En un mundo muy distinto al nuestro, en el que los seres humanos se han expandido por toda la galaxia y criaturas extrañas conviven con nosotros, vive Olivia Temple.
Su vida es perfecta, tiene un novio maravilloso y el trabajo que siempre quiso.
Pero una noche todo cambia para ella.
Alberto la deja y Olivia, despechada, se emborracha y pasa la noche con un desconocido.
Unos días después empieza a sentirse mal y, siguiendo un presentimiento, se hace una prueba de embarazo que resulta positiva.
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16
Nick Carston.
El más que probable padre de mi hijo.
Y un capullo de primera categoría.
¿Qué quería?
Me sentí tentada a cerrarle la puerta en las narices.
Pero tenía una expresión tan cansada que me recordó más al hombre amable de aquella noche que al imbécil de la comisaría.
Le dejé entrar.
—¿Tienes una cerveza? — me preguntó mientras se quitaba la chaqueta.
—No bebo— señalé mi barriga—. Embarazada, ¿recuerdas?
Sé limitó a asentir.
—¿Cuándo tienes la próxima revisión?
—El próximo martes.
—¿Puedo acompañarte? — preguntó mirándome a los ojos.
Dudé. En realidad tenía pensado pedírselo a Daniel.
—¿Por qué tan interesado ahora? El otro día prácticamente me llamaste puta.
—¿Cómo esperabas que reaccionara? Quiero que te hagas una prueba de paternidad, ambos debemos estar seguros de que soy el padre antes de hacer nada más.
Estúpido.
Lo eres. Llevaba semanas sin intimar con Alberto. Me estaba engañando.
—Sólo quiero estar seguro. — insistió él.
—¿Y qué vas a hacer si lo eres? Porque yo no tengo ninguna duda de que es así.
—Cuidaré del bebé. Procuraré de que no os falte nada a ninguno de los dos. Pero no quiero una relación ahora mismo, Olivia. Es... Mi vida está complicada ahora.
¿Y a mí que me importa?
—No me interesa una relación contigo. — le aseguré —. Tranquilo por eso.
—¿Es por el chico de la comisaría?
Me sonrojé, pero no contesté.
—Quería informarte personalmente de que Alberto Sanders ha sido puesto en libertad.
Asentí.
—Era mi intención. Puede ser un mentiroso pero no es un acosador.
—Antes estabas convencida de que era él. ¿Puedo saber qué te hizo cambiar de opinión?
Me mordí el labio, pero asentí.
Indicándole que se sentase, procedí a explicar — una vez más— todo lo que me ha pasado desde aquella noche.
—Las fotografías... ¿Alguna idea de cómo pudo conseguirlas?
Negué con la cabeza.
—Haré que registren tu apartamento. Es posible que te estén espiando.
Eso me pilló desprevenida.
—¿Cómo? Quiero decir... Me habría dado cuenta ¿no? — pregunté.
—La tecnología está cada vez más avanzada, Olivia. Tenemos colonias enteras desperdigadas por toda la galaxia. ¿Podrías recordar a cada persona que ha entrado en tu piso los últimos meses?
—Hubo... Hice esta fiesta por el día de fin de año. Supongo... ¿Qué pudo ser entonces?
—¿A quiénes invitaste?
Todo el mundo. Vecinos, compañeros de mi trabajo, del trabajo de Alberto...
Nick asintió.
—¿No se te ocurre nadie en concreto?
—No.
Nick se puso de pie y se alejó. Le vi sacar su móvil y asomarse por la ventana mientras hablaba con quién quiera que fuese.
A los pocos minutos colgó y se acercó de nuevo a mí.
—He pedido que registren tu piso hoy mismo. Quiero que te sientas segura al menos en tu propia casa.
Me sentí tentada a decirle que no serviría de nada.
Sea quién sea, sabe donde vivo, mi número de teléfono.
Joder, lo sabe todo de mí.
Y Alberto era la única persona que encajaba con eso.
Si no se trataba de él, no tengo idea de quién pudiera ser.
Por un segundo pensé en Micaela, y no pude evitar reírme ante la idea de mi ex—suegra acechándome en las sombras.
Nick me miró extrañado, que solo provocó que me riera más.
Los agentes no tardaron en llegar.
Reconocí a la mujer desagradable que nos trató como idiotas a Daniel y a mí.
Hice una mueca y salí del departamento, dejándolos hacer su trabajo.
Me apoyé contra la pared y me limité a esperar.
Jugué un rato con mi teléfono, tentada de llamar a Daniel.
No. No debo depender tanto de él.
Aunque sería agradable.
Mi mente se desvió a lugares más placenteros y ni siquiera noté a Nick hasta que él carraspeó para llamar mi atención.
—¿Qué pasa? — pregunté.
Me indicó que entrase.
Me llevó hacia el dormitorio y suspiré disgustada.
Todo estaba patas arriba.
Sólo de pensar en recogerlo de nuevo me daba pereza.
La mujer desagradable se acercó a mí y me enseñó dos pequeños objetos de color marrón.
Los miré confundida.
—Una estaba en la lámpara y otra en una esquina del armario. Son muy buenas. Sea quien sea es alguien adinerado.
—¿Eso son cámaras? — mi confusión dio paso a la curiosidad —. ¡Qué pequeñas!
La policía me miró como si estuviera loca.
Le sonreí.
—Seguiremos registrando el lugar, jefe. — dijo a Nick. — Te avisaremos cuando terminemos.
Nick asintió y volvimos a salir.
Estuvimos en silencio unos minutos, sin saber qué hacer.
—¿Te apetece salir a dar una vuelta? — preguntó Nick finalmente.
Asentí.
Saludé con la mano a la señora Becker, una de mis vecinas, cuando pasé por su lado.
Estaba regañando a Charlie, su hijo de ocho años, quién me miró como si fuera su salvación.
Le alcé el pulgar en una señal de ánimo y Nick y yo nos metimos en el ascensor.
Entonces sonó mi teléfono móvil.
No reconocí el número y se lo mostré a Nick.
El asintió.
—Ponlo en altavoz.
Lo hice y mi corazón se encogió de terror ante la noticia.
No sé trataba del acosador. Al menos no directamente.
Era del hospital.
Daniel estaba allí, y no trabajando, sino como paciente. Le habían disparado.