Pesadilla De Amor

La noche caía lentamente sobre el pueblo, tiñendo el cielo de un azul profundo que parecía querer tragarse todo. Luna cerraba la puerta trasera del vivero, aún con el aroma de tierra húmeda en las manos. Tomás la esperaba del otro lado del invernadero con la camioneta en marcha. Todo parecía normal. Tranquilo.

Pero el silencio... ese silencio no era el de siempre. Era pesado. Como un aviso.

—Apurate, Luna —le dijo Tomás desde la ventanilla—. No me gusta cómo se ve el bosque esta noche.

Luna asintió y caminó rápido, pero antes de llegar a la camioneta, lo sintió. Un chirrido. Un crujido a su derecha. Apenas tuvo tiempo de girar la cabeza.

Y entonces, lo vio.

Patrick.

Surgió de las sombras como un depredador. El mismo rostro que la había atormentado tantas noches. La misma mirada fría. Pero ahora, sucio, desaliñado, más delgado… y más peligroso.

—¡LUNA! —rugió con una voz rota por la rabia.

Ella retrocedió, el corazón le explotaba en el pecho. La sangre le abandonó las mejillas.

—¡NO! ¡NO! —gritó—. ¡TOMÁS!

Tomás bajó de un salto de la camioneta, pero Patrick ya la tenía del brazo.

—¡Soltala! —gritó él corriendo hacia ellos.

—¡Es mía! ¡Ella me pertenece! —rugió Patrick, apretando el brazo de Luna con una fuerza bestial—. ¡Se viene conmigo!

—¡No soy tuya, Patrick! ¡Ya no! —Luna forcejeaba, pataleaba, pero el miedo paralizaba su fuerza.

Patrick sacó un cuchillo de su abrigo.Y se lo puso en la garganta a ella.

Tomás frenó en seco al verlo.

—Soltala —dijo despacio, con voz firme—. No tenés idea en lo que te estás metiendo.

—Vos no sabés lo que me quitaste —espetó Patrick, con los ojos inyectados—. ¡Me sacaste lo único que era mío! ¡Yo la encontré, la hice mía, ella me debe todo a mí! ¡Y ahora te la llevaste!

Luna logró girar su cuerpo lo justo para darle un codazo en las costillas. Patrick gruñó, soltándola apenas. Tomás aprovechó y se lanzó contra él. El cuchillo cayó al suelo.

Se trenzaron en una pelea sucia, desesperada. Puños, gritos, polvo. Luna gritaba el nombre de Tomás mientras intentaba arrastrarse lejos del caos. Patrick, enloquecido, no sentía dolor. Era puro odio.

Tomás recibió un golpe en la mandíbula que lo hizo trastabillar, pero no se detuvo. Le devolvió un derechazo que hizo tambalear a Patrick, quien cayó de rodillas, jadeando.

—¡No vas a tocarla nunca más! —gritó Tomás.

Patrick, sangrando de la nariz, lo miró y sonrió con malicia.

—¿Vos creés que la conocés? ¿Creés que va a quedarse con vos? Ella es una muñeca rota. Nunca vas a arreglarla del todo. Siempre va a tener mi voz en la cabeza.

—Ya no —dijo Luna, poniéndose de pie. Su voz era baja, pero firme. Sus ojos, llenos de furia contenida—. Ya no estás en mi cabeza. Ahora solo estás en mi pasado. Y voy a enterrarte ahí.

Patrick la miró como si le hubieran clavado una daga. Su rostro se deformó en una mueca de desprecio.

—Vos... vos eras mía.

Tomás se interpuso, levantando el cuchillo que Patrick había dejado caer.

—Movete un centímetro más y no te dejo volver a hablar.

Patrick se rió. Una risa ronca, vacía. Luego miró a Luna por última vez y susurró:

—Esto no terminó. Volveré. Aunque tenga que arrastrarme. Vos vas a volver conmigo. Siempre lo hacés.

Y entonces salió corriendo hacia el bosque, como una sombra que se funde en la noche.

**

Tomás bajó el cuchillo. Su respiración era errática. Luna se dejó caer al suelo, temblando.

—¿Estás herida? —preguntó él, arrodillándose a su lado.

—No… no sé —susurró—. ¿Vos?

Tomás negó, tocándose el costado ensangrentado.

—Es un tajo superficial. Estoy bien.

Se abrazaron, fuerte, como si ese contacto pudiera borrar el espanto.

—Lo sabía —dijo ella con lágrimas en los ojos—. Sabía que iba a venir. Que iba a hacer esto.

—Pero no lo logró. No te llevó. Y no lo va a hacer. Jamás.

—Tengo miedo —confesó ella—. De que vuelva. De que nos haga daño. De que te lastime a vos.

—Entonces vamos a hacer que no pueda. Vamos a hacerlo bien. Ya no más escondidas.

Tomás sacó su celular. Llamó a la policía del pueblo, a la comisaría local. Denunció el ataque. Describió a Patrick. Dio su nombre completo. Contó todo.

—Ya no se trata solo de tu historia, Luna. Ahora hay testigos. Heridas visibles. Esto no lo va a tapar nadie.

**

Esa noche, Luna no durmió.

Se sentó frente al fuego con una manta sobre los hombros. Miraba las llamas como si ahí pudiera encontrar una respuesta. Tomás la observaba desde la cocina, en silencio. Preparaba té con jengibre.

Cuando se lo acercó, ella tomó la taza sin mirarlo.

—Gracias por no soltarme —susurró.

—Nunca lo haría.

—Esta vez no corrí.

—No. Esta vez peleaste.

Ella lo miró entonces. Los ojos rojos por el llanto, pero la mirada encendida.

—Y si vuelve…

—Si vuelve, lo enfrentamos juntos —le dijo Tomás—. Ya no sos la chica que escapaba. Sos la mujer que lucha.

Luna asintió, y mientras el viento golpeaba las ventanas, supo que había cruzado un umbral.

El monstruo había vuelto. Pero esta vez, ella no era su presa.

Era su cazadora.