Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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Juego (+21)
Val
Su sonrisa ilumina toda la habitación y envía calor a mi cuerpo. Quiero llorar de alivio. Hace unos minutos pensé que estaba perdiendo al hombre que he amado durante toda mi vida, pero no fue así.
Ming está aquí. Conmigo.
Su boca acaricia las cimas de mis pechos mientras yo acaricio su cabello.
–Tienes mucha ropa –me quejo mientras lucho con la bragueta de su pantalón.
–Te amo –susurra contra la piel de mi cuello–. ¿Me crees?
Tomo su rostro en mis manos y lo miro a los ojos. –Lo hago –declaro con una sonrisa–. Ya no más juegos.
Ming hace un mohín. –¿Y si yo quiero jugar?
–Depende del juego –digo con una sonrisa.
–Cartas –murmura con una voz ronca. Me retuerzo de necesidad–. Quien gana se quita una prenda.
–Yo ya estoy desnuda.
Mira mi cuerpo con una sonrisa lujuriosa en su rostro. –Puedo pasarte mi camisa –dice mientras se la quita rápidamente.
Miro esos ocho abdominales marcando su vientre y mi boca se vuelve agua. Por supuesto que el idiota no podía conformarse con seis, tenía que venir con toda la tableta de chocolate incluida.
Ming se baja de la cama sonriendo, como lo hacía cuando era un niño y ambos jugábamos en el despacho de mi papá.
Abre un bolso y saca una baraja de cartas.
–¿Mismas reglas? –pregunta con sus ojos navegando por mi cuerpo envuelto en su camisa.
–Sí, y sin llorar –lo molesto.
–Oh, hermosa, la que llorará serás tú.
Revuelve las cartas y deja una reina sobre la cama.
–Otra –pido.
Deja un ocho de picas al lado de la reina.
–¿Qué dices? –molesta.
–Otra –digo con valentía.
Chasquea su lengua, seguro de su victoria, pero su boca cae abierta cuando deja una carta con un tres de corazones sobre la mesa.
–Veintiuno –digo.
Le quito las cartas y las revuelvo. Luego dejo un rey sobre la cama.
–Otra –pide sin despegar sus ojos de mis manos.
Dejo al lado del rey un ocho de diamantes.
–¿Otra? –lo tiento mientras me desabotono un botón de su camisa, enseñándole un poco de escote.
–No estás siendo justa.
–Tú no estás siendo justo –me quejo mientras miro su vientre marcado.
–Otra –pide mientras rasca su garganta. Está nervioso, saboreo el momento mientras volteo lentamente la carta.
–Mierda –masculla mientras yo sonrío ante el ocho de pica.
–Ropa fuera, amigo.
–Una prenda –devuelve con esa sonrisa sexy que me hace respirar más deprisa.
Se saca un zapato y lo lanza al suelo.
–¡Estaremos aquí toda la noche! –me quejo.
–No si juegas más rápido.
Ming me quita las cartas y las revuelve con una parsimonia exasperante. Ansiosa le pido que se detenga cuando mis dos cartas suman diecinueve.
–Cobarde –me acusa.
Le quito las cartas y esta vez me gana.
Me levanto y lentamente me quito las bragas de encaje sacudiendo el trasero frente a sus ojos.
–Estás jugando con fuego.
–Quiero quemarme, genio –digo y le lanzo mis bragas a su regazo.
Ming la toma y antes de darme cuenta la pega a su rostro y respira profundamente.
Mi rostro se acalora ante la escena y gateo sobre la cama hasta sentarme sobre su regazo.
Le quito las cartas y las lanzo al suelo.
–No más juegos –le pido mientras sujeto su rostro entre mis manos y lo acerco por un beso.
Lucho con su pantalón hasta que encuentro el tesoro que estoy buscando. Ming jadea en mi boca cuando lo tomo en mi mano.
–Estos son los juegos que me gustan a mí –susurro en sus labios mientras lucho con la decepción que me da no poder probarlo con mi boca. No quiero arriesgarme, no con mi estómago tan débil. Lo último que quiero hacer es vomitarle encima.
Ming sujeta mi rostro con fuerza. –Creo que también prefiero estos juegos –masculla antes de quitarme su camisa y lanzarla sobre su cabeza–. Dime que me amas –ordena.
–Te amo –digo entre cada beso–. Te amo. Te amo. Te amo.
Ming me empuja a la cama y luego se incorpora.
Mis ojos navegan por la perfección de su cuerpo mientras lo veo deshacerse de la ropa, y el zapato que le quedaba.
Se acerca lentamente, como un cazador midiendo a su presa, seductor y peligroso. Un incendio comienza en mi vientre cuando puedo ver la evidencia de su deseo por mí.
Saco mi lengua para humedecer mis labios, sedienta y hambrienta de este hombre. De su cuerpo, de su inteligencia, de su valentía, y sobre todo, de su amor por mí.
Toma una de mis piernas y me arrastra hasta la orilla de la cama. Se arrodilla frente a mí y separa mis piernas antes de enterrar su rostro en la unión de mis piernas.
Gimoteo, casi apreciando su lengua dentro de mí, pero nada pasa.
–¿Qué estás esperando?
–¿No le hará daño al bebé? –pregunta.
Gruño de impaciencia, pero me apresuro a negar con mi cabeza. –No le pasará nada. La única persona que está sufriendo en este momento soy yo –siseo.
Ming sonríe antes de enterrar su lengua en mis pliegues necesitados.
Me aferro a las sábanas con fuerza mientras mi cuerpo tiembla ante el delicioso placer que recorre mi cuerpo desde mi centro hasta las puntas de mis dedos.
–Así –suplico–. No te detengas.
Lanzo un grito que debe escucharse hasta China cuando sus dedos se unen a su lengua. Mi cuerpo comienza a revolotear, como un colibrí preparado para volar por primera vez.
Mi abdomen zumba con una necesidad que me arranca un grito tras otro
Maldita sea, que bueno es en esto.
Pasa su dedo por mi montículo inflamado y jadeo. Mi vientre se aprieta tan fuerte, que no puedo evitar sollozar mientras caigo a lo más profundo del abismo.
Me dejo ir en caída libre, sin miedo y sin sentirme avergonzada. Estoy con Ming, estoy a salvo.
Escucho sus gruñidos mientras su lengua disfruta de hasta la última gota de placer que sacó de mi cuerpo.
Trato de buscarlo en la neblina del placer, pero no puedo controlar mis brazos.
Unas manos fuertes me mueven y antes de darme cuenta estoy sobre su regazo.
–Móntame, hermosa. Enséñame cuánto te gusta mi polla.
Una ola de calor, peor que la anterior, baña mis entrañas, lanzando parafina a cada rincón de mi piel.
–Ming –lo llamo con desesperación mientras me dejo caer sobre él.
Ambos gruñimos al mismo tiempo.
–Amo como me tomas –gruñe en mi cuello. Comienzo a moverme lentamente, mientras me acostumbro a su tamaño–. Tan codiciosa.
Acaricio con mis uñas sus abdominales antes de besar sus pectorales y hombros, necesitando sentir cada parte de su cuerpo.
El dolor y el calor en mi vientre empeora y sé que necesito apagar este incendio, que comienza a quemarme viva.
Lo monto, subiendo y bajando rápidamente, sollozando con cada golpe que me proporciona en lo más profundo de mi cuerpo.
–Te amo –susurra contra mi mejilla.
–Te amo –devuelvo.
–Y amas mi polla –gruñe con devoción–. La forma en que me tomas me lo dice.
–Amo cada parte de ti –digo entre los gemidos que Ming arranca de mi boca con cada embestida.
Todo a mi alrededor desaparece en un remolino de viento mientras todo lo que estoy sintiendo nubla mis sentidos.
El placer comienza a escalar en mi cuerpo cuando Ming toma mi cintura y acelera sus movimientos. Mi visión se oscurece cuando el placer en forma de olas azota cada parte de mi cuerpo. Un sonido gutural sale de mi garganta mientras caigo al abismo una vez más.
Lucho contra las olas de placer que siguen golpeando mi cuerpo sin piedad alguna. Lágrimas caen por mis mejillas a la vez que mi cuerpo tiembla sobre el hombre que amo más que a mi vida.
Escucho su gruñido y luego siento dentro de mi cuerpo la evidencia de su liberación. Sollozo cuando otro orgasmo golpea mi cuerpo.
Los labios de Ming besan mi mejilla mientras nos empuja a ambos contra el colchón.
Abro los ojos y acaricio su mejilla cuando mi respiración comienza a normalizarse.
–Te amo tanto –gruñe–. Es casi doloroso.
–Lo sé –susurro.
Seca las lágrimas de mis mejillas con sus pulgares y luego besa mis labios.
Lo abrazo con fuerza y le devuelvo el beso, necesitando sentirlo más cerca todavía.
–¿Ha sido así antes? –pregunta confundido.
–No. Al menos no para mí. ¿Y para ti?
–No –responde y vuelve a besarme, como si no pudiera tener suficiente de mí–. Cuando estoy contigo…–Niega con la cabeza y luego sonríe–. Pensaba que el cielo no existía, pero ahora sé que existe, está en tus brazos.
Lo acerco por otro beso, porque tampoco puedo tener suficiente de él.
–No arruinaremos esto, ¿verdad? –pregunto aterrada.
Toma mi mano y la lleva a su boca. Deja un suave beso en mi palma antes de hablar: –No lo arruinaremos –jura–. Eres mi vida entera, Valentina Jones, y no voy a perderte.
Suspiro aliviada antes de volver a lanzarme a sus brazos.
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬