Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
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Capítulo 19: Sangre Llama a Sangre
[POV' Nikolái]
Todavía olía a té derramado cuando sonó el celular.
Anastasia se había ido a su habitación sin decir nada más. Con los labios apretados y la mirada ardiendo, como si quisiera gritarme y tragarse el grito al mismo tiempo.
Y yo no pensaba correr detrás de ella. No cuando todavía tenía la mano impregnada con el calor de su cintura.
Mierda.
Todavía podía sentir la forma exacta de su cuerpo.
Ese calor suave. El temblor apenas perceptible. Esa forma de tensarse como si quisiera huir, pero no pudiera. Como si una parte suya —la que más le jode— también quisiera quedarse.
El celular vibró sobre la mesa. Pantalla sin nombre, pero el número era uno de los nuestros. Lo reconocí al instante.
—Habla.
—Todo en orden, Jefe. Ruta 47. El contacto pidió su presencia.
Colgué sin responder. No hacía falta.
Me quedé viendo la pantalla apagarse en mi mano. Ese silencio posterior a una llamada como esa siempre me da la misma sensación: como si el teléfono supiera más de lo que dice. Como si estuviera midiendo mis pasos antes de que los diera.
Me levanté sin decir nada.
—Alexéi —llamé mientras cruzaba hacia el pasillo—. Nos movemos.
Lo escuché al fondo, cerrando la laptop.
No preguntó qué ni por qué. Solo ajustó el auricular en su oído y caminó hacia la salida con esa calma metódica que tiene justo antes de que todo empiece.
Dmitri apareció segundos después, bajando las escaleras con una botella de agua en la mano y la camisa mal cerrada. Tenía el cabello húmedo. Seguramente venía del sauna. O de algun lugar que lo relajara antes de volver a buscar problemas.
—¿Otra entrega? —preguntó, sin molestarse en saludar. Su voz sonaba como si acabara de despertar de una resaca placentera.
—Si.
No dije nada. Cuando me muevo a estas horas, no es por capricho. Y él lo sabe.
Las camionetas ya estaban encendidas al frente de la mansión. Todo el personal estaba listo. No hubo gritos. No hubo correcciones. Cada hombre sabía cuál era su lugar y qué tenía que hacer. Así funciona el Círculo de Sangre.
Subimos al vehículo principal. Alexéi al volante. Dmitri y yo en la parte trasera.
—¿Qué nos entregan esta vez? —preguntó Dmitri, recostado con el brazo estirado sobre el respaldo.
—Armas militares.
—¿Y quién entrega?
—Tyler McKinney.
—¿El mismo idiota de la última vez?
Asentí sin girarme.
Dmitri soltó una carcajada baja.
—Pensé que ya lo habían hecho volar.
—Ese fue el primo.
—Ah.
Llegamos al punto sin cruzar más de tres palabras en todo el trayecto.
El aire olía a polvo viejo y a humedad encerrada. A lo que huele un lugar que solo se abre para mover cosas que no se deben mover. Estacionamos frente al depósito, al costado del edificio, como de costumbre. Camionetas oscuras, motores aún tibios. Nada nuevo.
No bajé enseguida.
Miré por la ventana unos segundos. La puerta metálica estaba entreabierta. Lo justo para que uno sepa que es ahí, pero no lo suficiente para confiar. Adentro había luz, sí, pero una de esas fluorescentes que no deja ver todo con claridad.
—¿Entramos o esperamos? —preguntó Dmitri desde atrás, apoyado con una mano en el respaldo del asiento.
—Vamos —dije, abriendo la puerta.
Un hombre esperaba afuera. Estaba de pie junto a unas cajas metálicas, con el teléfono en la mano, la vista inquieta. Cuando me vio bajar, enderezó el cuerpo al instante.
—Señor —saludó con la cabeza gacha—. El cargamento está dentro. Verificado. Todo como lo solicitaron.
Me acerqué sin apurar el paso.
—¿Quién lo revisó?
—El señor McKinney. Estuvo aquí hace una hora. Dijo que prefería dejarlo todo preparado antes de su llegada.
Miente.McKinney no se mueve solo. Y menos deja encargos sin supervisión.
Alexéi bajó del vehículo y se posicionó detrás mío, discreto, pero con los ojos analizando cada esquina. Dmitri venía más relajado, con el paso suelto, como si no estuviéramos en una zona caliente.
Entramos.
El interior del depósito era grande, pero no inmenso. Techos altos, estructuras de hierro. Las cajas estaban alineadas a la izquierda, perfectamente cerradas y marcadas.
Me acerqué a la primera.
La revisé por encima.
Sin hablar.
Dmitri fue por la segunda. Destapó la tapa con cuidado. Sacó una AK, la revisó, la giró.
—Está todo. Las armas no son falsas. El número de serie coincide con la lista —murmuró mientras examinaba la AK— Pero, algo no me cuadra aquí.
Alexéi se acercó, revisó el lote. Verificó el número de serie con su tablet.
—Coincide. Es el cargamento correcto.
Mierda.
Lukas habló por el canal.
—Liebre en la colina. Y otro más atrás. Los cabrones tenían todo preparado.
No dije nada. Solo levanté la mirada y miré a Alexéi. Él ya tenía la mano cerca del arma.
Dmitri soltó el arma que estaba inspeccionando. Cayó con un golpe seco sobre la mesa.
—Esto es una trampa —murmuró, medio entre dientes, sin dejar de mirar hacia la salida—. Tyler no tiene huevos para algo así.
—Aún no dispares —ordené, bajando la voz al canal—. Quiero ver cuántos hay.
Lukas rió por la línea como si estuviera jugando al escondite.
—Tres más en el techo del hangar contiguo. Francotiradores.
—¿Tienen tiro? —preguntó Alexéi.
—Sí. Y se están alineando.
—Ahora sí —dije—. Dispárenles.
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Y lo siguiente fue fuego.
Una bala estalló contra una de las cajas detrás nuestro. El eco fue brutal. Dmitri rodó hacia un lateral, levantando la AK que había inspeccionado antes y disparando sin mirar. Dos hombres que estaban fuera del galpón cayeron de inmediato.
—¡Levántense, idiotas! —grité por el canal—. ¡Nos quieren muertos!
Mis hombres se desplegaron como una maquinaria vieja pero bien aceitada. Alexéi se pegó a mi espalda, disparando. Dmitri cubría la puerta lateral. Yo me moví hacia el costado izquierdo, sabiendo que por ahí vendría el refuerzo.
El tipo que nos había recibido —el mismo que aseguró que McKinney había revisado todo— intentó correr. No llegó a dar tres pasos. Una bala le perforó la pierna y cayó chillando.
—¡No me maten! ¡Yo no sabía! ¡Lo juro, solo me dijeron que esperara!
—¿Quién te mandó? —le gruñí, con el cañón del arma en la mandíbula.
—¡No sé! ¡Solo dijeron que vinieran! ¡Que no era necesario pelear!
—Mentiste desde que abriste la puta boca.
Bang
Le disparé sin remordimiento. No hay tiempo para idiotas.
—Lukas, ¿estás viendo movimiento desde el perímetro? —preguntó Alexéi.
Todo era humo mientras nos movíamos.
—Sí. Hay un camión que acaba de girar por la calle trasera. No tiene matrícula. Parece que alguien más quiere unirse a la fiesta.
—¿Cuántos?
—Ocho. Y están bajando rápido.
Mierda.
—Nikolái —interrumpió Dmitri desde el fondo—. Uno de los que acaba de entrar es Lev.
Me giré de golpe.
—¿Seguro?
—Si. Nadie camina así si no está buscando que lo maten... o si cree que no lo van a matar.
Me asomé. Lev venía con paso firme entre el humo y los cuerpos. Tenía la cara sucia, barba crecida y la misma expresión de mierda que usaba cuando creía que estaba dos pasos delante de todos.
No disparé. Aún no.
—Quiero a ese cabrón vivo —dije—. Si alguien le dispara sin mi permiso, lo mato después.
Los hombres del Círculo comenzaron a moverse. Dmitri ya no tenía la sonrisa, pero sí el brillo en los ojos. Alexéi organizaba la salida. Y los Greko... los Greko estaban jugando.
—Joder, este tipo tiene pinta de mártir frustrado —dijo Lukas por el canal, como si estuviera viendo una película.
—Esperen a que yo le hable —ordené, saliendo del galpón con el arma baja, pero lista para levantarse.
Lev se detuvo a cinco metros. Me miró directo. No bajó la vista. sonrió. Solo me escupió la frase como si aún tuviera derecho:
—¿Te gustó el regalo?
—Te vas a arrepentir de haber vuelto, Lev —le dije, sin subir la voz—. Nadie traiciona al Círculo y vive para contarlo. Y tu no vas a ser la excepción.
Él ladeó la cabeza, relajado.
—¿Seguro? Porque esta vez… no vine solo.
Y disparó.
Cabron.
Rodé hacia un lateral y me cubrí detrás de un contenedor. Las balas me pasaron silbando al oído. El muy bastardo estaba bien armado, bien posicionado y con una puntería de mierda buena.
Pero no era suficiente.
—¡Derecha, ya! —grité por el canal.
Dmitri avanzó como un demonio. Lukas empezó a reventar cabezas desde arriba.
Lev seguía disparando. Cambiando de posición con precisión. Buscando cazarme. Pero no me alcanzaba.
Lo conocía demasiado bien.
Sabía cómo pensaba. Sabía que tarde o temprano iba a cansarse de esconderse y saldría. Porque él era así. Impulsivo. Obsesivo. Quería dar el golpe final.
Y lo hizo.
Lo vi salir desde la estructura lateral, rodando por el suelo con un arma corta, la mirada fija, sucia, rabiosa. Me apuntó al pecho y disparó dos veces. Me agaché justo a tiempo y rodé hacia un lado, sacando la Glock de la pierna.
Disparamos casi al mismo tiempo. Apunté a la pierna. No al pecho.
Disparé.
¡BANG!
Gritó. No fue por el dolor. Fue por orgullo. Se dobló como trapo mojado.
Avancé sin titubear. Pero justo cuando lo tenía a tiro para reducirlo, un destello cruzó mi periferia. No alcancé a girar del todo. Sentí el impacto como si me hubieran enterrado un hierro caliente en el costado derecho.
Fue como un latigazo seco.
Me encogí apenas, por instinto, pero no me detuve. Ni de coña le iba a dar el gusto.
—Hijo de puta… —murmuré, apretando los dientes.
Sentí el calor bajo la chaqueta. Sangre. No era profundo, pero ardía como el infierno.
Lo alcancé. Le pisé la mano antes de que intentara moverse.
—Te lo advertí.
Alexéi apareció por un costado y me cubrió de inmediato.
—¿Lo matamos o qué? —preguntó Lukas, viendo a Lev retorcerse.
—Todavía no —dije, sin quitarle la mirada de encima a Lev—. Este hijo de puta va a cantar. Y si no canta, grita. Pero algo va a soltar.
Le metí una patada en la herida. Gritó. Eso sí fue de dolor.
Me agaché frente a él. Lev me escupió sangre al costado, sin llegar a darme.
—¿Eso es todo lo que tienes, viejo amigo?
—No sabes cuánto he esperado para decirte esto —le murmuré, mirándolo a los ojos—. El Círculo no olvida. Y tú… tú no eres más que una mierda que debí eliminar hace tiempo .
Él se rió, pese al dolor.
—Creíste que habías ganado... pero no sabes lo que viene después.
—¿Sabes qué es lo que viene? —le respondí, acercándome más, en voz baja—. Un acogedor cuarto para ti. Oscura. Sin ventanas. Donde vas a rogar que te maten.
Y si no hablas…
—Te vas a pudrir ahí. Respirando tu propia mierda.
No fue fácil salir de ahí. Yo sangraba. Lev apenas respiraba. Y el piso aún estaba fresco con la sangre de los que se metieron donde no debían.
Continuará...