Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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Héroe.
—Por favor, ayúdenme… me duele la espalda, me golpeé la cabeza… —suplicó el hombre con voz quebrada.
—¿Señor, siente las piernas? —preguntó uno de los rescatistas.
Diana escuchó con atención.
—No… no las siento… —La respuesta heló el ambiente. Los paramédicos de inmediato limpiaron sus brazos y le colocaron una infusión, mientras terminaban de extraerlo completamente.
El trabajo de Dante estaba hecho, al igual que el de Diana. La joven, empapada y cubierta de barro, nunca perdió la esperanza.
De repente, sintió que alguien la abrazaba por la espalda.
—Salgamos de aquí… —susurró Dante al oído.
Diana se giró y lo miró a los ojos.
—Tengo mucho frío… —titubeó al hablar. Fue hasta entonces que sintió dolor en cuerpo.
—No tenías que hacerlo… debí dejarte en el auto, ahí al menos hubieras estado caliente.
—No soy tan inhumana. Si está en mis manos salvar una vida, lo haré… —respondió bajando la cabeza. Y pensó, con un nudo en el pecho: A mi hijo nadie lo pudo ayudar…
Justo en ese momento, vio la mano de Dante extendida frente a ella.
—Subamos. A Carlos lo sacarán pronto.
En los noticieros no solo se hablaba del accidente, sino también de la ardua labor realizada por los mismos señores Linares.
Sin darse cuenta, Dante quedó como verdadero héroe. Los periodistas tuvieron que retractarse de lo que dijeron, las acciones son las que hablan, y Dante los dejó boquiabiertos.
Cada segundo fue captado por los periodistas. El mundo entero vio su esfuerzo.
—Esa es mi hija… —decía Arturo con orgullo, pegado a la pantalla.
—Diana siempre fue así, una guerrera. Su esposo está a su altura, no como el niñito de Cristóbal. Él nunca se ensució las manos… —comentó Griselda, madre de Diana.
Otra que también seguía la transmisión era Antonella. Sonrió al ver que su nieto nunca se rindió.
Es el líder que la compañía necesitaba… no me equivoqué con él, pensó la mujer.
Pero no todos estaban a gusto con la noticia.
Alejandro apagó la pantalla justo cuando la camilla subía a Carlos.
—¿Qué pretende Dante con esto? Se hizo el héroe frente a todos… esto lo deja muy en alto… —masculló, enfadado.
Dante, por su parte, se dirigía al auto cuando Rosalba se paró frente a él y le entregó un paquete.
—No sé si puedan usar los baños de los trabajadores. No son lujosos, pero ellos mismos los habilitaron para cambiarse.
—Gracias —respondió Dante, tomando el paquete. Caminó junto a Diana hasta el lugar.
—Ve tú primero —le indicó con gentileza.
Mientras Diana entraba al baño, Dante revisó la bolsa buscando ropa para ella, pero no había nada.
Frunció el ceño y miró a su asistente. ¿Por qué, si fue por ropa para mí, no trajo nada para Diana?
Más tarde resuelvo con ella, pensó, sacando su camiseta. Luego se acercó a la puerta y le dijo.
—Diana, aquí tengo la toalla… pero esa tonta de Rosalba no trajo nada para ti. Puedes usar mi camisa al menos no está mojada.
Pensó que le quedaría como un vestido, quizás más largo que el que llevaba puesto.
—No me extraña… —respondió Diana desde dentro.
—¿Qué dijiste? —preguntó él, sin oírla bien.
—Nada, eso está bien. Mi vestido se arruinó…
Dante le dejó la toalla y la camisa, luego esperó afuera.
Minutos después, Diana salió. Dante la miró y entrecerró los ojos.
—Es mi turno… pero no quiero que te muevas de aquí. Espera hasta que yo salga.
Ella asintió. No tenía prisa. La noche ya estaba por caer, y todos sus planes se habían arruinado, al igual que sus uñas y sus manos.
Lo cierto es que las miraba con algo de nostalgia cuando Dante salió todavía contemplaba sus manos.
—Te quedó lindo el manicure… —comentó él.
—No te burles… no me arrepiento, pero mis uñas no lo soportaron. Se arruinaron por completo. dijo con nostalgia.
En ese momento, Dante la cubrió con su abrigo.
—Así estás mucho mejor…
Él no la dejó irse así, ya que la camiseta era blanca y podía ver los pezones de la chica. Evidentemente, no permitiría que nadie más la viera.
—¿Pero tú saldrás así, con el pecho descubierto? —preguntó Diana, algo sorprendida.
—Soy hombre. No me avergüenza mostrar el pecho, pero tú eres una chica —dijo, señalando su torso—. Cierra el abrigo para que no muestres de más.
Diana se percató entonces de que la tela no la cubría del todo. Se volteó con prisa, sonrojada.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Pensé cargarte hasta el auto… pero tampoco llevas nada debajo. Si te cargo, mostrarías aún más. Es mejor así.
—Gracias —susurró Diana.
Ambos volvieron al auto. Al subir, Diana sintió el asiento como un trono. Le dolía cada parte del cuerpo. Pensó en cerrar los ojos y dormir, pero no pudo hacerlo, porque a su lado, Dante gritó:
—¡Rosalba! Si fuiste hasta mi casa por mis cosas, ¿por qué no trajiste nada para Diana?
Desde el asiento, Rosalba volteó, perpleja.
—Señor… realmente me sorprendí cuando regresé y vi que ella también estaba sucia. Además… yo trabajo para usted… El mensaje que envió con su respuesta fue tan claro que Dante se enojó aún más.
—¿Cómo? —la interrumpió Dante, enfadado.
El conductor, desde el volante, pensó: Oh-oh… aquí viene… Reinaldo presintió lo que venía a continuación.
—¿Qué quieres decir? ¿Que mi esposa no es nadie para usted? Déjeme decirle algo: ella también es su jefa. Si necesita algo, su deber es estar para Diana también.
A su lado, Diana lo miró sorprendida.
Dante le había confesado su odio, sí… pero también le dejó claro que, ante el mundo, debían parecer un matrimonio normal. Y que a ella le correspondía su lugar. El lugar que ahora le está dando y haciendo respetar.