ENTRE LÍNEAS PROHIBIDAS

Antonio Punto de Vista

Sabía que la gente me veía como alguien aburrido y que no era un hombre para satisfacer sus bajos instintos. Eso no era del todo cierto. De vez en cuando salía con alguien y tenía sexo, aunque no era un perro de presa como algunos de mis hermanos.

Dicho esto, por mucho que me gustara el sexo, no era algo que sintiera que echaba de menos cuando no lo tenía. Me habían atraído las mujeres, pero nunca me había sentido obligado o atraído por ellas. No hasta Ambar.

En los últimos días, había tenido más orgasmos de los que creo haber tenido en los últimos años. Supuse que tendríamos una semana de viajes y sexo, y que cuando volviéramos a casa, la picazón que sentía por ella estaría satisfecha. Pero a medida que nuestro tiempo juntos se acercaba al final, me preocupaba seriamente que no pudiera resistirme a ella cuando regresáramos, y eso sería un problema.

Durante nuestro último día en París, fuimos a Versalles y tuvimos una visita privada a las catacumbas, que fue espeluznante pero también fascinante. Volvimos a nuestra suite del hotel a última hora de la tarde para descansar antes de la cena. Estábamos en París, así que parecía que teníamos que aprovechar al máximo esta experiencia, incluida otra elegante cena francesa, pero, si soy sincero, yo quería quedarme en casa y, simplemente, estar con Ambar. Si pudiera pensar en una buena razón para quedarme más tiempo, lo haría, porque ahora sabía que esta última noche aún sería suficiente tiempo a solas con ella. Tomé la decisión ejecutiva de pedir la cena para llevar, esperando que ella estuviera de acuerdo.

La encontré de pie en la ventana mirando la ciudad. Por un momento, la observé, admirando su hermosa forma femenina. Llevaba el pelo suelto y me encantaba cómo caía en cascada por su espalda. Llevaba el vestido vaporoso que habíamos comprado en Roma y que me hacía pensar en el sol y las flores.

Al darme cuenta de que mi tiempo con ella se acababa, me acerqué a ella, le pasé las manos por los hombros y le besé el cuello.

—¿Disfrutando de la vista? —le pregunté.

—Es increíble. Todo esto va a hacer que mi pequeño apartamento en casa parezca una caja de cartón.

Su comentario detuvo mis movimientos al recordarme que todo esto estaba a punto de terminar. Tenía un buen hogar. Un hogar en el que realmente disfrutaba de la paz y la serenidad. Pero ahora estaría solo allí sin su humor y su mente inteligente, así como sin su cuerpo. Me obligué a seguir acariciándola.

—He pedido esta noche para relajarnos antes de nuestro vuelo de vuelta mañana. Pero si prefieres salir...

—No. Quiero quedarme aquí. —Se giró en mis brazos y me miró. Pensé que tal vez había visto emoción en sus ojos, pero lo más probable es que fuera una proyección por mi parte, ya que el corazón me daba vueltas en el pecho. Se puso de puntitas y me besó.

—¿Postre antes de la cena? —murmuré contra sus labios.

—Sí. ¿Te importa?

Me habría reído si este momento no estuviera también lleno de tristeza. Tenía que sentir mi entrepierna contra su vientre.

—No, en absoluto. —La tomé en mis brazos y la llevé a la gran cama.

—Antonio, por favor —suplicó mientras sus dedos se clavaban en mi espalda, atrayéndome hacia ella.

No pude decir que no. Subí por su cuerpo, presionándola contra el colchón. Miré sus ojos grises, y de nuevo mi corazón hizo ese extraño movimiento en mi pecho.

Le cogí las manos y se las apreté por encima de la cabeza. En mi cerebro se mezclaban todo tipo de palabras, pero no podía articular ninguna. Así que me limité a sostener su mirada mientras presionaba dentro de ella.

Al día siguiente, los dos estábamos deprimidos y, aunque no hablamos de ello, tuve la sensación de que ella también se sentía triste por el fin de nuestro viaje. Justo antes de irnos al aeropuerto, recibimos una llamada de Aldo.

—Entonces, ¿el viaje ha estado bien? —preguntó.

Miré a Ambar mientras terminaba de hacer la maleta.

—Sí. Fue maravilloso, Aldo. Muchas gracias.

—Tal vez no esperes a volver a mostrarle a tu encantadora nueva esposa qué es el amor. Todo trabajo y nada de juego y todo eso.

Me tragué el nudo que tenía en la garganta por no poder mostrarle ningún tipo de amor a partir de ahora.

—Sí, por supuesto.

—Bien, bien. Bueno, cuando vuelvas a la oficina, el papeleo de nuestro acuerdo estará allí. Tu hermano me asegura que todo está bien. Buen viaje, amigo mío.

El largo vuelo de París a Nueva York, y ahora de Nueva York a San Diego se sentía como un purgatorio. Un mundo entre mundos. Uno en el que ella era mía y otro en el que no me atrevía a tenerla.

Ambar estaba sentada a mi lado, con la cabeza apoyada en mi hombro mientras dormía. El avión se desplazó hacia abajo y supe que eso significaba que solo faltaban unos treinta minutos para aterrizar en San Diego. Aspiré el dulce aroma de su pelo y le di un beso en la cabeza.

¿Cómo carajo iba a dejarla ir? Tenía que hacerlo. Ese era el trato. Excepto que la idea de hacerlo casi me hace caer de rodillas.