❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Entre el deseo y el miedo.
Sylarok, viendo la expresión totalmente desbordada de Celeste, decidió actuar de manera más… directa para calmarla.
Sin previo aviso, se inclinó hacia ella y, con una rapidez que la dejó sin aliento, la besó suavemente en los labios. Un beso corto, pero lo suficientemente cercano como para que su corazón diera un vuelco. El calor que recorrió su cuerpo la hizo sentir una descarga eléctrica, como si cada célula estuviera completamente alerta.
—Cálmate —dijo él, su voz grave resonando con una mezcla de ternura y diversión—. Relájate un poco, ¿de acuerdo? Yo solo quiero desayunar tranquilo. El beso impedirá que te transformes por el momento—miente divertido.
La besó una vez más, esta vez en la frente, como si fuera un gesto protector, mientras sus manos descansaban en su cintura. Celeste se quedó allí, sin saber si debía decir algo o simplemente desmayarse por la intensidad de lo que acababa de ocurrir. Sin embargo, todo su cuerpo reaccionaba de forma opuesta a lo que su mente trataba de procesar.
Él la soltó y se acomodó en la silla nuevamente, con su taza de té en mano, como si nada hubiera pasado, como si fuera el acto más normal del mundo.
Celeste, por otro lado, no podía moverse. Se quedó allí de pie, con las mejillas ardiendo, completamente sonrojada. Su piel estaba tan roja como un tomate maduro.
—¿Seguro que quieres que te explique? —pregunta él, sonriendo con descaro, mientras la observaba por encima de la taza.
¿Cómo se supone que iba a desayunar ahora sin explotar de nervios? Todo en ella quería salir corriendo, pero en lugar de eso, se quedó parada como una estatua.
—¿Qué… qué fue eso? —murmura, con su voz un susurro tembloroso—¿realmente funciona así?
—Fue un beso. — él levanta una ceja, divertido—. ¿No te gusta?
Celeste pensó que si fuera posible morir de vergüenza, lo habría hecho en ese preciso instante. Estaba tan roja que parecía que su rostro iba a explotar en cualquier momento.
—No es eso… ¡Es que…! —no podía ni encontrar palabras. Sus pensamientos eran un caos. Se llevó las manos al rostro, tratando de esconder lo que sentía.
Él simplemente rió, sin malicia, disfrutando de cómo se ponía tan nerviosa. La miró con ternura, como si fuera la criatura más adorable que hubiera visto.
—Relájate, Celeste. No pasa nada. — él le da una sonrisa tranquilizadora, aunque había un brillo en sus ojos que indicaba que estaba disfrutando enormemente de la situación. Por alguna razón, le fascinaba ver a Celeste tan… vulnerable.
Finalmente, ella no pudo soportarlo más. Se dio media vuelta y salió corriendo de la cocina, más nerviosa que una hoja arrastrada por el viento. Cada paso que daba sentía que el suelo temblaba debajo de sus pies. No sabía qué era peor: lo que acababa de pasar o la sensación de que todo eso era como un sueño que no sabía si quería que fuera real o no.
Se metió a su habitación, cerró la puerta detrás de ella, y se dejó caer sobre la cama. La confusión la inundaba, y su cuerpo seguía palpitando como si acabara de correr un maratón.
—¡¿Por qué dijo eso?! —exclama en voz alta, agarrándose el rostro con las manos. No podía dejar de pensar en cómo se había sentido su piel contra la suya, cómo había latido su corazón a mil por hora, cómo su estómago había hecho un nudo de nervios.
Y entonces, un pensamiento le atravesó la mente como un rayo.
—¿Qué pasa si él realmente es un dragón y por haber estado con el me salen alas y cola? ¿Y qué pasa si todo esto no es un sueño, sino una pesadilla que va a llevarme a un lugar del que no quiero salir?
Pero la idea de que había estado tan cerca de él, tan vulnerable y tan… deseada, la hacía sentirse al mismo tiempo asustada y… extrañamente emocionada.
Y en medio de su confusión, la voz de Sylarok resonó en su mente: "Cálmate".
—¡No puedo calmarme! —se dijo, volviendo a tumbarse en la cama y mirando al techo, sintiendo cómo su corazón seguía acelerado.
En la cocina, Sylarok no podía dejar de sonreír, sintiendo que, aunque ella lo negara, algo había cambiado entre ellos. Algo grande.
Aunque su tono había sido suave y tranquilo, en su interior una energía más salvaje se había despertado. El beso, el toque, el simple hecho de tenerla cerca, lo estaba volviendo loco.
Pero no, no quería apresurarse. Celeste tenía que decidir por sí misma qué quería. Solo esperaba que lo que estaba pasando entre ellos fuera tan real como los escurridizos brillos dorados de su piel.
—No se va a ir tan fácil —pensó, mientras tomaba otro sorbo de té.
Después de todo, no había nada más que él quisiera conocerla, más allá de lo que ella pensaba sobre él. Y, con el tiempo, iba a demostrarle que no era solo un dragón. Era más que eso.
Pero por ahora, disfrutaría de la confusión en sus ojos, de la ansiedad en su rostro… y de lo inevitable: que, de alguna manera, ambos ya estaban atrapados en algo mucho más grande de lo que podían entender.
Ryujin entró a la cocina sin hacer ruido, como si se deslizara con la brisa matutina. Llevaba puesta una túnica oscura, su cabello perfectamente peinado —como siempre— y una expresión que ya anunciaba intromisión. Sylarok, sentado con su taza de té entre las manos y una sonrisa indescifrable en los labios, ni se inmutó ante su llegada.
—Bonito espectáculo acabas de dar —comentó Ryujin mientras tomaba asiento frente a él y se servía una taza del mismo té—. ¿Era necesario tanto dramatismo tan temprano? Dile la verdad que te dejo con el deseo y que no la hiciste tuya.
Sylarok solo se encogió de hombros, dándole un sorbo a su taza con la parsimonia de quien no tiene culpa de nada.
—Ella estaba alterada. Necesitaba calmarla.
—¿Y pensaste que meterle la lengua en la boca era la solución? —soltó Ryujin, levantando una ceja—. Interesante estrategia. ¿También vas a aplicarla cuando se enfade contigo porque dejaste la tapa del baño levantada?
Sylarok soltó una leve carcajada, dejando la taza sobre la mesa.
—Fue un beso. Pequeño. Inofensivo.
—Claro. Porque nada dice “calma” como besar a una humana confundida que no sabe si va a crecerle una cola después del desayuno —replicó Ryujin con sarcasmo—. Mira, no quiero ser el metiche de turno…
—Pero ya lo estás siendo —interrumpió Sylarok con una sonrisa torcida.
—Exacto, y con gusto —Ryujin se cruzó de brazos—. Escúchame bien: si vas a jugar al gato y al ratón con esa chica, te saldrá todo mal. Ella no es como las demás, y lo sabes. Es humana, Sylarok. No es como esas señoritas que buscan la fama y el poder. Ella está con emociones humanas. Con miedos, dudas… y un corazón que no puedes pisotear como si fuera una piedra en el camino. Es un angelito.
El dragón dorado lo miró en silencio. Sabía que Ryujin tenía razón, pero su orgullo no le permitía admitirlo tan fácil.
—No estoy jugando —dijo, más serio esta vez—. Solo estoy... probando.
—¿Probando? ¿Qué eres ahora, chef emocional? —resopló Ryujin—. Escúchame bien, y grábalo en esas escamas tuyas: si decides estar con ella, ella debe amarte. De verdad. Con todo. Y tú también debes hacerlo. No puedes tomarla, romperla y luego fingir que no sabías lo que estabas haciendo. Estarás maldito si te enamoras solo.
Sylarok apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
Ryujin se inclinó un poco hacia adelante, bajando la voz.
—Y, sobre todo, ten cuidado. Sabes tan bien como yo que tus padres no aceptarían jamás a una humana como princesa. Ni mucho menos como heredera de nuestro linaje. ¿Quieres desatar una guerra familiar por una sonrisa nerviosa y unos ojos brillantes?
Sylarok desvió la mirada hacia la ventana. El viento acariciaba las hojas del jardín, y por un instante, imaginó a Celeste ahí afuera, con sus mejillas sonrojadas, intentando entender su propio corazón.
—¿Y si no puedo dejarla ir? —pregunta en voz baja.
Ryujin lo miró con una mezcla de resignación y ternura. Se levantó de su asiento, dando una palmada en el hombro de su amo.
—Entonces más te vale no hacer estupideces. Y regalale flores. Las humanas siempre lloran menos con flores. Aunque, con tu historial, mejor cosecha un ramo diario.
—¿Eso hiciste tú con Monik? —pregunta Sylarok con una sonrisa maliciosa.
—No compares —resopló Ryujin, dándose la vuelta—. Monik me amaba porque yo sabía cuándo cerrar la boca. Tú... todavía estás aprendiendo. Mi esposa muerta no viene al caso.
Y con eso, se fue, dejándolo solo con su taza y sus pensamientos. Sylarok soltó un suspiro, apoyó los codos sobre la mesa y se frotó el rostro con ambas manos.
—¿Por qué tenía que ser humana…?
Pero en el fondo, la idea de perderla dolía más que cualquier advertencia.