una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
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La Llegada a la Universidad y el Inicio de la Competición: Un Duelo Silencioso
Al llegar al vibrante campus de la Universidad de Abogacía en Sevilla, la atmósfera era electrizante. Una mezcla palpable de excitación nerviosa, competitividad latente y una concentración intensa flotaba en el aire matutino. Julián, con su distintivo cabello rubio dorado que parecía capturar y reflejar cada rayo de sol andaluz, destacaba sin esfuerzo entre la multitud de estudiantes que, como ríos impetuosos, confluían hacia los distintos edificios. A mi lado, a pesar de mi elección deliberada de ropa sencilla y formal, que buscaba la discreción y la practicidad, sentía las miradas curiosas detenerse en mis ojos verdes, que, de alguna manera, parecían absorber la luz y reflejar una determinación silenciosa, una quietud innata que contrastaba con el bullicio que me rodeaba. Era una sensación extraña, ser notada por mi naturalidad en un entorno donde muchos parecían esforzarse por seguir las últimas tendencias y exhibir una imagen calculada.
Al bajar del coche de Julián, la energía del campus nos envolvió por completo. Nos dirigimos juntos, con paso decidido pero la conversación contenida, hacia el Salón de Actos, el epicentro de la jornada, donde se llevarían a cabo las primeras y cruciales pruebas de las Olimpiadas Internas de Abogacía. El amplio espacio estaba dividido de forma meticulosa y organizada: una sección de asientos en las primeras filas estaba reservada, casi sagrada, para los estudiantes que participaríamos en la competición, mientras que el resto del auditorio se llenaba gradualmente con otros estudiantes curiosos y, por supuesto, los siempre imponentes profesores, todos ansiosos por presenciar el inicio de este evento tan esperado y definitorio.
Para asegurar la transparencia absoluta del proceso y evitar cualquier atisbo de favoritismo o suspicacia, la identidad de los miembros del jurado se mantenía en completo y estricto secreto. Solo sabíamos, por comunicación oficial, que estaría compuesto por varios profesores titulares de la facultad, de reconocido prestigio, y tres exalumnos destacados de la carrera de Abogacía, cuyas trayectorias profesionales eran ya motivo de admiración y un espejo para muchos de nosotros. Esta incógnita, este velo de misterio sobre quién nos evaluaría, añadía un elemento extra de tensión y un respeto casi reverencial a la competición.
Cada participante buscó su lugar asignado en la sección designada, el aire vibrando con la anticipación. Alexia, en su rol de presidenta del centro de estudiantes, asumió el escenario con una confianza innata. Su presencia era imponente, su figura alta y estilizada destacando bajo los focos. Su voz, perfectamente modulada, resonaba con seguridad y carisma al dar inicio formal a las Olimpiadas. Su discurso, perfectamente elaborado y pronunciado con una elocuencia impecable, capturó la atención de todo el auditorio, tejiendo palabras de ánimo y la importancia del evento. Como siempre, Alexia se destacaba, irradiando esa confianza y liderazgo que la hacían tan popular y, a veces, tan intimidante.
Las pruebas comenzaron con una puntualidad impecable, una sucesión ininterrumpida de desafíos teóricos y prácticos que ponían a prueba no solo nuestros conocimientos adquiridos, sino también nuestra capacidad de argumentación lógica, nuestra agilidad mental y nuestro temple bajo la presión de un reloj implacable. Las horas se deslizaron con una rapidez vertiginosa, inmersos en la resolución de complejos casos hipotéticos, el análisis minucioso de extensos textos legales y la simulación de juicios abreviados donde cada palabra contaba. La concentración en la sala era máxima, palpable, y el silencio solo se rompía por el suave susurro de las hojas al ser volteadas, el clic ocasional de un bolígrafo y las indicaciones concisas y autoritarias de los organizadores del evento.
Durante la tensa jornada de la mañana, con Julián, nuestro contacto fue mínimo. Solo pudimos cruzar algunas palabras fugaces, casi secretas, entre prueba y prueba: una mirada cómplice de aliento, una breve frase de ánimo murmurada al pasar, un gesto de "todo irá bien". El ritmo implacable de la competición no permitía distracciones prolongadas, y la presión era inmensa. Cada uno de nosotros estaba enfocado, con la mente fija en dar lo mejor de sí mismo.
Finalmente, llegó la hora del almuerzo, un breve pero muy necesario respiro en medio del agotador día. La cafetería universitaria se convirtió de inmediato en un hervidero de estudiantes, el aire lleno de voces que comentaban las pruebas matutinas, el rendimiento de los compañeros y la incertidumbre de los resultados. Julián y yo nos encontramos, casi por instinto, en una mesa apartada, buscando un poco de calma en el caos, disfrutando de un merecido descanso y la posibilidad de una conversación más extensa. Fue en ese instante, mientras compartíamos un sándwich rápido y una bebida refrescante, que Alexia hizo su aparición, materializándose a nuestro lado como si hubiera surgido de la nada.
Se acercó a nuestra mesa con su séquito habitual de seguidores, una especie de aura de popularidad que la precedía. Su sonrisa habitual, aquella que solía proyectar amabilidad y confianza, no alcanzaba a ocultar un brillo gélido, casi imperceptible, de frialdad y fastidio en sus ojos verdes intensos.
Alexia: (Con un tono de voz que pretendía ser casual y despreocupado, pero que llevaba un filo evidente, una intención subyacente de desdén) "Azul, qué sorpresa verte por aquí. La verdad, no sabía que también tenías tiempo para estas 'actividades extracurriculares', con lo ocupada que pareces estar siempre... en otros menesteres."
Su mirada, rápida y escrutadora, recorrió mi ropa sencilla, sin adornos, antes de detenerse con una leve y descarada burla en mi plato, como si mi elección de comida también fuera digna de escrutinio.
Azul: (Intentando mantener la compostura, la voz firme a pesar de la punzada que sentía, sin dejarme intimidar por su condescendencia) "Hola, Alexia. Sí, me pareció una buena oportunidad para poner a prueba mis conocimientos y, sobre todo, para aprender de la experiencia de competir. Creo que es valioso."
Alexia: (Con una sonrisa forzada que apenas movía los músculos de su boca, sus ojos verdes fijos en los míos con una intensidad calculada) "Claro, 'aprender'. Aunque debo admitir que algunos de nosotros estábamos un poco... sorprendidos de verte inscrita. Considerando que este tipo de competiciones suelen ser bastante exigentes, ¿sabes? Requieren una preparación muy específica y un compromiso que, para los recién llegados, a veces es difícil de dimensionar."
Su tono, cargado de doble sentido, insinuaba claramente que dudaba de mis capacidades y que mi participación era una especie de intrusión insolente en un ámbito que ella, de alguna manera, consideraba su territorio exclusivo o el de su selecto grupo. La palabra "recién llegados" flotó en el aire con una connotación que no me gustó nada.
Julián: (Interviniendo con una amabilidad que, aunque suave, era firme y protectora, su mano brevemente en mi brazo, un gesto de apoyo) "Todos los que estamos aquí, Alexia, tenemos el mismo derecho a participar, sin importar el año o la procedencia. Y Azul es una estudiante increíblemente aplicada y capaz. Lo ha demostrado en cada clase."
Alexia dirigió una mirada fría y desaprobatoria hacia Julián, una mirada que no pasó desapercibida para mí. Volvió a mí, su sonrisa aún tensa, sus ojos verdes ahora con un brillo más incisivo.
Alexia: "Por supuesto. Solo decía que la competencia es fuerte este año, nada más. Algunos llevamos mucho tiempo preparándonos para esto. Espero que disfrutes la experiencia, Azul, y que no te frustres si los resultados no son lo que esperas."
Con estas palabras ambiguas, cargadas de una mezcla de falsa cordialidad y una amenaza velada, y una última mirada cargada de significado y superioridad, Alexia se despidió con un movimiento de cabeza, rodeada de sus amigos que la seguían como una estela. Nos dejó con un silencio incómodo, cargado con el peso de su malestar. Su intento de desestabilizarme, de minar mi confianza, había sido sutil pero evidente. Sin embargo, la breve pero significativa intervención de Julián, su gesto de apoyo incondicional y la certeza de que él estaba allí, a mi lado, creyendo en mí, me dieron la fuerza necesaria para restarle importancia a sus comentarios venenosos. Decidí, una vez más, enfocarme en lo verdaderamente importante: el desafío de las Olimpiadas y mi propio crecimiento académico. No iba a permitir que la envidia de otros opacara mi luz.
De vuelta al imponente Salón de Actos, la atmósfera, que ya era de por sí tensa, se cargó aún más con el murmullo expectante de los estudiantes y la solemnidad de los profesores. Las pruebas de la mañana habían sido extenuantes, y todos esperábamos con ansiedad los resultados provisionales, la primera criba para las anheladas Olimpiadas Nacionales.
El Decano de la Facultad, una figura de autoridad y respeto, se situó en el podio. Su voz grave y pausada resonó por el auditorio, capturando la atención de cada persona presente.
Decano: "Estimados estudiantes, distinguidos profesores, sean todos bienvenidos de nuevo a este venerable Salón de Actos. Hemos concluido la fase de pruebas iniciales de nuestras Olimpiadas Internas de Abogacía, y los resultados, como siempre, han reflejado el altísimo nivel académico de nuestra institución."
Hizo una pausa dramática, recorriendo con la mirada a la audiencia.
Decano: "Sin embargo, en esta ocasión, nos encontramos ante una situación... singular. Algo que no ocurría en nuestras Olimpiadas desde hace mucho, mucho tiempo, casi décadas. Tras una revisión exhaustiva de las puntuaciones, dos de nuestros estudiantes han alcanzado un desempeño prácticamente idéntico, con una puntuación excepcional de 9.98. Un resultado casi perfecto, un verdadero testimonio de su brillantez y dedicación."
Un murmullo de asombro recorrió la sala. Un 9.98 era una proeza.
Decano: "Por lo tanto, para dirimir este empate técnico y con el fin de seleccionar al representante más completo para las fases nacionales, la Facultad ha decidido, por primera vez en mucho tiempo, recurrir a un formato adicional: un debate público y argumentativo. Este debate versará sobre un caso que, aunque ya resuelto y archivado, sigue siendo un referente en el estudio del Derecho Civil y Procesal en nuestra universidad, por su complejidad y las ramificaciones éticas que planteó."
El Decano hizo una nueva pausa, y la anticipación en el aire era casi insoportable. Los estudiantes se inclinaban hacia adelante en sus asientos, ansiosos por conocer el caso.
Decano: "El caso a debatir es el tristemente célebre 'Caso El Nido del Cuervo', un asunto emblemático de herencias complejas y disputas de propiedad intelectual en el ámbito familiar. Un caso donde la letra de la ley se enfrentó directamente a la interpretación de la voluntad testamentaria y a las acusaciones de influencia indebida, con una cadena de decisiones judiciales que generaron un profundo debate en su momento sobre la autonomía de la voluntad y los límites de la intervención judicial en asuntos privados. Deberán argumentar a favor o en contra de la última sentencia emitida, utilizando los principios jurídicos pertinentes."
Un suspiro colectivo se extendió por el salón. El "Caso El Nido del Cuervo" era, en efecto, conocido por su intrincado laberinto legal y moral.
Decano: "Cada una de las estudiantes contendientes tendrá la oportunidad de seleccionar a un compañero de la facultad para que la ayude en la preparación de este debate. Contarán con exactamente dos horas a partir de este momento para investigar, estructurar sus argumentos y preparar su estrategia. El resto de los estudiantes y profesores podrán tomar un breve descanso y regresar al Salón de Actos para presenciar el debate, que comenzará en dos horas y media."
La tensión era palpable. Todos esperaban los nombres.
Decano: "Las estudiantes que han alcanzado este casi excelente puntaje de 9.98 y que se enfrentarán en este debate final son..."
La pausa fue eterna. Sentí mi corazón martillear en el pecho. Mis manos sudaban.
Decano: "... la señorita Alexia Porta..."
Un estruendo de aplausos y vítores estalló en el Salón de Actos. Las primeras filas, donde se sentaban los más populares y los amigos de Alexia, vibraron con entusiasmo. Alexia, con su habitual gracia y seguridad, se puso de pie, saludando con una sonrisa confiada y un gesto de agradecimiento. Era la favorita, la líder, la que todos esperaban ver brillar.
Decano: "... y la señorita Azul López."
En ese momento, el Salón de Actos se sumió en un silencio atónito, casi sepulcral. Fue como si un interruptor hubiera apagado todo el ruido. Un murmullo de sorpresa, casi incredulidad, comenzó a extenderse. Algunos compañeros giraron la cabeza para mirarme, sus rostros reflejando una mezcla de asombro y quizás, para algunos, resentimiento. No hubo aplausos efusivos, no hubo vítores. Solo una sorpresa tan profunda que se tradujo en un silencio abrumador.
Mi mente se quedó en blanco. Mi nombre, mi puntaje, la magnitud de lo que acababa de anunciar el Decano… todo me golpeó a la vez. Mis piernas flaquearon. Sentí que el mundo giraba a mi alrededor, una punzada de vértigo. Estaba a punto de caer.
Fue entonces cuando la mano cálida y firme de Julián se posó en mi brazo. Al instante, supe que estaba a mi lado. Él, siempre atento, siempre presente, había percibido mi desequilibrio. Sus ojos negros, que me miraron con una mezcla de orgullo y preocupación, fueron mi ancla en ese momento de conmoción. Con una discreta presión, me sostuvo, evitando que mi cuerpo cediera a la incredulidad que me invadía. Me ayudó a incorporarme, susurrándome un "felicitaciones, lo lograste" que solo yo pude oír.
Alexia, desde su posición, me dedicó una mirada de fría incredulidad antes de transformarla en una sonrisa forzada. El desafío estaba lanzado. Y, a pesar de la sorpresa y la tensión, una chispa de determinación se encendió en mí. No era solo un debate; era una oportunidad para demostrar que, más allá de los prejuicios, mi lugar en esa universidad era más que merecido.