Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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La Sombra de la Duda
Capítulo 18
El amanecer se filtraba nuevamente por los ventanales de la cabaña, pero a diferencia del día anterior, la atmósfera entre ellos estaba cargada de algo más profundo. Elena despertó sintiendo un nudo extraño en el pecho, como si sus pensamientos hubieran continuado un debate silencioso durante la noche. Gabriel, por su parte, estaba en la cocina preparando café, un gesto inesperado que tomó a Elena por sorpresa al bajar las escaleras.
“¿Desde cuándo eres tú el encargado del café?” bromeó, intentando aliviar la tensión.
Gabriel le dedicó una sonrisa fugaz mientras servía dos tazas. “A veces puedo ser impredecible.”
“Eso me está quedando claro,” respondió Elena, aceptando la taza. Se sentó en la barra de la cocina y lo observó por un momento mientras él revisaba algunos correos en su teléfono, incluso aquí, en el supuesto escape. “¿Ni siquiera en vacaciones puedes dejar el trabajo, eh?”
Gabriel bajó el teléfono y la miró con una expresión que mezclaba arrepentimiento y frustración. “No es fácil desconectarse cuando llevas años manejando todo. Pero estoy intentando.”
“¿Lo estás? ¿O solo intentas dar esa impresión?” Elena no pudo evitar soltarlo. Su tono no era hostil, pero sí directo.
Gabriel dejó el teléfono sobre la mesa y cruzó los brazos, mirándola fijamente. “¿A qué viene eso?”
“Solo me pregunto si este viaje tiene un propósito para ti o si es solo otra casilla que marcaste en tu lista de cosas que debes hacer como marido perfecto,” respondió Elena con sinceridad. “Porque a veces siento que estoy aquí, pero que tú sigues a kilómetros de distancia.”
La pregunta lo tomó por sorpresa. Gabriel no era un hombre que lidiara con sus emociones a la ligera, y mucho menos en una conversación tan frontal. Durante unos segundos, el silencio dominó el espacio, solo interrumpido por el suave sonido del viento afuera.
“No estoy acostumbrado a esto,” admitió finalmente, su voz más baja de lo habitual. “A no tener todo bajo control. A no saber qué pasará después.”
Elena lo observó con detenimiento. Había algo vulnerable en su mirada que nunca había visto antes, y ese pequeño atisbo fue suficiente para que su enojo se disipara un poco. “No necesitas controlarlo todo, Gabriel. A veces está bien dejar que las cosas fluyan. ¿Sabes? Improvisar.”
Gabriel esbozó una media sonrisa. “Improvisar no es lo mío, Elena.”
“Lo sé,” respondió ella, suavizando su tono. “Pero no tiene que ser siempre así.”
Horas más tarde, decidieron dar una caminata por los alrededores del lago. Aunque el aire seguía un poco tenso entre ellos, la naturaleza ayudó a relajar el ambiente. El camino serpenteaba entre árboles frondosos y pequeñas colinas, y el sonido de los pájaros hacía que el silencio se sintiera menos incómodo.
“Este lugar te gusta, ¿verdad?” preguntó Gabriel mientras caminaban lado a lado.
“Me recuerda lo que es la calma,” respondió Elena, observando el paisaje. “En la ciudad, siempre hay ruido. Aquí… no sé, es como si todo fuera más sencillo.”
“¿Eso significa que quieres alejarte de Manhattan algún día?”
Elena se detuvo y lo miró con sorpresa. “¿Por qué me preguntas eso?”
Gabriel la miró seriamente. “Solo trato de entenderte mejor.”
Elena suspiró, mirando hacia el horizonte. “No lo sé. Amo mi trabajo, y la ciudad tiene su encanto caótico. Pero a veces, sí, fantaseo con una vida más tranquila.”
“¿Y cómo imaginas esa vida?” insistió Gabriel, con genuino interés.
“Con alguien que me haga sentir segura, feliz, y que no me obligue a elegir entre mis sueños y los suyos,” respondió Elena con honestidad. “Una vida simple, con amor real.”
Gabriel asintió, pero no dijo nada. Las palabras de Elena seguían resonando en su mente mientras seguían caminando. Lo que ella describía sonaba tan diferente a lo que él siempre había imaginado como “felicidad”. Su mundo había estado lleno de logros, dinero y poder, pero nunca había pensado en la posibilidad de una vida simple.
De regreso en la cabaña, Elena decidió tomar una ducha mientras Gabriel revisaba unos documentos en su computadora. Pero aunque intentaba enfocarse, sus pensamientos lo traicionaban. Las palabras de Elena habían plantado una semilla de duda en su mente. ¿Y si su vida perfecta no era tan perfecta después de todo?
Cerró la computadora de golpe, como si el ruido pudiera ahuyentar sus pensamientos. En ese momento, escuchó el agua de la ducha detenerse, y minutos después, Elena apareció en la sala, con el cabello húmedo y vestida con ropa cómoda.
“¿Todo bien?” preguntó, notando la expresión seria en su rostro.
Gabriel asintió, pero su mirada la delató. “Elena… ¿por qué decidiste aceptar este matrimonio conmigo?”
La pregunta la tomó por sorpresa. “¿A qué viene eso?”
“Solo quiero saber,” respondió él, mirándola fijamente.
Elena pensó por un momento antes de responder. “Porque, aunque fuiste arrogante y calculador, vi algo en ti. Una humanidad que creo que escondes muy bien.”
Gabriel la miró con intensidad, como si intentara encontrar las respuestas que él mismo no tenía. Finalmente, Elena se acercó y se sentó junto a él en el sofá.
“Gabriel, no tienes que ser perfecto todo el tiempo,” dijo suavemente. “Puedes ser simplemente tú.”
Él no respondió, pero algo en su mirada cambió. Por primera vez, comenzó a considerar que quizás, solo quizás, Elena podría ser la única persona capaz de ver más allá de su fachada.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse, dejando una sombra dorada sobre la cabaña, Gabriel y Elena se quedaron sentados en silencio, cada uno enfrentando sus propios pensamientos, pero sintiendo, por primera vez, que el muro entre ellos comenzaba a desmoronarse.