Yo No Soy Ella

Mansión de Yulian, despacho

La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz que caía desde una lámpara de escritorio. Yulian se mantenía de pie, con las manos apoyadas sobre la mesa de madera negra. No había bebido en toda la noche, ni fumado. Solo el sonido del reloj de pared marcando los segundos llenaba el silencio.

Derek le había enviado el nombre por mensaje: Iván Marek.

Yulian no respondió de inmediato. Ni siquiera abrió el archivo adjunto. Se limitó a quedarse allí, inmóvil, como si su cuerpo contuviera una tormenta bajo control estricto.

“Marek…”

El nombre se repetía en su mente, como un eco lejano que traía consigo imágenes sucias, golpes en la oscuridad, gritos ahogados, y sangre. Mucha sangre.

Él lo había expulsado con sus propias manos. No solo lo borró del negocio: lo aplastó públicamente. Le quitó todo. Lo redujo. Porque así se hacía con los traidores.

“Lo dejé vivir.”

Esa fue la frase que se le clavó en el pecho. Como una aguja helada.

—Debí matarlo —murmuró al fin, con voz ronca.

La silla crujió cuando se dejó caer en ella. Cerró los ojos y se llevó las manos al rostro, empujando la tensión de la frente a la mandíbula. Había enviado a Derek porque no podía salir del país. Por su padre, por la mercancía en tránsito, por las obligaciones que odiaba. Pero si hubiera sabido que era Marek, se habría ido de inmediato.

—Jodido imbécil —masculló—. No eres más que un perro viejo que no supo cuándo retirarse.

Golpeó el escritorio con el puño. Los papeles saltaron. El vaso con agua tembló. Su respiración se volvió más pesada, pero sus ojos seguían secos.

“Y fuiste por ellas… por Nelly.”

El pensamiento le cayó encima sin piedad. No era el hecho de que las atacaran. No era el orgullo herido. Era ella. Nelly, corriendo en medio de disparos. Nelly, apuntada por un arma. Nelly, temblando mientras lo llamaba por teléfono.

Yulian apretó los ojos con fuerza.

“¿Por qué carajos me importa tanto?”

No podía entenderlo. No del todo. Pero no podía negarlo. No era solo rabia. Era una punzada más profunda. Como si alguien estuviera apretándole el corazón con la mano.

El celular vibró. Lo miró.

📲 DEREK: “Tenemos el lugar donde se esconde. ¿Esperamos órdenes?”

No lo pensó dos veces. Escribió de inmediato.

📲 YULIAN: “Quiero su cabeza. Esta vez no se escapa.”

Presionó "enviar" y dejó caer el celular sobre la mesa.

Después se quedó allí, en el silencio, con los ojos puestos en la ventana cerrada. Afuera, la noche era densa, sin luna. Como su propio estado de ánimo.

“Te juro, Nelly… esta será la última vez que alguien se atreve a tocarte.”

Pero no lo diría en voz alta, no podía. Porque Yulian King no amaba. Y mucho menos protegía.

O al menos… eso era lo que siempre se había repetido.

___

Lugar desconocido – Noche

El aire olía a humedad y pólvora vieja. Las calles del sector industrial estaban vacías, a excepción de una vieja nave metálica en las afueras de la ciudad. Derek bajó del auto con pasos calculados, flanqueado por dos hombres armados. Llevaban horas vigilando el perímetro. Sabían que Marek estaba dentro. Y también sabían que no estaría solo.

—Silencio total —ordenó Derek por el auricular—. Entramos por el flanco norte. Las cámaras de seguridad fueron anuladas hace diez minutos.

Su tono era seco, profesional. Había hecho esto cientos de veces. Pero esta vez no se trataba de una entrega, ni de un traidor cualquiera. Esta vez, la orden venía de Yulian. Y cuando Yulian decía “quiero su cabeza”, no se trataba de una metáfora.

Los hombres se movieron como sombras. En menos de un minuto, estaban dentro.

Un ruido metálico. Un disparo. Gritos al fondo. Derek avanzó sin dudar. Entraron por el pasillo lateral de la nave. Al fondo, entre montones de cajas y luces parpadeantes, Marek esperaba con una pistola en mano y un rastro de sangre a sus pies.

—Derek —dijo con sorna—. Así que te mandó él… Supongo que está muy ocupado como para venir en persona.

Derek no respondió. Levantó su arma.

—¿Sabes? —continuó Marek—. Yo también perdí cosas por su culpa. Todo, en realidad. ¿Y ahora resulta que una chica cualquiera le importa más que un negocio?

—Tú cruzaste la línea —respondió Derek, con la misma frialdad que el cañón de su arma—. Esto no se trata de negocios. Atacaste a mujeres desarmadas. A un niño.

Marek rió con amargura.

—¿Eso les duele, ahora? ¿Después de todo lo que han hecho?

No hubo más palabras. Un solo disparo retumbó entre las paredes vacías.

El cuerpo de Marek cayó pesadamente al suelo.

Derek bajó el arma. El silencio se instaló otra vez, espeso como niebla.

—Objetivo neutralizado —informó por radio—. Enviaremos pruebas visuales al jefe. Nadie más resultó herido.

Aferró su teléfono, sabiendo que esa imagen no traería paz. Solo una sensación temporal de justicia. En el fondo, entendía lo que se avecinaba: esto no había terminado.

Cabaña familiar – Habitacion de Nelly– Misma noche

Nelly estaba de pie frente al espejo, desmaquillándose en silencio. No podía dejar de pensar en la sensación del cañón helado sobre su piel. El temblor involuntario de sus piernas. El sonido seco de los disparos. Y la certeza brutal de que, por muy lejos que corriera, su vida ya no le pertenecía.

“Pudo haber terminado hoy.”

Se tocó el cuello. Aún sentía el lugar exacto donde el arma le presionó la piel. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas bajaran en silencio, sin emitir un solo sollozo.

“¿Qué se supone que soy ahora? ¿Un cebo? ¿Una carga? ¿Un recuerdo más para Yulian?”

Pensó en él. En su voz firme al teléfono. En cómo, por primera vez, no se burló de ella, ni usó amenazas. Solo le dijo la verdad. Pero no sabía si creerle. Ni siquiera sabía si quería hacerlo.

Se sentó en la cama, abrazando sus piernas.

La puerta se entreabrió. Stefany apareció, sosteniendo una taza de té.

—No te hablo de nada profundo, solo… algo caliente para el susto —murmuró, sentándose junto a ella.

Nelly la miró, con los ojos aún húmedos.

—¿Y si mañana es peor?

—Entonces mañana disparamos primero —respondió Stefany con una media sonrisa—. Y si fallamos… al menos sabremos que luchamos.

Nelly asintió débilmente. Bebió un sorbo del té y volvió a mirar por la ventana.

Afuera, la noche era silenciosa. Pero dentro de ella, la tormenta apenas comenzaba.

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