– He vivido tantas vidas que me resultan absurdas las personas que matan por poder y avaricia, o aquellas que quieren ser jóvenes eternamente. De nada sirve vivir sin un propósito o amor verdadero.
— Soy Gustavo Chevalier, el emperador del vasto imperio Terra Nova, pero durante muchos años fui el paladin de mi hermano. Fui testigo de cómo amó a su ahora esposa con todo el corazón en sus diferentes facetas.
— Han pasado siglos, pero yo sigo añorando su olor, su dulzura, su reconfortante presencia y su preciosa sonrisa, que iluminaba mis días.
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La diferencia está en el poder que tiene mi prometido.
— Descansa en paz, te prometo que cuidaré de nuestra hija con uñas y dientes; nadie le hará daño. —Mónica le daba el último adiós a Jazmín antes de retirarse del refugio y volver al ducado; seguramente su madre estaba pegando el grito al cielo.
Un caballero, al cual no pudo verle el rostro, la llevó al ducado. Tomó aire antes de bajarse del carruaje; estaba segura de que comenzaría una batalla campal.
Estando fuera del carruaje, todas las miradas se posaron en ella, en la bebé que tenía en brazos y en la mujer que la acompañaba. Para su suerte o desgracia, en el recibidor estaba toda la familia.
Ella hizo una reverencia y dirigió su mirada a su padre.
— Padre, esta es mi hija, Victoria, y ella es Rut, la nodriza de mi hija. — El duque se acercó a inspeccionar la apariencia de la bebé y, al ver un ligero rastro de cabello amarillo, dudó un poco; no sabía si era hija del emperador y otra mujer, si su hija había ocultado el embarazo o quién era la niña en realidad.
— ¿Él está de acuerdo? — preguntó el duque, refiriéndose al emperador.
— Sí. — Mónica estaba mintiendo; el emperador aún no sabía nada, pero, así le tocara rogarle de rodillas, se encargaría de que nadie la apartara de su hija.
— Muy bien, me encargaré de alistar todo antes del matrimonio. Por el momento, no es prudente que salgas en público con la bebé; no podemos exponerla a las habladurías. Después del matrimonio, solucionaremos el resto. — El duque cargó a la bebé emocionado; tener una bebé en casa a su edad era lo mejor que le podía pasar.
— Yo me llevaré a mi nieta a conocer su hogar, mientras tú organizas todo. — El duque se llevó a la nena ante la mirada incrédula de todos.
— Lo que me faltaba, tener una meretriz en mi propia casa. — Dijo la duquesa indignada, antes de retirarse molesta; después se encargaría de darle una lección a su hija, tendría que esperar a que su esposo saliera de casa.
— Mira nada más, lo tenías bien escondido, ¿qué se podría esperar de ti? — Le dijo su cuñada de forma burlona.
— Me acabas de dar la excusa perfecta para traer a mi concubina a casa. — Le dijo su hermano, ignorando a su esposa.
— Veremos si padre lo acepta. — Dijo Mónica con una pequeña sonrisa.
— Si acepto a tu bastarda, ¿por qué no aceptar a mi concubina? — Dijo su hermano tratando de provocarla; Mónica estaba tan apacible como siempre.
— La diferencia está en el poder que tiene mi prometido. ¿Qué crees que pensará mi padre si le digo que tu amante es una mujer divorciada que dejó a su esposo y a su hijo recién nacido para correr tras de ti? En verdad, ¿crees que le gustaría saber que su hijo rompió un hogar? —le dijo Mónica con una pequeña sonrisa.
— No sabes nada, es mejor que guardes silencio.
— Déjame ver si recuerdo su nombre. ¿Cómo era que se llamaba? Ah, sí, ya recordé: Marina. No intentes hacer nada en contra de mi hija, o en contra de mí, o me veré en la penosa obligación de hablar con **mi** padre —dijo Mónica para luego retirarse, dejando a su hermano furioso.
En el palacio imperial, la situación estaba bastante tensa. El emperador pasó toda la noche en vela para tener que soportar ahora a ambos príncipes del reino Talisman.
—Majestad, espero que nos permita hospedarnos en su palacio. Llegamos tarde para el baile, pero aún podemos conocer el imperio —dijo el príncipe, convencido de sí mismo, a lo que su hermana rodó los ojos.
—El baile ya terminó. Me despedí de los últimos invitados extranjeros hace unas horas; no puedo hospedarlos en mi palacio —el emperador estaba teniendo mucha paciencia con ese hombre, y más sabiendo quién era.
—Solo serán unos días. Vengo a casarme con mi prometida, para luego partir hacia mi reino. Tengo entendido que usted se divorció de la exemperatriz. Mi hermana es una joven hermosa, dotada de las mejores cualidades; ella está soltera. ¿Qué le parece un matrimonio con ella? —el emperador vio la cara de fastidio de la princesa, lo que le causó gracia.
— ¿Qué podrían ofrecerme ustedes aparte de un matrimonio político que no me beneficiaría en nada? —dijo el emperador, tajante.
— Un tratado de comercio entre su imperio y nuestro reino que sería muy beneficioso para ambas partes. —El emperador sonrió con ironía; ese príncipe era un inepto de primera.
— Primero que nada, tengo entendido que el compromiso ya debe estar roto. El mismo duque Mesellanas pidió mi favor para deshacerse de ese molesto compromiso, ya que su hija tiene un mejor pretendiente con el cual está en vísperas de casarse. Y, acerca del tratado de comercio, su reino no tiene nada que ofrecerle al imperio; pueden retirarse —dijo el emperador con tranquilidad. El príncipe estaba furioso; esa mujer no podía casarse con otro, tenía que obtener el favor de su padre para poder tener la posición de heredero.
— Majestad, ya que mi hermano está por retirarse, me gustaría hablar con usted a solas. Tengo una propuesta que le interesará —dijo la princesa con determinación.
— Príncipe, retírese. Veré si su hermana tiene una mejor propuesta que usted —respondió el emperador. El príncipe se retiró, pero iría al ducado Mesellanas a hablar seriamente con el duque; el rompimiento del compromiso no había sido firmado cuando él ya había comprometido a su hija con alguien más.
Por su parte, la princesa estaba dejándole unas cosas claras al emperador.
— Majestad, no estoy interesada en un compromiso con usted. No me tome a mal, es solo que mi corazón ya le pertenece a mi prometido. En lo que sí estoy interesada es en tener un tratado de comercio con el imperio. Verá, mi prometido tiene una mina de un material sumamente raro y valioso, uno que a usted le interesa mucho: el diamante rojo. Le podríamos ceder esa mina con una condición: obtener un tratado de comercio y de paz con el imperio.— La oferta era tentadora; la mujer no buscaba un matrimonio, tampoco tenía ninguna intención oculta con él.
— Imagino que esa no es su única condición, porque una princesa no se esforzaría tanto por un reino que gobernara alguno de sus hermanos.
— Majestad, usted es muy observador. Yo soy la única hija de la reina; en mi reino solo nacen princesas que traen honor al reino, pero mi abuelo y mi padre olvidaron eso. Mi abuelo se casó con la princesa heredera y reformó las leyes, quitándole gran parte del dominio y poder a mi abuela. También casó a mi madre con un noble de su entera confianza para que las leyes no fueran cambiadas. Mi padre quiere darle el reino que me pertenece por derecho de sangre a uno de mis hermanos, cosa que no puedo permitir. Lo único que quiero a cambio de la mina es que me dé su apoyo para gobernar, es decir, que el tratado de comercio y de paz entre en vigor cuando yo sea coronada y el poder se me haya restablecido.
El emperador analizó la situación con cautela. Si ayudaba a la princesa, obtendría muchos beneficios a cambio, y el primero sería deshacerse de ese molesto príncipe sin tener que mover un solo dedo.
—Acepto el trato. Haré que tu hermano parta primero, y luego partirás tú con ambos documentos, siendo custodiada por mis soldados, para que llegues a salvo. —La princesa se retiró complacida; su prometido le había averiguado que el emperador estaba interesado en los diamantes rojos y, cuando se enteró para qué los usaba, vio que era una buena opción para negociar. Gran sorpresa se llevará su hermano cuando sepa quién está comprometido con su ex prometida.
—Ahora entiendo que eras tú. —El emperador había caído en cuenta de que uno de aquellos hombres que tomó por borrachos, en realidad era Mónica. Se había descuidado tanto que permitió que ella lo viera en esa situación.
— Espero que ellas te hayan hecho entender por qué maté a ese conde. — El emperador estaba realmente cansado, pero entendía que tenía que darle tiempo a Mónica para que organizara sus ideas, aunque también le daría un pequeño castigo por la bofetada que le dio.
😅😅😅
Cambio de nombres: Margaret en lugar de Mónica
1- tendrá el testimonio en tiempo real de las víctimas del depravado conde.
2- despertará a la realidad de todo lo que el Emperador ha hecho por su pueblo, en especial las mujeres.
3- tendrá la posibilidad de ayudar a esas chicas con sus habilidades de sanadora.
Tal vez así entienda que el amor que el Emperador siente por ella es real, puro y sincero; desde siempre y para siempre.