En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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¿Prueba superada?
La música seguía envolviendo la habitación con su ritmo lento y provocador, y yo me movía con ella.
Mis caderas se balanceaban de forma calculada, mis manos recorrían mi cuerpo con una suavidad que no se sentía natural, pero que estaba aprendiendo a fingir. Incliné la cabeza hacia un lado, dejando que mi cabello cayera sobre mi hombro mientras arqueaba la espalda con un movimiento lento, sintiendo mi respiración controlada subir y bajar.
Y entonces, nuestros ojos se encontraron. Su mirada me atravesó como un maldito rayo. Oscura, hambrienta.
Me mordí el labio sin pensarlo y giré sobre mis pies, deslizándome hasta el suelo en una apertura de piernas que sabía que se veía bien. Me incorporé con una ondulación lenta de mi torso, dejando que mi cuerpo hiciera el trabajo mientras mi mente gritaba que esto no estaba bien.
Pero Vincent no veía mi incomodidad, él solo veía lo que quería ver.
Me acerqué al escritorio con pasos lentos, me apoyé en él con una mano y curvé mi espalda mientras mi otra mano recorría mi cuello, mi clavícula, mi vientre. Todo medido, todo calculado. Cada mirada fugaz, cada leve mordida de labios, todo era parte del juego.
Pero lo que no calculé… Fue su reacción.
Lo vi moverse en su asiento, su respiración cada vez más pesada. Sus dedos crispados sobre el reposabrazos, su mirada quemándome como si quisiera devorarme ahí mismo.
Y entonces, lo hizo. Con un simple gesto de su dedo, me indicó que me acercara. Sentí un nudo en el estómago. Mi cuerpo quería quedarse en su sitio, pero mi mente sabía que dudar no era una opción. Así que respiré hondo y caminé hacia él con un contoneo que ya salía automático.
No aparté los ojos de los suyos ni un segundo y cuando quedé justo frente a él, no supe qué hacer. Pero Vincent sí. En un movimiento rápido, tomó mi muñeca y tiró de mí, haciéndome caer sobre su regazo.
—Ah… —solté un leve jadeo de sorpresa.
Mi respiración se cortó cuando sentí la dureza en su pantalón presionando contra mi trasero. Mi cuerpo se puso tenso, pero no me moví. Su mano seguía sujetando mi muñeca con firmeza, mientras la otra se deslizaba lentamente por mi muslo desnudo.
—Lo has hecho bien, Sienna —murmuró, su voz más ronca de lo normal.
Sentí mi piel arder bajo su tacto. Cerré los labios con fuerza, intentando ignorar el escalofrío que recorrió mi espalda.
—Puedo mejorar… —murmuré sin pensar.
¿Por qué dije eso? Vincent soltó una leve risa, baja, peligrosa.
—Estoy seguro de ello.
Su mano subió un poco más por mi muslo y me estremecí.
No. No puedo dejar que me controle así. Tomé aire y me obligué a hablar.
—¿Puedo levantarme? —pregunté, tratando de que mi voz sonara firme, aunque por dentro sentía que el aire me faltaba.
Vincent me miró fijamente, como si estuviera decidiendo si soltarme o seguir jugando conmigo. Y entonces, sin soltar mi muñeca, se inclinó hasta quedar peligrosamente cerca de mi oído.
—¿Por qué? ¿Te incomodo?
Su aliento caliente me rozó la piel y un escalofrío me recorrió la espalda. Apreté los dientes con fuerza.
—No. Pero no creo que esto sea parte de la prueba.
Soltó una risa baja, esa risa suya que siempre sonaba como si supiera algo que yo no.
—Oh, Sienna… aquí todo es una prueba.
Y con esas palabras, me soltó la muñeca, pero no dejó que me moviera de su regazo.
—Lo hiciste bien —dijo con esa calma suya que me sacaba de quicio—, pero cometiste errores.
Fruncí el ceño, molesta.
—¿Errores?
Asintió, con su expresión de siempre, esa cara de “yo sé todo y tú no sabes nada”.
—Nunca debes dudar. Si un cliente te llama, te acercas. No te quedas ahí esperando instrucciones. Tomas la iniciativa… a menos que el cliente prefiera lo contrario.
Parpadeé, confundida.
—¿Lo contrario?
Vincent inclinó la cabeza con una leve sonrisa.
—Algunos hombres quieren dominar te. Otros quieren que los dominen a ellos. Depende del tipo de fantasía que tengan. Y tú debes saber cómo descubrirlo.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Y si no quiero descubrirlo?
Él sonrió, pero esa sonrisa no tenía nada de amable.
—Aquí no se trata de lo que quieres. Se trata de lo que debes hacer.
Apreté los dientes con fuerza, sintiendo cómo la rabia se me acumulaba en la garganta.
—Mientras estés en el escenario del club, nadie podrá tocarte —continuó, ignorando completamente mi enojo—. Solo podrán mirar.
Desvié la mirada, sin responder.
—Pero si un cliente te elige para un baile privado… —hizo una pausa, y su voz bajó un tono, casi en un susurro— entonces todo cambia.
Sentí su mano en mi muslo, cálida, quemándome como si me estuviera marcando la piel. Ya había terminado con su discurso, así que intenté de nuevo.
—Entonces… ¿puedo levantarme?
Vincent sonrió.
—Puedes. Pero quiero algo a cambio.
Mi cuerpo entero se puso alerta.
—¿Algo?
—Sí.
—¿Qué demonios podrías querer de mí, si ya me has quitado todo? —solté, sin filtro, con veneno en la voz.
Vincent rió bajo, sin inmutarse.
—Solo quiero una cosa.
Tragué saliva.
—¿Qué cosa?
—Un beso.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
—¿Qué?
—Lo que oíste. Dame un beso y te dejaré ir.
Negué con la cabeza.
—No.
Vincent arqueó una ceja.
—¿No?
—Debe haber otra cosa.
—Solo quiero tus labios.
Sentí la piel arder.
—De momento —añadió, con esa voz grave suya que me ponía los pelos de punta.
Mi respiración se descontroló. No quería hacerlo. Pero tampoco quería seguir sentada en su regazo, sintiéndolo contra mí.
Así que respiré hondo y dejé de pensar. Me acerqué y presioné mis labios contra los suyos, rápido, sin darle más significado del que ya tenía.
Vincent, por supuesto, no iba a conformarse con eso. En cuanto sintió el contacto, su boca se movió contra la mía con hambre contenida. Me tensé de inmediato, pero antes de que pudiera apartarme, su mano subió hasta mi nuca y me sujetó con fuerza, hundiendo los dedos en mi cabello.
Me atrapó. Su lengua se deslizó entre mis labios sin pedir permiso, reclamándome, haciéndome sentir completamente impotente. Intenté apartarme, pero me jaló más contra él. Su erección presionó contra mi vientre.
Mi estómago se revolvió de asco. Mi mente gritaba que lo empujara, que hiciera algo, pero mi cuerpo entero se quedó congelado. Vincent siguió besándome como si quisiera devorarme. Como si esto no fuera solo un beso, sino una forma de demostrarme que él tenía el control.
Y lo odié. Lo odié con todo mi ser.
—Bien —murmuró, pasándose la lengua por los labios—. Ahora puedes irte.
No esperé ni un segundo más, me levanté de su regazo de un tirón y salí corriendo.
No me importó si me veían, si alguien preguntaba qué me pasaba. Solo corrí por los pasillos hasta encontrar el baño más cercano. Apenas entré, caí de rodillas frente al inodoro y vomité.
El asco me revolvía el estómago, cada bocanada de aire me hacía recordar su boca sobre la mía, su aliento, sus manos, su cuerpo pegado al mío. Sentí náuseas de nuevo y volví a vaciar lo poco que quedaba en mi estómago.
Me quedé allí, con la frente apoyada en el frío borde del inodoro, respirando entrecortadamente, con los ojos ardiendo.