Tercera parte! En emisión asique no se desesperen que vamos a paso lento pero seguro. Escribo con mucho amor asi que espero lo mismo de ustedes 🖤
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Cap 18
No tardamos en llegar a la pista. A lo lejos, los aviones privados están listos, uno tras otro, como si aguardaran ansiosos por un despegue que ninguno de nosotros quiere realmente iniciar. Toda la familia aborda rápidamente, el apuro cubre las emociones, y mientras subo la escalerilla, no puedo evitar dar una última mirada a la mansión que fue nuestro hogar. Mis ojos recorren cada rincón visible y las cicatrices aún frescas de los muros. El viento arrastra polvo y escombros, como si borrara lo que una vez fue, pero mi corazón se aferra a la promesa silenciosa de volver un día. Reconstruiré cada pedazo, cada centímetro de esa casa en ruinas hasta que sea lo que fue alguna vez.
Al ingresar a la cabina, mis ojos se encuentran con los de mis hermanos, ya acomodados en sus asientos, como si me esperaran. La sorpresa me desconcierta, y antes de darme cuenta, León se levanta de un salto, seguido de Christopher y Patrick, quienes se acercan y me rodean en un abrazo fuerte y protector. La calidez de sus brazos y el afecto tan sincero disuelven el peso que llevo en el pecho; es como si sus abrazos lograran sostener cada fragmento roto de mi corazón. Las lágrimas brotan y, mientras ellos me rodean, siento que ese nudo que tengo en la garganta por fin se afloja.
—¿Estás bien, hermanita? —pregunta Pack en un susurro, con un tono que mezcla preocupación y ternura.
Asiento, intentando mantenerme firme, pero en este momento, las palabras me fallan. No tengo muchas que ofrecer, pero la manera en que me rodean me da justo el apoyo que necesito.
—Lo sentimos. Era un idiota, pero al final del día… era tu padre.
Apenas puedo responder, una sonrisa amarga se me escapa, y murmuro un “gracias” que se escucha más roto de lo que imaginaba. No importa, ellos lo entienden. Aquí, junto a ellos, me siento protegida, como si nada en el mundo pudiera herirme de nuevo.
Entonces veo pasar a Vlad junto a nosotros, quien parece querer respetar este momento. Se dirige a su asiento, al lado de su madre, donde sostiene a mi hermanito mientras le da el biberón. El pequeño chupa su leche con una inocencia que casi resulta irreal en medio de tanto caos, tan ajeno a todo lo que acaba de pasar. Una mezcla de responsabilidad y ternura me golpea al verlo, y en ese instante siento cómo mis hermanos, al percatarse, me conducen con suavidad hacia un par de asientos dobles, dejándome un espacio para sentarme y acomodarme durante el despegue.
El avión asciende, y, en un acto casi masoquista, los cuatro nos inclinamos hacia la ventanilla. Las ruinas de nuestra vida pasada se hacen cada vez más pequeñas, como si el paisaje en sí mismo quisiera deshacerse de esos recuerdos. Mi pecho se abre a un dolor crudo e indescriptible, una desolación profunda al ver nuestro hogar reducido a escombros y cenizas desde esta altura. Los recuerdos, los pasillos donde corríamos de pequeños, las paredes que presenciaron nuestras risas y nuestras peleas… todo ha sido consumidos por el fuego.
Una nueva realidad se asienta en mí, implacable. Mi padre está muerto, y ahora un pequeño ser, del que hasta hace unas horas no sabía ni que existía, es mi responsabilidad. Siento una pequeña calma al saber que está a mi cuidado, y no en manos de algún extraño. Los planes para el rancho de mi padre quedaran en la nada por ahora, para la propiedad que ahora es mía lo mismo, todo tendrá que esperar; todo tendrá que adaptarse a mis tiempos. Ahora no sólo tengo mi futuro, sino también el de este bebé que tengo que cuidar. La universidad, el matrimonio, y ahora, también, el peso de una vida a la que debo proteger.
De pronto, lo escucho llorar y, sin pensarlo, me pongo de pie y camino hacia el asiento de mi suegra. No sé cómo consolar a un bebé, nunca lo he hecho, pero algo en mí no soporta escuchar su llanto. Me inclino, lo tomo con cuidado, y lo acuno contra mi pecho, balanceándome suavemente. Paso mis dedos por su cabello, acariciándolo, y para mi sorpresa, comienza a calmarse.
—Serás una madre excelente en el futuro, Dess. —Mi suegra me mira con una sonrisa cálida, su tono lleno de dulzura—. Reaccionaste al primer sonido de su llanto y viniste a consolarlo sin pensarlo.
Le devuelvo la sonrisa y asiento con la cabeza, mirando al pequeño que ahora duerme en mis brazos, tranquilo.
—No sé cómo haré para cuidar de esta pequeña cosita y asegurarme de que crezca bien, pero lo intentaré, eso te lo aseguro, tía Rois.
Entonces siento que Vlad, que hasta ahora ha estado en silencio, me toma por la cintura con suavidad y me lleva con cuidado hacia su regazo, donde me acurruco por un momento, descansando.
—Sé que seré un hombre afortunado cuando te vea cargando a mis hijos con esta misma devoción —dice en voz baja, sus palabras cargadas de un orgullo que me sorprende.
Al escucharlo, una sensación extraña me invade. No me gusta cómo suena ese "mis hijos"; lo correcto es decir "nuestros hijos". Pero no digo nada, me limito a sonreír y dejar que me envuelva en un abrazo.
Las horas de vuelo se sienten eternas y tensas, y la atmósfera en el avión parece congelada en el tiempo. Cuando aterrizamos en Moscú, no me explico qué hacemos aquí; nuestros planes indicaban San Petersburgo. Observo por la ventanilla y, al notar a mi padre junto a una camioneta con mi suegro al lado, mis dudas aumentan. Vlad y mis hermanos se ponen de pie, y cuando él me pasa una manta para cubrir a mi hermano, trato de calmarme recordando que es solo otra parada. Afuera, el frío nos recibe con una bofetada que corta el aire, y Vlad me pasa su chaqueta. Sus ojos encuentran los míos, llenos de preocupación.
—Hace frío, y llevas un vestido corto —me dice, ajustando la chaqueta sobre mis hombros—. No quiero que tomes más frío del necesario.
Asiento mientras él abre la puerta y descendemos en medio de una penumbra. Con el bebé en brazos, avanzo con cuidado hacia la camioneta donde mi padre espera con el ceño fruncido. Apenas nos acomodamos y siento el calor de la calefacción en mi rostro, su voz baja y directa me impacta.
—¿De dónde sacaste a ese bebé, Dess? —pregunta, sus palabras teñidas de escepticismo.
Vlad cierra la puerta, y agradezco que el silencio me dé el tiempo para responder.
—Es mi hermano, hijo de Derek —le explico en un susurro—. Se suicidó después de que mamá… después de que mató a su esposa. Era del FBI, hija de James. Larga historia que te contare después.
Mi padre asiente con una mueca, apenas digiriendo lo que acabo de decir, y su voz se suaviza al ver la tristeza en mis ojos.
—Lo siento, hija. Sé que era un idiota, pero era tu padre, después de todo. ¿Estás bien?
Asiento lentamente, forzando una sonrisa. La misma delicadeza que mis hermanos, ninguno quería realmente a mi padre, era un cretino con todos.
—Sí, papi. No te preocupes. Pero… ¿A dónde vamos exactamente?
—A nuestra casa —interviene Vlad a mi lado. Su presencia me recuerda que no está ausente; cada palabra suya, calculada, llena el silencio en medio de mis dudas. Estoy tan estresada con todo lo que pasó estos últimos días, que hasta se me había olvidado que él venía con nosotros y estaba a mi lado.
Nos movemos por la carretera durante una hora hasta llegar a un edificio extraño. Vlad baja primero para abrirme la puerta, y desciendo con cuidado, apretando al bebé en mis brazos. Al ver las caras desconocidas que nos esperan en la entrada, mis instintos se agudizan. Mi padre se coloca junto a mí, notando la tensión en mis hombros.
No veo a Dean ni a los demás chicos que están a cargo de mi seguridad. Mi mirada se endurece mientras mis pensamientos se arremolinan.
—¿Dónde está mi personal? —Preguntó en voz baja. Mi padre me mira y niega con la cabeza, tan desconcertado como yo.
—Están en camino. Viajaron con tu madre cuando tus hermanos decidieron acompañarnos. —Aclara mi esposo que avanza mientras guarda su móvil en el bolsillo de su pantalón.
Intento calmarme, pero algo me sigue advirtiendo que no estamos seguros aquí. Mis hermanos aparecen apresurados, y al vernos dudar, se detienen en seco. Entonces, corro. No sé si es intuición, miedo o lo que sea, pero todo en mi interior me dice que no puedo quedarme. Mi padre y Vlad, sorprendidos, no tienen más remedio que seguirme.
Es entonces cuando las luces del edificio y la calle se apagan, sumiéndonos en una oscuridad que parece tragarnos. El primer disparo corta el aire, un sonido brutal que sacude mi pecho. Uno de los guardias de Vlad cae, y mi padre grita una orden. En segundos, se desencadena el caos.