Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
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CAPITULO 17
Las sirenas de la policía comenzaron a sentirse cerca, los disparos fueron cesando para cuando el joven de ojos grises había sacado a Alexa por el costado hasta la puerta de salida al patio trasero.
Axel ya había sido informado del atentado en contra de su hija y este había hecho los neumáticos de su auto sacar humo mientras conducía hasta el instituto.
—Ya está pasando. Tranquila —susurró el chico cuando se aseguró de que estaban fuera de la cafetería—. ¿Quieres llamar a alguien? —le preguntó él y ella asintió.
Con manos temblorosas sacó su móvil y marcó el número de su padre.
—¡¿Dónde estás, hija mía?! —tronó la voz de Axel al otro lado de la línea, justo para ese momento estaba estacionando frente al edificio.
—En el patio trasero, papá —dijo ella—. Estoy bien.
No tardó nada cuando Axel sintió que el aire volvía a entrar a sus pulmones con facilidad al cruzar el terreno corriendo y ver a su hija sentada con las piernas flexionadas y la cara llena de lágrimas.
El chico se apartó por acto reflejo dejando que el padre la tomara en brazos y la estrechara contra él.
—Ya pasó, mi pequeña —le susurraba él mientras no dejaba de estudiar su rostro.
—El... Él me salvó, papá —dijo ella con calma cuando se separó un poco de este—. Gracias a él estoy bien.
Los ojos oscuros de Axel se encontraron con los del chico que se pasaba las manos por el cabello.
—Gracias —dijo este extendiendo la mano hacia el joven quien la estrechó mientras asentía con la cabeza—. Estoy en deuda contigo.
—No se preocupe, señor —dijo él con respeto.
—¿Tú estás bien? —preguntó Axel y el joven asintió—. Puedo pedirle a mis guardias que te acerquen a donde quieras.
—No es necesario, puedo irme solo —aseguró.
Bajo la mirada curiosa y expectante de todos los jóvenes que yacían dispersos en el campus luego de que la balacera se acabara y dieran por muertos a los que habían hecho el ataque.
Alexa caminaba junto a su padre quien la rodeaba con un brazo mientras los guardias los seguían y el resto se quedaba a dar parte a la policía que había llegado.
Con una mirada intensa fija en los ojos grises del chico que estaba junto a un Ferrari rojo, ella se metía al auto de su padre con la respiración un poco más calmada.
El motor del auto rugió con fuerza mientras Axel aceleraba alejándose del instituto, con Alexa a su lado, aún temblorosa pero intentando recomponerse. El aroma a pólvora y el eco de las sirenas se desvanecían en la distancia, pero la tensión en el aire era palpable. Axel mantenía una mano en el volante y la otra sobre el hombro de su hija, un gesto protector que intentaba transmitir calma, aunque su mente bullía de furia contenida.
—¿Estás segura de que estás bien, mi amor? —preguntó él, su voz ronca por la adrenalina, lanzando miradas rápidas al retrovisor para asegurarse de que los guardias los seguían de cerca.
Alexa asintió, secándose las últimas lágrimas con el dorso de la mano. Sus ojos azules, ahora enrojecidos, se perdieron en el paisaje urbano que pasaba veloz por la ventanilla. El recuerdo del chico de ojos grises la invadía: su agilidad al tirarla al suelo, la forma en que la había arrastrado sin dudar, protegiéndola con su propio cuerpo. ¿Quién era él? ¿Por qué había actuado tan rápido, como si supiera exactamente qué hacer en una situación así?
—Papá... ese chico... —murmuró ella, rompiendo el silencio—. Me salvó la vida. No sé ni cómo se llama.
Axel frunció el ceño, recordando el breve encuentro. El joven había sido educado, pero había algo en su postura, en esa mirada evasiva, que no le cuadraba del todo. No parecía un estudiante común; su respuesta calmada ante el caos, la forma en que rechazó la oferta de los guardias... Axel había visto suficiente en su vida para reconocer cuando alguien ocultaba algo.
—Lo averiguaré —dijo con determinación, sacando su teléfono con una mano mientras conducía—. Jhirot ya está en camino al instituto. Quiero saber todo sobre él: nombre, familia, antecedentes. Nadie se acerca a ti sin que yo lo sepa.
Alexa se mordió el labio, sintiendo una mezcla de gratitud y curiosidad. Por primera vez en días, el miedo al mensaje anónimo parecía diluirse un poco, reemplazado por el enigma de su salvador. Pero sabía que su padre no descansaría hasta tener respuestas. Y en el fondo, ella tampoco.
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Mientras tanto, en el estacionamiento del instituto, el chico de ojos grises —conocido como Montalvo parpara quienes lo conocían de verdad— se apoyaba contra el capó del Ferrari rojo, fingiendo indiferencia mientras la policía acordonaba la zona. Su sudadera oscura estaba rasgada en un hombro por un fragmento de vidrio, y un corte superficial le sangraba en la mejilla, pero no le prestaba atención. Sacó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió con manos firmes, inhalando profundamente para calmar el pulso acelerado.
"¿Qué demonios fue eso?", pensó, exhalando el humo hacia el cielo nublado. No era la primera vez que oía disparos —su vida no había sido precisamente pacífica—, pero intervenir así, exponerse... Había sido un impulso. Esos ojos azules de la chica, llenos de pánico, lo habían golpeado como un puñetazo. Alexa. El nombre resonaba en su mente.
Uno de los guardias de ella se acercó, con expresión suspicaz, pero él lo ignoró, subiéndose al auto con un movimiento fluido. El motor rugió al encenderse, y se alejó antes de que pudieran interrogarlo. No necesitaba más complicaciones; su familia ya tenía suficientes enemigos en esta nueva ciudad. Pero algo le decía que esto no había terminado. Lejos de eso.
En la oscura habitación de antes, el hombre del bastón observaba una pantalla que transmitía en vivo las noticias del tiroteo. Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro arrugado.
—Cerca, pero no lo suficiente —murmuró, golpeando el suelo con el bastón—. La próxima vez, Axel, no fallaremos. Tus hijos pagarán por tu culpa.
La alianza entre enemigos se tejía en las sombras, y la familia Al Jaramane, sin saberlo, se adentraba en una tormenta que pondría a prueba cada lazo de sangre.
....
Los días siguientes transcurrieron en una calma tensa. Alexa regresó a clases bajo una vigilancia aún más estricta: dos guardias adicionales, un chofer que la seguía a todas partes, y un dispositivo de rastreo en su teléfono que su padre revisaba obsesivamente. Anna, al enterarse del atentado, había insistido en que se quedara en casa, pero Axel sabía que aislarla solo la haría más vulnerable. "La vida continúa", le había dicho, aunque en su interior la culpa lo carcomía.
En la mansión, la cena familiar esa noche fue silenciosa. Aimara y Aithana lanzaban miradas preocupadas a su hermana, mientras Axel la abrazaba y su padre explicaba lo sucedido con palabras medidas, omitiendo los detalles más crudos. Pero Alexa no podía dejar de pensar en quien la salvo. Al día siguiente, en el instituto, lo vio de nuevo: sentado en la última fila, con esa expresión de fastidio eterno. Sus ojos se cruzaron por un segundo, y él inclinó la cabeza ligeramente, como reconociendo el secreto compartido.
—Gracias —articuló ella en silencio, antes de que el profesor entrara.
Él no respondió, pero una chispa de algo —curiosidad, quizás— brilló en sus ojos grises.
Axel, por su parte, recibió el informe de Jhirot esa misma tarde. Elam Montalvo: hijo de un empresario con conexiones dudosas, recién llegado a la ciudad, sin antecedentes penales pero con un historial familiar que olía a problemas. "Podría ser un aliado... o un riesgo", advirtió Jhirot.
Axel asintió, guardando el archivo. La presión en su pecho crecía. Sabía que el verdadero enemigo acechaba, y ahora, con este chico en la ecuación, las piezas del tablero se movían de formas impredecibles.