MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

POV. Cristóbal

Escuchar lo que ha vivido Esther es devastador. No existen palabras capaces de consolar tanto dolor. Pero haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarla a encontrar a su familia, sin dudarlo, sin descanso.

No pienso rendirme. No mientras ella siga esperando.

Ver esa pequeña sonrisa en mi niña, al sentirse útil, no tiene precio. Me desarma. Me revuelve por dentro… y me sorprendo sonriendo como un idiota.

¿Cuándo fue la última vez que algo tan simple me causó esta sensación?

El sufrimiento de esa chica ha despertado en Char una fuerza feroz, casi salvaje.

Una determinación que no se apaga, que arde en silencio. Está decidida a pelear, a no rendirse. Y eso, sin duda, es un gran comienzo.

La escucho decirle a Gerónimo, con la voz rota pero cargada de coraje:

—Padrino… gracias. Gracias por no soltar mi mano, por no dejarme caer. Ahora sé que necesito ayuda para salir del abismo en el que estoy.

Ese momento me marca.

Es un paso inmenso.

Reconocer que es víctima no la debilita… todo lo contrario... la libera.

Aceptar que necesita ayuda no la hace frágil… la vuelve más fuerte.

Más feroz.

Más real.

Más admirable.

(…)

Mientras nos acercamos a la casa del senador, siento los ojos de Gerónimo clavados en mí. No es una mirada casual: pesa. Quema. Me mide. Y lo que ve, no sé si le gusta.

—Cristóbal —dice con tono grave—, Charrill para mí es como una hija… y espero que tus intenciones sean buenas. Porque te juro que, si no lo son, te destrozo con mis propias manos.

No es solo una amenaza. Es una sentencia de muerte. Irrefutable. Innegociable. Casi podría jurar que la tierra se detiene a su alrededor mientras habla.

Trago saliva. No entiendo del todo lo que siento por ella.

Nunca he sido un hombre impulsivo… hasta ahora.

Nunca se me ha nublado el juicio… hasta hoy.

—Te puedo asegurar que, si por alguna razón llego a lastimarla, yo mismo te buscaré para que me sepultes —susurro, llevándome la mano a la nuca. Me cuesta sostenerle la mirada, pero no la esquivo—. Solo sé que quiero estar cerca. Quiero protegerla. Me importa.

La mirada de Gerónimo no se ablanda. Permanece firme, directa, penetrante. Me estudia como si pudiera ver a través de mi alma. Como si ya supiera en qué parte flaqueo. Finalmente, me da un par de palmadas en el hombro, como quien no baja la guardia, pero concede.

—Te voy a dar mi voto de confianza. Pero que te quede claro: tendré los ojos bien abiertos. Así que no te pases de listo.

—Gracias —respondo, asintiendo con respeto. Me lo he ganado… al menos, por hoy.

Esa noche cenamos en su casa y trazamos la estrategia para ayudar a Esther… y a otras chicas del lugar.

Es el comienzo de algo más grande que todos nosotros.

(…)

Mis planes han cambiado. No serán solo unos días los que me quede, así que decido comprar una mansión.

Necesito algo mío.

Algo estable.

Tengo enemigos poderosos. Algunos quieren verme caer; otros, directamente, me quieren muerto. No puedo vivir en cualquier lado. Necesito un sitio seguro. Un territorio mío. Donde ella también esté a salvo.

"Siempre pensando que ella…"

Aprovechando el desayuno, hablo con Gerónimo.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste? —pregunta, sentándose a la mesa con esa seguridad que siempre proyecta.

—Bien, gracias —respondo, mientras disfruto mi jugo de naranja—. He decidido comprar una propiedad, ya que me quedaré más tiempo. Además, alternaré entre mi país y este.

—¿Tienes algo en mente?

—Quiero un sitio seguro, en una zona exclusiva. A prueba de todo.

—Puedo presentarte a mi agente inmobiliario. Él sabrá guiarte.

—Gracias.

—Sabes que puedes quedarte aquí cuanto quieras. Ahora que mi esposa no está… haces buena compañía —añade, y en sus ojos se asoma una sombra de nostalgia que no sé si debo invadir.

—Gracias, pero llevo años viviendo solo. Me gusta mi soledad —confieso, aunque lo que no digo es que esa soledad ya no me sabe igual.

Gerónimo sonríe con malicia, como si pudiera leerme el pensamiento.

—Eso siempre es hasta que alguien llega y lo cambia todo… de pronto, tu casa ya no basta.

Río por dentro. Y desvío el tema con disimulo.

—¿Tu esposa… dónde está? —llevo días queriendo preguntarle, pero no encontraba el momento.

Gerónimo suspira, se reclina y baja la mirada. Hay un peso en su gesto.

—Está de viaje… por ahora. Pero si todo sale como espero, pronto volverá —dice, con una mezcla de esperanza, amor y melancolía.

—¿Y tienen hijos?

—Sí. Junior. Viene pronto: tiene un juego aquí para apoyar la fundación.

Levanto una ceja, entre curioso y prevenido.

—¿Juego?

—Es jugador de fútbol americano. Cuando le hablé del albergue, invitó a sus compañeros a organizar un juego benéfico.

—¿Es tan alto como tú, entonces?

—Un poco más —responde con una media sonrisa llena de orgullo—. Él y Charrill siempre fueron muy unidos. Aunque el amor no cambia… solo las distancias. Se quieren mucho.

Ese “se quieren mucho” martilla mi cabeza. Retumba. Se clava.

No.

“Ella es mía”, murmura mi mente con una voz tan visceral que me sobresalta.

Pero una verdad más cruel me atraviesa:

“Ella no le pertenece a nadie… y tú eres un extraño en su vida.”

Y esa frase me arrasa. Porque es verdad. Porque aún no tengo derecho a sentir lo que siento.

(…)

Compro la mansión junto a la de Gerónimo. Desde allí dirijo la sede de América y viajo cuando hace falta. No quiero estar lejos de ella. No quiero perderla de vista.

Los días transcurren con una calma engañosa. Disfruto cada uno junto a la niña más hermosa. Una Guerrera que lucha a diario, aunque pocos lo sepan. Aunque el mundo aún no le reconozca su valor.

Hay mañanas en que la hallo más apagada, más callada. Tal vez… más triste. O ansiosa. Cada nuevo caso duele en el alma y nos resquebraja por dentro. Cada historia de abuso es una grieta más en su escudo.

A veces es ella quien me sostiene. Quien me da fuerza para no huir del sufrimiento de esas chicas. Porque a veces yo también quiero cerrar los ojos, fingir que nada de esto existe.

Acompañar a Esther en las recaídas de su enfermedad mantiene a Charrill alejada de la depresión. No hay tiempo para derrumbarse cuando otra vida depende de ti.

Ser su bastón la fortalece… y me fortalece a mí. Es extraño, pero cierto.

Aún no tengo información sobre la familia de la chica. Todo lo que sé es vago, incompleto. Vivía en una ciudad lejana. Cuando desapareció, su madre cayó en una profunda depresión: salía cada día con carteles pegados, buscando su rostro en cada esquina como si fuera posible encontrarla con solo mirar bien.

Con el tiempo, la falta de noticias hizo que su salud se deteriorara. Su hermano la alejó de allí. No soportaba ver cómo el dolor la consumía, cómo se marchitaba cada día.

No hay direcciones.

No hay pistas claras… pero no me doy por vencido. Le prometí a Char ayudarla.

Y yo cumplo mis promesas.

—¡Char! —escucho una voz fuerte llamándola.

Ella gira. En su rostro brilla una sonrisa… que no alcanza a llegar a sus ojos. Corre hacia sus brazos.

(…)

Nuestra pequeña está viendo la luz… pero, ¿quién llegó?

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