Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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EL JUEGO DE PODER
El despacho de Nicolaok estaba envuelto en
una penumbra densa, apenas rota por la luz
tenue de una lámpara antigua sobre el escritorio. Afuera, la ciudad parecía
ignorar la tormenta que se avecinaba, pero dentro de esas paredes, el aire era pesado,
cargado con el peso del poder y la amenaza.
Nicolaok se apoyó contra el respaldo de su silla, con las manos entrelazadas
observando sin parpadear el reflejo de sus ojos en el espejo que colgaba en la pared frente a él.
En su mente, cada movimiento, cada palabra, era un tablero de ajedrez
donde las piezas representaban vidas, lealtades y traiciones.
Una figura entró silenciosa al despacho: Andrea, su mano derecha y confidente.
Sus pasos eran medidos, su mirada calculadora.
—Los informes que pediste
dijo ella, dejando una carpeta sobre el escritorio
—Isabella sigue en Francia, pero cada vez hay menos espacio para que se oculte. Hemos interceptado comunicaciones, y ella tiene aliados.
Nicolaok no reaccionó de inmediato. Solo dejó que el silencio se hiciera
más pesado, como si absorbiera cada palabra. Finalmente, habló con voz fría:
—El tiempo se acaba. Quiero que esos aliados desaparezcan, que se borren del mapa.
Nadie debe ayudarla. Nadie debe creer que puede enfrentarse a nosotros y salir indemne.
Andrea asintió, su expresión imperturbable.
—He organizado una reunión con nuestros hombres en París.
Vamos a trazar la estrategia para cerrar todas las rutas de escape y eliminar cualquier
amenaza que se interponga.
Nicolaok se levantó y comenzó a caminar, sus pasos resonaban con autoridad.
—No puedo permitir que esta guerra se prolongue más.
Cada día que pasa, pierdo el control. Y sin control, no soy nada.
Andrea lo observó con una mezcla de respeto y algo que se parecía a la preocupación.
—Tu control es absoluto. Pero la resistencia crece, y ellos saben que tú temes perderlo.
Él se detuvo frente a ella, sus ojos se clavaron en los de Andrea.
—No temo perder el poder. Lo perderé si permito que alguien más decida mi destino.
Isabella y Fernanda deben entender que este juego es mío, y que quien
juegue contra mí termina pagando un precio.
Andrea asintió, y con un gesto silencioso, salió del despacho para preparar la reunión.
Esa misma noche, en un salón oscuro de un hotel en París, Nicolaok reunió a sus hombres más fieles.
la atmósfera estaba cargada de tensión.
Nadie se atrevía a cuestionar sus órdenes, pero el temor era palpable.
Nicolaok habló con la precisión de un hombre acostumbrado a controlar cada detalle.
—Isabella es una amenaza que debemos eliminar cuanto antes.
No puede quedar ninguna escapatoria para ella ni para sus aliados.
Quiero que intercepten todas sus comunicaciones, que vigilen sus
movimientos, y que la capturen viva si es posible.
Un hombre con cicatrices que cruzaban su rostro levantó la mano.
—¿Y Fernanda, señor? ¿Qué hacemos con ella, ee... ella es la raiz del problema?
Nicolaok apretó los puños, su rostro se endureció.
—Fernanda es una pieza rota. No sirve para nada si no obedece.
Pero si intenta escapar o se vuelve un problema, la eli.... No puedo permitirme debilidades.
Los hombres asintieron, sabiendo que sus vidas también dependían del éxito de ese plan.
Mientras tanto, en otro lugar, Isabella recibía mensajes codificados de Fernanda.
A través de ellos, intercambiaban información, esperanzas y promesas.
La amistad y la lealtad eran el único refugio en medio de la oscuridad que las envolvía.
Pero Isabella sabía que el tiempo corría en su contra.
Cada día que pasaba, el cerco se estrechaba.
Por eso decidió arriesgarse a un contacto inesperado: un hombre de origen francés
con conexiones dentro del mundo clandestino.
Sabía que podía confiar en él, pero que pedir su ayuda no sería gratis ni sencillo.
Se encontraron en un café apartado, lejos de miradas indiscretas.
La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de respeto y desconfianza.
—Sé lo que buscas —dijo él con voz grave.
—. Pero no te imaginas lo peligroso que es enfrentarse a alguien como Nicolaok.
Isabella lo miró a los ojos, sin titubear.
—No busco una pelea. Busco sobrevivir, y salvar a mi amiga.
El hombre sonrió con ironía.
—Eso suena noble, pero en nuestro mundo, la nobleza es un lujo que pocos pueden permitirse.
Sin embargo, puedo ayudarte… pero tendrás que pagar un precio.
Isabella asintió, consciente de que ese precio sería alto, pero no había otra opción.
HORAS MAS TARDE
Mientras tanto, Nicolaok no dormía.
La oscuridad de la habitación apenas era interrumpida por la luz tenue
que se colaba desde el pasillo, pero él permanecía despierto, inmóvil, con
la mente devorándose por dentro. La idea de perder el control sobre lo que
consideraba suyo lo consumía lentamente, como un veneno que recorría
sus venas sin prisa pero con firmeza.
Cada estrategia, cada plan que tejía en su mente, no era solo una
maniobra de poder: era una batalla contra su propia obsesión.
Fernanda no era solo su esposa ante el mundo,
era su posesión,
su debilidad,
su condena.
Y eso lo aterraba.
En ese juego de poder en el que él era maestro, nadie era invencible.
Las piezas podían caer en cualquier momento, incluso las más fieles.
Incluso él. Pero Nicolaok no estaba dispuesto a ceder. No a ella.
No a su voluntad. Él estaba decidido a ganar, sin importar el costo,
sin importar cuántas almas se perdieran en el camino.
Porque en su mundo, el poder era la única ley. Y el amor… era una amenaza silenciosa.
Acostado en la cama, observaba a Fernanda dormir.
Su respiración era serena, ajena al caos que él llevaba dentro.
Con cuidado, extendió la mano y acarició su pelo, deslizando
los dedos con una suavidad inusual en él. Tocó su rostro, sintiendo
el calor de su piel, la calma que él jamás conocía.
Y por un momento, solo uno, se preguntó qué habría sido de ellos si él fuera otro hombre.
Entonces, en su memoria resonaron las palabras que ella le había dicho una vez
—A veces pienso que… si solo fueras ese hombre, yo podría amarte de verdad.
Y eso lo destruyó más que cualquier traición.