Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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Ni príncipe, ni princesa...
La noche en Zúrich era fría y tranquila, y el eco de los pasos de Sofía e Ian resonaba en las calles desiertas mientras regresaban al hotel. La segunda noche de la exposición había sido un éxito rotundo, pero ninguno de los dos parecía estar completamente presente en la conversación. Ian lanzaba miradas furtivas a Sofia, intentando descifrar los pensamientos que se escondían detrás de su expresión serena.
Finalmente, rompió el silencio.
—Entonces… —comenzó Ian, colocando las manos en los bolsillos de su abrigo—. ¿Qué planeas hacer con Erick?
Sofia giró el rostro hacia él, con una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios.
—¿Hacer con él? —repitió con un dejo de diversión, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
Ian se detuvo frente a la puerta del hotel y la miró con seriedad.
—Sí, Sofi— la increpó— Porque si hay algo que está claro, es que ese hombre no va a dejarte ir tan fácilmente.
Ella suspiró y se encogió de hombros, buscando las llaves de su habitación.
—No lo sé aún —admitió mientras entraban al vestíbulo del hotel—. Pero pronto lo tendré claro.
Ian la siguió en silencio hasta el ascensor, sus ojos clavados en ella como si intentara encontrar una grieta en su máscara de indiferencia. Cuando finalmente estuvieron solos en la cabina del ascensor, se cruzó de brazos y dejó escapar un largo suspiro.
—Mira, bonita — dijo, usando el apodo cariñoso que solo él empleaba—, no quiero ser el aguafiestas aquí, pero este tipo… ese Erick no es el mismo que conociste hace cuatro años.
La mirada de la muchacha se endureció ligeramente, pero no perdió su tono calmado.
—Yo tampoco soy la misma, Ian. Pensé que, si alguien lo sabía mejor que nadie, eras tú.
El ascensor se detuvo en el piso designado, y ambos caminaron por el pasillo alfombrado hacia sus respectivas habitaciones. Ian dudó por un momento, pero finalmente se atrevió a hablar mientras ella sacaba la llave de su habitación.
—Claro que lo sé —respondió con un susurro que cargaba más emociones de las que quería dejar ver—. He estado contigo todo este tiempo, viéndote crecer, luchar y convertirte en quien eres hoy. Pero precisamente por eso me preocupo, Sofia. Erick ya no es...
—¿Un príncipe? —lo interrumpió ella, alzando una ceja mientras abría la puerta y encendía la luz de la habitación.
Ian entró detrás de ella, dejando escapar una risa amarga.
—Ni de cerca.
Sofia cerró la puerta y se quitó los zapatos, dejándolos a un lado con un gesto casi ritual. Luego se giró hacia él, apoyándose contra el borde de la mesa que había en el lugar.
—No busco un príncipe, Ian. No lo busco porque ya aprendí que los cuentos de hadas no existen. Y si Erick piensa que puede jugar conmigo como lo hizo antes, está muy equivocado.
Ian la observó por un momento, su expresión estaba llena de duda y algo más, algo que Sofia no alcanzaba a descifrar.
—¿Y si te equivocas? —preguntó al fin.
Ella sonrió suavemente y se acercó a él, colocando una mano en su mejilla con un gesto que era a la vez tierno y firme.
—Tranquilo, amigo— dijo en un tono que buscaba calmarlo—. Ya no soy esa princesa inocente que creía en finales felices.
Ian sostuvo su mirada, buscando alguna señal de debilidad o inseguridad, pero no encontró nada más que determinación en sus ojos. Finalmente, suspiró y apartó la mano de Sofia con delicadeza.
—Lo sé —admitió, llevándose una mano al cabello en un gesto frustrado—. Pero eso no significa que no me preocupe. Solo... no dejes que ese idiota te haga daño.
—No lo hará —aseguró ella con firmeza, aunque algo en su interior le decía que tal vez estaba subestimando la situación.
Ian se quedó en silencio por un momento antes de decidir que no valía la pena insistir más esa noche.
—Está bien —dijo al fin, alzando las manos en señal de rendición—. Pero si necesitas un caballero en armadura, aquí estaré.
Sofía rió ante el comentario, agradeciendo en silencio tener a alguien como Ian en su vida.
—Lo sé, Ian. Y gracias.
Él sonrió y se dirigió hacia la puerta.
—Buenas noches, Sofi.
—Buenas noches, Ian.
Cuando la puerta se cerró detrás de su inseparable amigo, la muchacha se dejó caer sobre la cama, mirando al techo mientras intentaba ordenar sus pensamientos.
— "No soy la misma de antes,"— se repitió a sí misma— "Y él también ha cambiado. Pero eso no significa que pueda volver a herirme."
En el fondo, sabía que estaba jugando con fuego, pero algo dentro de ella, quizás su orgullo o tal vez una necesidad de cerrar el círculo, la impulsaba a enfrentarse a Erick una vez más, pero de una manera muy diferente.
Al otro lado del pasillo, en su habitación, Ian se recostaba en su propia cama, mirando al techo con una mezcla de frustración y preocupación.
— "Sofía cree que puede manejarlo,"— pensó mientras cruzaba los brazos detrás de la cabeza. — "Pero yo vi cómo la destrozó la última vez, y no estoy dispuesto a quedarme de brazos cruzados si vuelve a hacerlo."
Mientras ambos caían lentamente en el sueño, en otro rincón de la ciudad, Erick se encontraba en la sala de su departamento, sosteniendo una copa de whisky y mirando por la ventana.
El recuerdo de "Abigail" seguía rondando su mente, como una melodía que no podía sacarse de la cabeza. Había algo en ella que lo intrigaba profundamente, algo más allá de su belleza.
— "Es diferente"— pensó mientras daba un sorbo a su bebida— "No sé qué es, pero no voy a dejar que se escape tan fácilmente."
Dejó la copa sobre la mesa y se recostó en el sofá, cerrando los ojos mientras la imagen de la muchacha— volvía a aparecer en su mente.
—"Has lanzado un desafío, Abigaíl"— murmuró— "Y yo no me rindo ante ningún desafío— agregó con una sonrisa llena de satisfacción en su rostro.
Al día siguiente, la ciudad despertó bajo un cielo gris y lluvioso. Sofía e Ian se dirigieron nuevamente al museo, preparándose para la tercer jornada de la exposición. Mientras iban en el taxi y observaban la suave llovizna, Ian no pudo evitar echarle otra mirada preocupada a su amiga.
—¿Lista para otra noche de desafíos? —preguntó, intentando sonar casual.
Sofía sonrió, ajustándose el abrigo.
—Siempre.
Pero en su interior, sabía que la verdadera prueba aún estaba por comenzar.