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El Maestro Encantador

El Maestro Encantador

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor prohibido / Profesor particular / Maestro-estudiante / Diferencia de edad
Popularitas:1.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

Nueva

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 18:

—No es a lo que me quise referir —

aclaré, mientras dejaba el plato vacío en el fregadero—.

Sonia tiene más de sesenta años y mi Decano no pasa de los cuarenta. Quizás le gusten mayores, pero tendrías que preguntarle… aunque sería de muy mala educación. Ni siquiera se conocen.

Mi madre levantó la barbilla con ese aire desafiante que siempre sacaba cuando alguien osaba ponerle límites.

—Pero ya probó mi comida, eso es un gran avance —

afirmó con convicción—.

Y nada pierdo con preguntarle. Puede que sea joven, pero no hay peor diligencia que la que no se hace.

Negué con la cabeza, medio divertida, medio exasperada.

—Como tú quieras, mamá, pero no me metas en tus planes. Hazlo por tu propia cuenta.

—Eres una aguafiestas, mala hija —

replicó dramatizando, con una mano en el pecho como si la hubiera herido—.

Pero te voy a demostrar que tu madre es una experta uniendo personas.

Sonreí al verla tan confiada en su papel de cupido de barrio y me retiré hacia mi habitación.

—¡Ahorita bajas a comer! Tu padre no demora en llegar. Quiero que estemos los tres en la mesa —

me gritó desde la cocina.

—¡Ok, madre! —

respondí, aunque ya estaba cerrando la puerta de mi cuarto.

Encendí la laptop y revisé las actividades que debía entregar.

No eran muchas, así que logré terminarlas rápido.

Luego reuní la ropa sucia y la llevé al cuarto de lavado, puse la lavadora en marcha y justo entonces escuché la voz de mamá llamándome de nuevo.

—¡Tu papá ya llegó!

Suspiré, me limpié las manos en el pantalón y fui hacia la cocina.

Él estaba entrando, con su habitual porte cansado, desprendiendo todavía el aroma a cemento y polvo de obra.

Mi madre ya tenía la mesa lista:

tacos de birria humeantes, el consomé servido en tazones profundos y las guarniciones en platos pequeños.

Me adelanté para ayudarle a pasar la bandeja principal con los tacos mientras mi mamá terminaba de cortar unos limones.

Papá se sentó, se frotó las manos con un entusiasmo infantil y se relamió los labios al ver la comida servida.

—¡Esto es vida! —

dijo con una sonrisa amplia, antes siquiera de probar bocado.

Yo lo observé de reojo y pensé en lo curioso que era:

mi madre conspirando con sus ideas de casamentera y mi padre feliz con solo tener un plato de tacos frente a él.

“Si supiera que su vecino no es cualquier vecino…”

pensé, pero me guardé el comentario.

No quería más preguntas, ni mucho menos ver cómo mamá aprovechaba para sacar más teorías sobre el Decano.

—Amore della mia vita, ¿me quieres enamorar más? —

le dijo mi papá a mi mamá mientras le servía más consomé en su plato.

Ella sonrió con ese brillo en los ojos que solo le pertenece a quienes aman de verdad.

Un nudo me apretó la garganta.

¿Y yo?

—pensé—.

¿Tendré algún día a alguien que me mire así, con esa ternura, con esa certeza de que el amor puede resistir los años?

La nostalgia me golpeó tan fuerte que tuve que concentrarme en la comida para no derramar lágrimas frente a ellos.

Cenamos en un ambiente cálido, lleno de bromas de mi padre y las típicas ocurrencias de mi madre.

Cuando terminamos, me levanté de la mesa y fui a revisar la ropa que había puesto en la secadora.

Ya lista, la llevé a mi cuarto y comencé a doblarla cuidadosamente, organizando prenda por prenda dentro del clóset.

Desde el día del incidente, esa rutina se volvió parte de mi vida.

Antes, mi mamá siempre insistía en lavar mi ropa, decía que todavía tenía tiempo de consentirme.

Pero aquel día, cuando llegué con el pantalón manchado de sangre, tuve que mentirle.

Le dije que ya era hora de hacerme cargo de mis propias prendas, que quería ser más independiente.

No era del todo mentira…

pero tampoco la verdad.

Ese pantalón…

pensé mientras abría con cuidado el cajón inferior de mi armario.

No podía botarlo.

Mi madre lo había recibido de mi abuela, un regalo bordado a mano con paciencia infinita, con historias guardadas entre las hebras de hilo.

Después, ella me lo confió a mí, orgullosa de que lo llevara puesto.

Lo guardo al fondo, oculto como un secreto que me quema por dentro.

No me atrevo a mirarlo, pero tampoco puedo deshacerme de él.

Es como una cicatriz material, un recordatorio de lo que ocurrió y de lo que sigo cargando en silencio.

Suspiré, cerré el clóset y me acosté temprano.

El descanso era necesario.

Me levanté incluso antes de que el despertador sonara.

El cielo todavía estaba teñido de azul oscuro y las calles silenciosas.

Hoy debía llegar al campus antes de que el sol despuntara.

Se realizarían las competencias deportivas interfacultades y, aunque no me gusta socializar ni pasar tiempo en grupos grandes, el fútbol siempre fue mi refugio.

Me gusta la sensación del balón rodando bajo mis pies, la libertad de correr sin pensar, sin recordar.

En la cancha no hay miedos, no hay pasado, solo el presente:

el sonido de mis compañeros, la adrenalina de la competencia y el gol que puede cambiarlo todo.

Formo parte del equipo de la Facultad de Arquitectura, y esta mañana nos enfrentaríamos a las demás facultades.

Nervios y emoción se mezclaban en mi pecho.

Era uno de los pocos momentos en que me sentía parte de algo, como si las sombras que arrastraba quedaran suspendidas en el aire cada vez que sonaba el silbato inicial.

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