La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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XVIII
Ergo estaba dentro de casa, el regreso había sido algo tranquilo, pero no pudo evitar notar la rara expresión de Ludwig. Por su parte, Ludwig estaba detrás de casa revisando el inhibidor oculto en el enorme generador amarillo y de figura cúbica. Prefirió apagarlo antes de arrepentirse en caso de que algún accidente ocurriera. Ese día iría en la noche a por el remplazo de la pieza defectuosa en casa de Alfred.
Entro por la zona trasera a su casa, pasando por la pequeña habitación médica y vio de reojo a Ergo leyendo en la sala. Agradecía que su pantalla no tuviera acceso a la web; así no llegaría al hartazgo con las noticias que la máquina gusta de exponer con monotonía, y además Ergo no descubriría nada más de lo necesario.
Oculto la pieza defectuosa entre montones de cartones y restos de basura soportando el asco. Se lavo las manos hasta que la luz ultravioleta que expelia del lavamanos de la cocina se volvió verde, afirmando que la mano estaba limpia en lo máximo posible. Su celular vibró y reviso la notificación de Alfred indicando una emergencia. Ludwig se sentía fastidiado y respondió con un seco: "te veré hoy en la noche", y apagó el dispositivo.
Tomó un vaso de agua mientras se limpiaba el sudor en su frente a causa de los nervios.
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Ergo se levantó dejando su lectura a un lado y subió al segundo piso para ir al baño. El libro era extraño para el y casi no entendía nada, había montones y montones de palabras usadas para describir cosas del cerebro y psicología y lo único que entendía únicamente lo relacionaba con la teoría que veía en sus "clases" cuando no estaba en el campo de batalla. Aunque hubo una parte que le intereso en gran parte al hablar sobre el cuerpo y sus expresiones. Vio varias ilustraciones de rostros y gestos que a veces hasta le parecían cómicos.
Entro en el baño dejando la puerta abierta y se agarró del lavamanos mientras veía su reflejo. Su rostro se mantenía indiferente, pero radiaba en juventud. En el poco tiempo que llevaba entre la gente de la ciudad pudo notar que en pocas ocasiones había otros hombres con el mismo tipo y juventud en el rostro; la otra parte, la gran mayoría, parecía estar en los treintas. Sus arrugas y el brillo de sus rostros se veían más apagados y maduros, idénticos al de los altos mandos. Indagó en sus ojos y en su rostro antes de intentar juguetear con su cara. Jalo ligeramente sus párpados para mirar la blancura de su esclerotica, las pequeñas venas en ella y sus pestañas; el pelo recortado y sus dientes tampoco fueron excepción. Había descuidado un poco su imagen.
Finalmente comenzó a jugar con su rostro, moviendo la comisura de sus labios, ojos, y su frente. Hacía un par de expresiones que recordaba de las ilustraciones hasta detenerse en seco por considerar que era algo bastante infantil. Su rostro se mantenía serio. Escucho que algo goteaba y miro hacía la regadera: gotas de agua caían en intervalos y golpeaban el azulejo. El brillo de las gotas le hizo recordar ese momento en la playa y asimismo, la expresión de aquella vez. La repitió frente al espejo con detalle, aunque era obvio que no era natural como en aquella ocasión.
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Finalmente, dió la hora acordada y Ludwig estaba cambiándose para salir. Tomó un pantalón marrón claro, una camisa blanca y se puso un abrigo viejo, coloco en sus bolsillos su tarjeta de pagos, su reloj y su celular. Volvió a encender su celular en cuanto estuvo en las escaleras y luego de un par de segundos el celular vibró múltiples veces hasta generar sonido.
—¿Que ha sido eso?—preguntó Ergo asomándose por el final de las escaleras, movido por el curioso sonido.
—No es nada, solo fue una notificación—respondió Ludwig mientras bajaba la escalera.
Ergo finalmente vio salir de las sombras generadas en las escaleras a Ludwig bien vestido.
—¿Irás a afuera? ¿Con Alfred? Creí haber escuchado... Creo...
—Si, necesito que me dé algo que le pedí con urgencia—se puso su reloj, sacándolo del bolsillo de su abrigo—. Tu puedes quedarte aquí y seguir haciendo lo que quieras mientras no salgas afuera—el reloj se ajusto automáticamente y Ludwig miro la hora—, ya es demasiado tarde.
—¿No puedo ir contigo?—sugirió Ergo con su rostro indiferente, aunque su voz sonara enferma de curiosidad.
—No, ahora no, lo siento hijo.
Ergo quedó en silencio y acepto con pena. Ludwig le dejo en lo suyo y finalmente salió rumbo a la casa de Alfred.
Ergo se quedó solo en el hogar, no sabía si comer algo sin Ludwig o continuar leyendo los enormes libros de historia como había estado haciendo; aunque tal reflexión no importaría cuando decidió simplemente hacer ambas cosas al mismo tiempo como una experiencia totalmente nueva. Empezaba a pensar con independencia.