descendencia. No hay otra protección contra la sombra que manipula las mentes…”
El silencio fue absoluto. El crepitar de las lámparas fue lo único que llenó la sala.
Lioran apretó los puños, sus ojos fijos en Kaela, que permanecía paralizada ante lo que acababa de leer.
—¿Entonces…? —balbuceó ella, apenas susurrando—. ¿Mi sangre…?
Eldran se levantó de golpe, la silla rechinó contra el suelo de mármol. Su rostro se encendió de furia, sus manos temblaban.
—¡No! —su voz retumbó en la biblioteca, profunda, desgarradora—. ¡Jamás! ¡Mi única nieta no dará una sola gota de su vida por un mundo que ya nos robó demasiado!
Kaela lo miró, con lágrimas brillando en los ojos.
—Abuelo… pero si esto es cierto, tal vez…
—¡No lo permito! —interrumpió Eldran, rojo de la ira, sus ojos ardiendo—. Tu madre ya cargó con un peso que jamás debió tener. Y ahora quieren que tú… ¡No!
Lioran se levantó, poniéndose entre Eldran y Kaela, como si el estallido de ira pudiera alcanzarla.
—No dejaremos que ella cargue con eso. —Su voz era firme, acerada—. Si los santuarios deben ser protegidos, buscaremos otra manera.
Darel, que había estado en silencio inusual, habló con gravedad:
—El problema es que tal vez no haya otra manera. Esto… explica por qué los santuarios resistieron tanto tiempo. Por qué nadie pudo manipular a quienes pasaban cerca.
Eldran golpeó la mesa con un puño, tan fuerte que varios libros se desplomaron de la pila.
—¡Calla, Darel! ¿Acaso quieres verla convertida en un sacrificio?
Kaela, con el rostro enrojecido, sostuvo la mirada de su abuelo.
—No soy una niña indefensa, abuelo. Si Dios decidió algo para nuestra familia… yo tengo que entenderlo.
El anciano respiró con dificultad, como si luchara contra siglos de dolor y miedo. Sus ojos, que siempre habían sido firmes, ahora estaban nublados por la desesperación.
—Tu madre me llamaba su Guardiana. Yo acepté ese deber. Y ahora… —su voz se quebró— no puedo ver cómo ese destino intenta alcanzarte también.
Un silencio denso cayó en la biblioteca. Niebla, que había estado dormido, se levantó y apoyó la cabeza sobre las rodillas de Kaela, como recordándole que no estaba sola.
Lioran miró a Eldran con determinación.
—Yo estaré allí. Si el precio de proteger al mundo recae en Kaela, entonces el mío será protegerla a ella hasta el último aliento.
Eldran lo observó, y por primera vez, no lo miró como un intruso en la vida de su nieta, sino como alguien dispuesto a morir por ella.
La biblioteca estaba impregnada de miedo, pero también de una decisión inevitable.
Las notas de Aelira habían revelado el secreto más doloroso de todos:
La sangre Norwyn era la llave.
**
Eldran no soltó el tema en toda la noche.
Ni siquiera después de que Kaela se retiró a descansar, su abuelo permaneció en la biblioteca con el rostro endurecido por la ira y la desesperación. Lioran y Darel lo acompañaron en silencio, sabiendo que ninguna palabra suavizaría el golpe.
—No lo aceptaré —repitió Eldran una y otra vez, como si la terquedad pudiera proteger a su nieta—. No mientras yo viva. La sangre de Kaela no será derramada por esos malditos santuarios.
La tensión se mantuvo hasta el amanecer. Al fin, Lioran tomó la palabra.
—Entonces iremos al templo. Ellos deben tener respuestas. No podemos decidir a ciegas.
Eldran lo miró, los ojos enrojecidos de cansancio.
—Si con eso me aseguro de escuchar que mi nieta no debe sufrir, entonces iremos.
**
Horas después, en el templo principal del Vado Gris, las campanas resonaban graves mientras sacerdotes y monjes los escoltaban hacia la sala alta. La solemnidad del lugar imponía respeto, con vitrales que mostraban escenas de antiguas batallas contra las sombras y el mármol grabado con salmos.
Allí los esperaba el Sumo Sacerdote, un anciano de túnica blanca, cuya mirada penetrante parecía ver más allá de las palabras.
Kaela sostuvo el aire en sus pulmones mientras Lioran explicaba lo que habían descubierto en las notas de Aelira. Eldran permanecía con los brazos cruzados, rígido, como una muralla que no cedería.
Cuando terminaron, el silencio fue tan pesado que cada segundo parecía un juicio.
El sumo sacerdote inclinó la cabeza, cerrando los ojos por un instante.
—Lo que dicen… coincide con lo que temíamos. Los informes son ciertos. —Los miró con gravedad—. Varios santuarios han sido destruidos. Demasiados. Y si pensaban usar la sangre de Kaela… no sería suficiente. Se necesitaría tanta que… la perderíamos.
El corazón de Eldran golpeó con fuerza. Su voz tronó en la sala:
—¡Lo sabía! ¡Mi nieta no servirá de sacrificio!
Kaela apretó los labios, luchando contra las lágrimas. Darel bajó la vista, incómodo por primera vez.
El sumo sacerdote levantó la mano, imponiendo calma.
—Sin embargo… —sus ojos se suavizaron— existe otra posibilidad. Antigua, rara vez mencionada. La unión de un matrimonio verdadero, sellado no por conveniencia ni poder, sino por amor auténtico, puede crear un vínculo de sangre y espíritu capaz de debilitar la influencia del Ojo Oscuro.
Kaela lo miró incrédula.
—¿Un matrimonio? ¿Eso… puede proteger a los santuarios?
—No detenerlo —aclaró el sacerdote—. Pero sí debilitar su alcance. Sería un muro temporal. Una luz en medio de tanta oscuridad.
Eldran golpeó el bastón contra el suelo.
—¿Y se supone que me alegre? ¿Que entregue a mi nieta al altar del matrimonio como si fuera un arma más?
—No —respondió el anciano con calma—. No como un arma. Sino como alguien que ama y es amada. Ese lazo es distinto, y el Ojo Oscuro lo sabe. Por eso lo teme.
La sala volvió a quedar en silencio. Solo las llamas de los cirios parecían respirar.
Al fin, Lioran habló, su voz firme, clara:
—Si ese es el camino, entonces estoy dispuesto. Pero no basta con eso, ¿verdad?
El sacerdote asintió lentamente.
—Así es. El matrimonio y la unión verdadera podrían debilitarlo, pero no destruirlo. Para detenerlo de raíz… deben encontrar quién manipula al Ojo Oscuro. La sombra nunca se mueve sola. Siempre hay una mano detrás.
Eldran bajó la cabeza, atrapado entre el miedo y la inevitabilidad. Kaela, con el corazón desbordado de preguntas y esperanza, tomó la mano de Lioran bajo la mesa. Él la apretó con fuerza, como si en ese simple gesto confirmara que, pase lo que pase, no la dejaría sola.
El templo estaba en silencio, pero todos sabían que una nueva batalla apenas estaba comenzando.