EL PADRE DE LAS DOCE PRINCESAS BAILARINAS

Aunque le costara admitir que la magia existía y que podía ayudar a las personas, no podía negar lo que vio. Por lo que se preguntó la posibilidad de que aquello ayudara a Serena. No tenía de otra, ya que necesitaban personal médico en la casa de campo, así fuera contra lo que él creía, aceptaría contratar a la curandera.

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La mañana fue más oscura de lo que se pensó, para ser un día con algo de sol. Luego de que el efecto de la morfina pasara, Serena despertó, para encontrarse con la cruda realidad que anheló fuera mentira. Sintiéndose como una deforme, ordenó a todos que nadie entrara, ni siquiera quería ver a su abuelo. Detestaba que le tuvieran lástima, por eso cuando era acosada en la guardia real, fue ella misma la que decidió defenderse con mano propia.

—¿Por qué?—preguntó observando su mano vendada—¿Por qué me pasa esto a mí? ¡Nunca le he hecho mal a nadie!

Estando recostada contra el espaldar de su cama, comenzó a llorar con amargura. No podía negarlo más, estaba cansada de todo. La única razón por la que ella no se quitaba la vida, era porque quería que su abuelo estuviera bien; sin embargo, cada vez estaba segura de que la habían maldecido. De lo contrario, no se explicaba porque el destino se había empeñado tanto con ella.

—Si muero, sería mejor...—susurró Serena—nadie quisiera a una mujer como yo.

—¡Mi señora!—la doncella líder tocó la puerta—el señor notario está acá.

—¡Que entre solo!—ordenó la duquesa.

El hombre, el cual fue advertido de no decir nada de lo que viera, observó asombrado el estado de la duquesa. Sentándose en una silla frente a una mesa que se le había sido asignada con antelación, comenzó a escuchar las palabras de lo que necesitaba Serena.

—Necesito que redacte dos documentos—expresó—así sea que esté todo el día conmigo, no se puede ir de la casa hasta que esté sellado. Le pagaré el triple de lo que se gana en un año, ¿entendido?

—¿Qué documentos necesita, duquesa?—preguntó nervioso el notario.

—Un contrato de matrimonio y mi testamento—respondió directamente Serena.

La duquesa comenzó a redactar con el notario el primer documento, el cual era su contrato de matrimonio. Sorprendido de que la joven se casaría con el padre de la princesa heredera, redactó varias de las clausas del contrato. La que más le llamó la atención era que, una vez su esposo, este quedaría administrando todas sus propiedad y dinero.

—Pero...—espetó confuso el hombre.

—¿Ya terminó?—cuestionó—si es así, ahora redacte mi testamento.

En efecto, la duquesa estuvo casi todo el día con el notario, ni siquiera aceptó recibir visita de Jeremy para sus heridas. El hombre, un poco preocupado, decidió esperar a que el notario saliera; sin embargo, cual fue su sorpresa al encotnrarse con la primera de Serena en el pasillo.

—¡Perdón, sir Jeremy!—dijo con nervios—solo quería darle flores a mi prima.

La mujer, quien también estaba vendada por sus heridas a causa del ataque que sufrió, sostenía con fuerza rosas rojas que había tomado del invernadero. Con asco, Jeremy le advirtió que Serena no podía recibir las flores debido a su sensibilidad y le ordenó no acercarse a ella.

Pensando que aquello funcionaría, cuando le dio la espalda y caminó hasta su habitación, no alcanzó a ver como una mujer encapuchada estaba detrás del cuerpo de Selena, quien temblaba llena de verguenza e ira ante el trato frío del médico real.